García Martínez, en la presentación del libro de José Belmonte sobre José Luis Castillo Puche.

El mejor prosista

Martes, 26 de abril 2022, 02:51

En 1983, tras el cierre definitivo –en febrero de ese mismo año– del diario 'Línea', en el que un servidor colaboraba semanalmente, comenzó mi relación con LA VERDAD, con lo que, después de casi cuarenta años, me he convertido, más que en un colaborador al uso, en una auténtica reliquia, casi un viejo que se niega en redondo a abandonar el raro empleo de crítico literario que, como diría Mariano José de Larra, el padre del periodismo moderno, es un oficio que no sirve para vivir pero que da para vivir.

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Me envió a la redacción del periódico, a su sede de Ronda de Levante, el escritor y radiofonista, prematuramente desaparecido, Antonio Segado del Olmo, que vio en mí –un joven veinteañero que, como en el poema de Gil de Biedma, había venido a comerse el mundo– a un lector inquieto, voraz e impenitente.

Así apareció en mi vida la figura de Pepe García Martínez, al que ya conocía por su bien ganada fama de periodista, por esos artículos, graciosos y redondos, que, más que leídos, eran literalmente devorados cada día por la gente mientras tomaba su café. Jamás recibí consignas sobre lo que tenía que leer –lo dejaba a mi libre albedrío, que no siempre era la mejor de las fórmulas–, ni qué tenía que poner en cada una de mis reseñas, otorgándome a mí mismo la libertad –y la osadía– de enmendarle la plana, incluso, a muchos escritores que eran sus amigos, sin tomar disgusto por ello. Pero sí se permitió darme un consejo, que he convertido en un lema hasta hoy mismo: «Ante todo, procura que, en cada reseña que escribas, quede bien claro si la obra es buena o es mala, y luego añades tus razones». En lo referente a libros, también fue un verdadero maestro, como escritor y como fino lector.

Como escritor, al margen del periodismo profesional, ha sido, junto con su amigo José Mariano González Vidal, el mejor prosista murciano del último medio siglo. Y lo bueno es que ni él mismo acabó nunca por creérselo.

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