Morante de la Puebla se despide en el centro del ruedo de Las Ventas EFE

Morante en el crepúsculo de los dioses

Lunes, 13 de octubre 2025, 00:34

Las despedidas en el toreo siempre son amargas. En los adioses hay sangre o lágrimas. Al traje de luces no le sientan bien los arcones, ... las fotografías en blanco y negro, las capillas vacías sin velas ardiendo. La posteridad en el arte de la lidia está en el presente, por eso de Belmonte solos nos quedan las palabras de Chaves Nogales, de Joselito el Gallo la rivalidad de las tardes de preguerra, de Manolete, de Paquirri, del Yiyo, el instante supremo de un asta atravesando una vida. El hueco de un instante trágico. El toreo está hecho de mitos que descansan bajo la tierra. De héroes que murieron porque fueron humanos a la hora de matar. Morante, sin embargo, ha decidido vivir para siempre.

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Ha sido en Las Ventas, tras una tarde sol y gloria. 12 de octubre para escribir la epopeya de sus días. El torero al que le sobraba la plaza y el público. Al que solo le bastaba un animal, el Minotauro de los griegos, un laberinto en el que al final del camino se encontraba su capote. Entendía el oficio no como una supervivencia, sino como una forma de conversar con el arte, de generar placer en la soledad de una plaza. Belleza con las manos manchadas de sangre. El sonido del albero al trotar de las pezuñas, del asta al rozar la piel de las luces de su traje, tras una verónica con los ojos cerrados. Ese momento de suspiro en las gradas. De encogimiento del corazón. Ahí respiraba Morante. De ese costado nacía su belleza.

Un hombre solo, ya convertido en solo un hombre, sin espada, sin Teseo, sin atributos de héroe griego

Ha llegado su crepúsculo, el final de su carrera, la última plaza, llena, jubilosa, Las Ventas que tanto le costó y que ya ha puesto a sus pies, en el mismo día en el que el mundo se convirtió, siglos atrás, también en una faena de hombres e historia. 12 de octubre, como quien descubre un continente, como quien se burla para siempre de la tragedia y la esquiva. Morante de la Puebla ha tocado con sus manos el pelaje color habana del dios de la muerte. Y ha decidido no morir, no matar la altura de su nombre. Se ha dirigido al centro de la plaza. Un hombre solo, ya convertido en solo un hombre, sin espada, sin Teseo, sin atributos de héroe griego. Y ha dicho adiós al mundo, a la bestia, a la muerte, a la eternidad de ser siempre un simple mortal que lucha desesperadamente por permanecer en el mundo, en el albero, en la plaza. Baudelaire dijo que el verdadero arte debía ser el que sucede en el día a día, el que se ve y desaparece el instante. Hoy, un arte excelso ha desaparecido de nuestras vidas. Ya es historia. Ya es nada. Humo de banderillas. Fuego sin oxígeno. Morante ha dicho adiós y en el toreo, en los espectadores, en las plazas, en el 12 de octubre se ha hecho de noche, con un crepúsculo que ilumina más que la luz del sol.

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