La segunda muerte de Carlos Fuentes
ANÁLISIS ·
Editoriales y lectores están dejando de lado a un novelista que revolucionó el panorama literario hispanoamericanoSe cumplen diez años de la muerte de Carlos Fuentes y en las librerías españolas desaparecen sus títulos, menguados por las escasas reediciones de su ... obra y el olvido editorial implícito. Los lectores están dejando de lado a un novelista que revolucionó el panorama literario hispanoamericano. Este rápido claudicar de un escritor soberbio, al que la posteridad debería tener guardado un puesto de honor en las grandes bibliotecas del siglo XX, se asemeja al final de su personaje, Artemio Cruz, encamado, viendo transitar todos sus recuerdos, mientras el mundo que acontece tras la ventana ya no le corresponde. Fuentes se está quedando sin lectores porque sus novelas, sus ensayos, han dejado de estar presentes en la actualidad literaria (a veces, tan ajena a la calidad), a pesar de hablarnos de situaciones cercanas a las nuestras, a pesar de mantener una vigencia estilística como pocos novelistas ahora que su primera novela se publicó hace setenta años.
Carlos Fuentes fue uno de los pilares del 'boom' hispanoamericano, esa ola cultural que arrasó las librerías de todo el mundo con escritores nacidos en la parte americana del continente donde se hablaba español. Lo que venía del otro lado del charco no era Faulkner, ni Poe, ni Hemingway ni Fitzgerald, sino unos cuantos muchachos de México, Argentina y Colombia que habían sido capaces de renovar un lenguaje necesitado de magia, de contar historias de la calle, una violencia enamorada de la pobreza y una estética tan poderosa como cautivadora. En efecto, a los nombres de García Márquez, Vargas Llosa y Julio Cortázar se debe sumar el de Carlos Fuentes como iniciador del 'boom', el movimiento que puso nombre a la literatura hispanoamericana y que demostró que, en los años sesenta, la mejor escritura contaba historias con acento latino.
Fue en París donde explotó en el público la necesidad voraz de leer hispanoamericanos. El 'boom' dio a conocer también a otros escritores tangenciales. Por las librerías del Barrio Latino pasaban Borges, Paz, Carpentier, Bryce Echenique y Juan Rulfo. Una prueba de la importancia capital de Fuentes en el panorama literario del siglo XX lo encontramos precisamente al hablar de Rulfo. Este publicó en 1959 'Pedro Páramo', tal vez una de las mejores obras de la literatura universal. Un año antes, Fuentes ya había publicado 'La región más transparente', una novela que es un canto de amor a México DF, un relato faulkneriano en donde se combinan las voces y las historias, como un gran mosaico en el que al alejarse descubriésemos la ciudad de todas las ciudades. Supone una irrupción en el panorama literario solamente comparable con la de Vargas Llosa y 'La ciudad y los perros'.
'La región más transparente' fue una irrupción comparable a 'La ciudad y los perros' de Vargas Llosa
En el caso opuesto tenemos a Cortázar, un escritor cuya experimentalidad lo llevó a desaprovechar gran parte de su potencial. El escritor argentino es uno de los mitos más afamados de la literatura hispanoamericana y, sin embargo, el tiempo no ha sido tan benévolo con sus obras. 'Rayuela' ya es una novela de museo, admirada por todos y leída por pocos. En realidad, un examen detenido agranda las heridas de un libro por momentos genial, pero en gran parte tedioso. No sucede lo mismo con Fuentes. Su afán renovador (más contenido que el de Cortázar) lo llevó a firmar una de las mejores novelas cortas que se hayan publicado. Hablamos de 'Aura', una historia mínima contada en segunda persona del singular, jugando con los tiempos verbales, añadiendo maestría barroca a un lenguaje dulce. 'Aura' cuenta la diatriba de Felipe Montero, quien lee en el periódico un anuncio para impartir clases de francés. Se dirige hacia la casa requerida y empieza a enseñar a Aura, la hermosa sobrina de un célebre militar fallecido. El ambiente erótico transpira en cada página, con altas dosis de realismo mágico, un campo en el que no hace falta ser García Márquez para moverse con soltura.
Otra de sus grandes novelas, 'Terra Nostra', resulta inencontrable en las librerías españolas. Ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1977 (heredera en este trono de 'Cien años de soledad'), la obra cuenta los últimos días de Felipe II en El Escorial, en un viaje temporal, geográfico y sentimental por el imperio español y sus dominios. Son pocas las novelas históricas que tratan el tema de la conquista (con permiso de Fernando del Paso y William Ospina) como para estar mandando al ostracismo una novela de arquitectura tan perfecta.
Quien haya leído a Carlos Fuentes sabrá de la arrogancia de Artemio Cruz, respirará ese aire fresco que hipnotizaba a los habitantes del DF y los hacía convertirse en héroes, contemplará el frágil cuerpo desnudo de Aura, amando a su profesor de francés encima del crucifijo familiar. Historias que hablan de un mundo maravilloso, pero pegado a la tierra. Aspectos humanos imperecederos y que temen ser sepultados por la arena de las novedades editoriales. Tal vez estemos a tiempo de encontrar, bajo la tierra, 'El espejo enterrado' que escribió con brillantez, un ensayo sobre la hermandad que siempre existirá entre España y América, ese espejo que ilumina a los lectores, sin importar la época, mediterráneos o caribeños. Carlos Fuentes es patrimonio cultural de una historia común. Ya es hora de revalorizarlo.
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