Five Guys, más madera

El caso es que la fiebre por el bocadillo americano por excelencia está ocasionando la mayor apertura de locales que despachan hamburguesas de la historia de la ciudad, hasta el punto de que uno ya no sabe hacia dónde tirar. Y cada cual tiene su favorita. En Five Guys, las mesas, la distribución y la barra de servicio es más o menos la misma que en McDonalds o Burger King, pero con dos o tres golpes de efecto que acercan la experiencia al comensal dándonos a entender que los productos son de mayor calidad.

Por ejemplo, poniendo un cartel donde se indica que las patatas son frescas y cortadas al momento, a la vez que se hace referencia a la finca y la procedencia de las mismas. De Holanda, las que pruebo yo. Las hay de dos sabores: normales y picantes y, efectivamente, son frescas y recién hechas. Me gustan. Un hecho curioso es que una vez que han introducido el envase de cartón dentro de la bolsa, el camarero echa un puñado más de patatas por encima, fuera del recipiente, a modo de regalo. Mola.

Five Guys presume de no tener cámaras congeladoras para mantener los productos, por lo que la carne se supone que viene refrigerada de algún lugar cercano -no supieron decirme de dónde-. O sea, patatas y carne frescas y, se me olvidaba, una caja enorme de cacahuetes tostados y muy salados para que el cliente pueda servirse a su gusto mientras espera el pedido. Por cierto, las cajas de patatas se encuentran en el comedor para que se vean bien. Sin trampa, ni cartón.

«Pides la hamburguesa que quieras y los 'toppings' son todos gratis», me dice el camarero. Yo me conformo con la doble de carne, queso, pepinillo, cebolla, ketchup y mostaza -9,75 euros-. La hamburguesa está muy rica. Es del estilo de las chafadas y, aunque el punto de la carne se le va tres pueblos en cocina, realmente, la cantidad de queso, el pan, la combinación de ingredientes y el tamaño la convierten en una de las mejores hamburguesas industriales del mercado. Pero lejos, a mi parecer, de las artesanas que encontramos en Alborada, en FBI o en The Burger Shop, entre otros, donde la carne queda jugosa, pero de suficiente nivel como para volver.

Otro buen golpe de efecto es el batido de bacon. A mí me saca una sonrisa y caigo en la curiosidad de probarlo. Por seis euros, un batido de vainilla con trocitos diminutos de bacon crujiente que encuentras al fondo del vaso y que cumplen con ese contraste del dulce y el salado de forma discreta.

El local también ofrece perritos y sándwiches, pero nada de postres. Tampoco hace falta, ya que unas patatas, un batido, una cola -3,50 euros- de la que te puedes servir cuanto quieras y la hamburguesa es más que suficiente para un chicarrón del norte.