La agitación de lo natural
Música Inesperada ·
Cuando las ideas tienen memoriaLa música en la ópera Wagner es un perfecto nexo de unión entre el compositor y el oyente. Más allá de acompañar al texto del libreto, ésta integra la totalidad de elementos precisos para que, en palabras de Roger Scruton (El anillo de la verdad, Acantilado), fluyan las emociones del drama musical, tanto las que provienen de los personajes como de la respuesta del oyente.
A lo largo de este mes de febrero, el Teatro Real de Madrid propone, como cierre del ciclo del Anillo del Nibelungo de Richard Wagner, la representación de El ocaso de los dioses. Las óperas del maestro sajón han sido injustamente vinculadas a ideales totalitarios sin que él fuese responsable de ello. Por el contrario, en sus partituras está contenido el mundo tal y como es, tanto en su concepción global como en los pequeños acontecimientos que vivimos como individuos.
La ingeniosa y consolidada producción de Robert Casen del Teatro Real complementa la excelente música de Wagner sin distraernos en ningún momento del mensaje que despliegan los numerosos instrumentos distribuidos entre el foso y los palcos colindantes. El compositor, como afirma Scruton, logra en esta ópera que la orquesta mantenga perfectamente informado al oyente de lo que va a suceder y es desconocido por los personajes, lo que inquieta a un espectador incapaz de advertirles. Esto es sin duda un anticipo de la manera con la que el director Alfred Hitchcock llevará a cabo en sus películas de misterio.
Para que la música exprese su contenido emocional de una forma más completa que las palabras, Wagner crea el motivo conductor (Leitmotiv) a modo de pequeño fragmento musical asociado específicamente a un personaje, objeto, idea, emoción o acontecimiento. Además, el Leitmotiv genera en el interlocutor un efecto emocional vinculado a lo que él representa desde su primera aparición en escena.
En general, la Tetralogía del Anillo del Nibelungo gira sobre el concepto global de la afrenta del hombre a la Madre Naturaleza cuando, en su momento, intenta dejar de pertenecer a ella para someterla a su propio interés. Según Scruton, a partir de este instante, surgiría la necesidad de leyes, dioses inmortales, estancias celestiales y recompensas para los que cumplan con el orden establecido. El amor sería una concesión de los dioses al hombre para que lo disfrutara dentro del matrimonio, aunque finalmente esta fuerza instintiva no pueda ser siempre contenida tan fácilmente en ese entorno.
El orden natural es tan espontáneo como la maldad derivada del anhelo de poder de dominación de algunos individuos sobre los demás. El odio se hace tan tenaz que los ideales más sublimes pierden consistencia ante él. El hombre enamorado no comprende que la maldad pueda amenazarlo con tanta persistencia e incluso se muestra altivo ante las advertencias recibidas.
El anillo de oro de los nibelungos condensa el ansiado poder y el robo del mismo en el pecado original que desencadena todos los acontece después. La única solución al desorden y a los terribles dramas individuales es la restitución de la preciada joya a las profundidades del Rhin. Wagner elige a Brunhilda, una mujer inteligente y con sentido común, para que restituya el orden natural y erradique la agresiva maldad que nos aflige.
No hay ninguna duda de que el Anillo del Nibelungo es una ópera con muchas lecturas por su condición de obra de arte total, pero existe consenso en que la profundidad, densidad y belleza de su música nos hace más humanos.