'The Crown', la serie que nos ha hecho monárquicos
No es una hagiografía lo que ha escrito Peter Morgan. Ni mucho menos. La serie no se muestra generosa con los hombres y mujeres que sostienen la corona. Más bien les da vida propia. Y ese es el éxito de la ficción
El primer paso para amar a Gran Bretaña es odiarla. Y yo, a quien no hay que tomar muy en serio, he pasado media vida ... estudiando al enemigo como si fuese un almirante de marina del siglo XVIII. Parte de esa estrategia de vivir pegado a la historia pasaba por ver 'The Crown', la serie creada por Peter Morgan, otra vuelta de tuerca sobre la vida de Isabel II. Un recorrido largo por el calendario de la recién fallecida, que a la vez transita el siglo XX de un país venido a menos. Isabel II se puso la corona en la cabeza mirando desde su trono un mapamundi entero del color de la Union Jack y se ha muerto envuelta en una bandera hecha jirones. Lo resumió Enric González en una oración mucho más solemne que este párrafo: perder un imperio sin perder la compostura. Eso narra 'The Crown'.
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Y el resultado es asombroso, porque todos los espectadores que hemos presenciado a lo largo de seis temporadas la anatomía de la corona inglesa nos hemos vuelto monárquicos. Sí, suena grandilocuente y aun a riesgo de perder la compostura que nunca soltó Lilibet, 'The Crown' nos ha acercado al mundo de lo sagrado en política, al monolítico estado en el que un rostro reconocible aporta serenidad al mundo, a la sociedad. Nadie como Inglaterra, país donde nació el liberalismo, para rescatar el lenguaje de la monarquía, tan denostada en nuestros días. Otras naciones reflexionan en largos debates bizantinos sobre la carga que una democracia soporta al permitir un rey, una reina, y llega este país, que no necesitó una revolución, para sacralizar lo que en todo el mundo es escándalo. Por eso, la serie es mucho más que un producto de ficción. Es una forma de entender el Reino Unido.
Y os juro que me acerqué por primera vez a ella con una intención escabrosa: contemplar al gordo de Churchill fumándose un puro mientras trazaba líneas, borracho de whisky, sobre el mapa de África. Pero lo que me ocurrió fue un flechazo. Un cupido con sombrero y acento de Birmingham, con movimientos elegantes. Eso hallé en 'The Crown', una historia magistralmente contada, con actores nacidos no para interpretar, sino para reencarnarse en la familia real, con historias personales colándose de lleno en las guerras y decisiones que han conformado el mundo de hoy. La armonía de lo expuesto y la forma con la que se enlazan los acontecimientos es sobresaliente. Al igual que el lenguaje cuidado, la belleza estudiada del vestuario, de los escenarios. O la delicadeza precisa de cada escena, con personajes que devoran la pantalla y dejan su peso en el espectador. Un peso que se transforma en duda, la que reside entre la realidad y la ficción. ¿Son así los Windsor? ¿Ocurrió tal y como se cuenta en la serie? ¿Por qué nunca veremos una producción así en España? Y da igual, porque a estas alturas, ya todos somos monárquicos.
No es una hagiografía lo que ha escrito Peter Morgan. Ni mucho menos. La serie no se muestra generosa con los hombres y mujeres que sostienen la corona. Más bien les da vida propia. Y ese es el éxito de la ficción. Asistí a la última temporada saciado, como quien ha vivido demasiado y ya sabe que su tiempo en este mundo se agota. Sin presión, sin miedo a la decepción, porque es tanto lo que la serie nos ha dado que solamente hay agradecimiento. Un cuerpo placentero que aguarda en el sofá el último baile. No importaba que la quinta temporada decepcionase, que Lady Di me creara empacho con sus posados de champán y que la historia de William y Harry me resultase intrascendente. La religión ya estaba creada. 'The Crown' nos ha descubierto un nuevo mundo mitológico, basado en una familia de carne y hueso, impenetrable, alejada de las calles pero imponente como el altar de una iglesia.
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Belleza capítulo a capítulo
Y no decepciona, no. El final no es apoteósico porque la trayectoria de la serie huye de los fuegos artificiales. Su belleza se ha construido capítulo a capítulo. No necesita de una explosión última. Hay momentos en los que 'The Crown' camina plácida por la perfección, como en la cuarta temporada, cuando asistimos a las discusiones épicas entre la Thatcher y la Reina, o cuando la joven Lilibet se cuela en el Ritz, en su última noche de libertad (tal vez la primera). El personaje de Isabel II justifica por sí sola la existencia de la monarquía, con tal de ver a Claire Foy y Olivia Colman actuando, siendo más Isabel que la propia monarca, con los corgi corriendo entre sus piernas. Uno quiere gritar a su señora y en al compañero de trabajo «God save the Queen». Y tal vez ese sea el paso definitivo para amar a Gran Bretaña, que exista material histórico y ganas de contar la historia. Eso es 'The Crown'.
Cronología de hechos históricos que narra The Crown
1936. Abdicación de Eduardo VIII
1937. Coronación de Jorge VI
1939-1945 Segunda Guerra Mundial
1951-1955 Último gobierno de Winston Churchill
1952. Muerte de Jorge VI
1953. Coronación de Isabel II
1956. Guerra del Sinaí
1963. Asesinato de Kennedy
1964-1976. Gobierno de Harold Wilson
1966. Colapso de una mina de carbón en Aberfam.
1969. Llegada del hombre a la Luna
1979. Atentado del IRA contra Mountbatten
1979. Escándalo de Anthony Blunt, tasador de la pinacoteca real y espía de la KGB
1979-1990. Gobierno de Margaret Thatcher
1982. Guerra de las Malvinas
1985. Inicio de la Perestroika y ascenso de Gorbachov
1990. Final de la Guerra Fría. Caída de la URSS
1991. Caída de la URSS y ascenso de Boris Yeltsin a la presidencia de Rusia
1991. Exhumación e identificación de la familia Romanov en Rusia
1991-2000. Guerras de los Balcanes
1997-2007. Gobierno de Tony Blair
1997. Descolonización de Hong Kong
1997. Muerte de Diana de Gales
2003. Invasión de Iraq por tropas estadounidenses y británicas
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