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Sabina: hola, adiós y un gracias en mayúsculas
El maestro de Úbeda empezó a despedirse de Murcia con un emotivo concierto repleto de clásicos imborrables
Hace unos días, durante las fases iniciales de esta ola de calor que nos atosiga y exige sin piedad, volvía de Madrid a lomos de ... un vehículo ya anciano, pero fiel, quizá hastiado de tantas idas y venidas, pero siempre dispuesto a trotar sin rechistar. Los campos manchegos, esos que huelen a fiebre juvenil, verbenas, cenas con salamanquesas en las paredes blancas y veranos infinitos que acaban con el chasquido de dedos de un traidor que siempre se apellida septiembre, se sucedían bajo los últimos rayos de la tarde mientras las horas empezaban a adquirir el lastre de un equipaje roto.
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La radio, mientras tanto, luchaba contra el ruido provocado por el aire enfurecido que llegaba desde las ventanillas abiertas en un enfrentamiento tan desequilibrado como confuso. Apuntaba a derrota clara hasta que, sin previo aviso, como suceden los milagros cotidianos, surgieron del caos las primeras notas de 'Princesa', desgarradora joya publicada a mediados de los ochenta por Joaquín Sabina. Y las llamas externas se sofocaron. Y las internas mitigaron su zigzag. Y el tiempo respiró de otro modo. O, simplemente, respiró. Y los paisajes adquirieron otro color. Y los kilómetros fueron ríos. Y los recuerdos fijaron su bandera de terciopelo, hierro y sal. Y Cartagena dejó de ser destino y pasó a ser excusa. Y deseé que quedara más carretera por delante para que no dejaran de sonar canciones de aquel artista al que le debo tantos intentos (fallidos) de escribir una poesía, tantos versos robados para llevar a cabo intentos (fallidos) de conquistas, tantas noches en vela, tantas mentiras, más de cien, tantas verdades de ficción, tantos borrones en el bloc de la adolescencia, tanto olvido imposible, tanta memoria imperecedera. Pero no sucedió. La emisora mantuvo su rumbo preestablecido y yo seguí sus pasos.
Sin embargo, una vez aterrizado en el hogar, volví a sumergirme en la discografía del maestro del bombín para descubrir que todo estaba donde lo había dejado, con el mismo brillo, sensibilidad, socarronería y bella morriña que el primer día. Un feliz reencuentro que sirvió también para empezar a entonar ese 'Hola y adiós' que da título a la gira con la que Sabina se despide de los escenarios. La última. Hay adjetivos que nunca dejan de aterrar y apabullar.
Una vida de canciones
Y así, un veinticinco de junio, todavía con resaca de pólvora y temblor de hoguera, Murcia albergó el primero de los dos conciertos que el jienense ofrecerá en la ciudad en una plaza de toros recubierta de ese halo intangible, pero poderoso, que se reserva para las noches históricas. Acompañado por el gran Antonio García de Diego en guitarras, teclados y armónica, Jaime Asúa y Borja Montenegro a cargo de las guitarras, Josemi Sagaste al saxo y percusión, Pedro Barceló en batería, Laura Gómez al bajo y la maravillosa Mara Barros en coros, baile, colaboraciones y lo que surja, sigue resultando raro no nombrar en esta banda a quien durante tantísimos años fue su más fiel escudero, pongamos que hablo de Varona, Sabina llegó puntual a la cita al compás del videoclip de 'Un último vals', reciente composición que resultó una apertura idónea para que músicos y gargantas se fuesen acomodando en sus respectivas posiciones. A partir de ahí, tras dos apuntes cercanos a la actualidad con las efusivas confesiones de 'Lágrimas de mármol' y 'Lo niego todo', dio comienzo el repaso a toda una vida de canciones. La suya. La tuya. La nuestra.
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Desenlace inesperado (y coherente)
Cedió el micrófono a García de Diego ('La canción más hermosa del mundo'), Asúa (brutal 'Pacto entre caballeros') y Barros ('Camas vacías', 'Y si amanece por fin'), pero fue la voz de Sabina, esa que rompe y rasga, que escuece y embelesa, que ya no es la que era sin dejar de ser la misma en su inconfundible latido, la que guio una travesía empapada de pasado. En ese sentido, hubo tiempo para revolver el ayer más lejano con '¿Quién me ha robado el mes de abril?' y 'Calle melancolía', dupla capaz de tumbar las defensas más férreas, pero fueron sus legendarios años noventa, con especial protagonismo para el excelso '19 días y 500 noches', los que terminaron apoderándose por completo del espectáculo.
No faltaron la imbatible rumba homónima de su citada obra maestra de 1999, de la cual se recuperaron también la formidable 'Ahora que…' y esos tres monumentos llamados 'Donde habita el olvido', 'Una canción para la Magdalena' y 'Noches de boda', delicia trenzada al costado de 'Y nos dieron las diez', su popular pareja de vals en directo desde hace años. Compañeras soñadas con las que finalizó un primer tramo que había dejado hasta entonces otros momentos sensacionales como los vividos con la resplandeciente 'Por el bulevar de los sueños rotos'; 'Y sin embargo' y 'Peces de ciudad', eternas contrincantes en la lucha por la medalla de oro del catálogo 'sabinero'; o una sobrecogedora 'Tan joven y tan viejo' que ejerció de broche de oro. El resto de los directos de esta gira están siendo clausurados con 'Contigo' y 'Princesa', pero el asfixiante calor, el cual ya había provocado una desaparición puntual y posterior disculpa del propio Joaquín a mitad de velada, obligó a cerrar la noche antes de tiempo. Nada que objetar, pues cuesta imaginar una composición más coherente y emocionante, en fondo y forma, para una despedida.
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Alma de epílogo
Cantamos. Bailamos. Reímos. Lloramos. Abrazamos. Echamos de menos, volvimos por un instante y prometimos regresar. Escribimos por dentro. Ovacionamos hasta que quemaron las manos. Abandonamos este concierto con alma de epílogo brindando a la salud de los buenos borrachos. Dijimos adiós a Joaquín Sabina, pero con la boca pequeña y el corazón estrujado, porque hay artistas que nunca dejan de permanecer y pertenecer. Y la vida siguió, ya se sabe, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
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