Indudablemente, tanto los ritmos de la historia como el paso del tiempo irán poniendo cada cosa en su lugar, aunque también sabemos que por muy ... razonables y sensatas que nos parezcan las ideas y los principios que a día de hoy defendemos, no siempre estará garantizado que sea ese el lugar al que se llegue. Aun así y mientras queden las fuerzas y persista el convencimiento, creemos que todo el mundo debería luchar por no olvidar –y hacer que no se olvide– aquello de lo que se está convencido.
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Decimos esto porque acaba de celebrarse el trigésimo tercer cumpleaños del Museo Ramón Gaya y, con este motivo, sus responsables han programado –entre otros actos– una exposición en torno al tema de «la silla», uno de los elementos que aparecen en el primer cuadro conocido del pintor y del que ahora se cumple el centenario de haber sido pintado.
Quienes conocimos a Ramón Gaya y, sobre todo, quienes sabemos algo de su vida, de su obra y, sobre todo, de sus principios creativos, en absoluto podemos estar de acuerdo con esta exposición. En primer lugar, pensamos que un tema no puede ser la excusa para una exposición, no sólo porque el tema en el arte no es un fin, sino un medio –a diferencia de lo que sucede con la imagen fotográfica donde el tema lo es todo– sino también porque fue el propio Ramón Gaya quien con su obra vino a decirnos en repetidas ocasiones que el tema de una obra era casi intrascendente y que suele obedecer a otros criterios que tienen más que ver con el momento histórico y social que se vive, ya fuesen bisontes o dioses, ya se tratase de reyes, escenas míticas, retratos, paisajes, bodegones, vacíos estéticos, copias de fotos... Solo tenemos que acercarnos por su museo para darnos cuenta de que los temas de Ramón Gaya eran muy recurrentes: bodegones, homenajes, copas de cristal...
El sentido último de esta institución cultural no es sólo el de mostrar unas obras, sino también el de velar, difundir y cuidar el legado del pensamiento gayista
Recuerdo que en cierta época la crítica más extendida que se le hacía estaba basada en que se había convertido en el pintor de las copas de cristal, a lo que él, con su sonrisa malévola y su sorna inteligente respondía: ¿me podrían decir dónde hay en mi obra una copa pictóricamente igual a otra? Y es que, aun tratándose de la misma copa material, lo que no era nunca igual era su mirada, su sentimiento, su tiempo, su necesidad, su realidad..., justo todo aquello que tiene que ver con la creación viva y no con su circunstancia temporal. El tema en el arte es un simple vehículo, una excusa, un lugar común para poder «decir» a otros el propio sentimiento.
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Y, en segundo lugar, no podemos estar de acuerdo con esta exposición porque con ella se está quebrantando el destino al que Gaya se entregó, no sólo con su obra, sino también con su vida: el de encontrar «el hilo perdido de la Pintura». Opiniones aparte y, desde luego, con el máximo respeto hacia todos los autores representados en esta exposición, creemos que en ella se exhiben algunas obras que contradicen al propio Gaya, a su forma de entender lo pictórico y, claro, a su forma de entender el hecho creativo, o sea, la vida misma. Sí, ya sabemos que este museo es uno de los pocos museos que existen a contracorriente en la globalizada y mercantilizada marcha actual del arte, pero, precisamente, esa es también una de sus virtudes, por no decir su gran virtud. Meter en él unas obras que lo contradicen, aunque esas obras contribuyeran a que fuese más visitado por un público heterogéneo y diletante, no se justifica por sí mismo porque, con ello y al mismo tiempo, esteremos quebrantando su verdadero sentido.
Recuerdo que al poco de inaugurarse el museo, Ramón Gaya nos decía a los amigos que le gustaría que este espacio permaneciera siempre cerrado y que solo se abriera para aquella persona que llamara al timbre y que verdaderamente estuviera interesada en ver las obras. Por supuesto que comprendemos lo que es mantener actualmente un espacio expositivo sin una masa de gente que justifique su gasto, como también comprendemos a su actual director –el que, por cierto, también está haciendo cosas muy importantes y necesarias en relación con la obra de Gaya–, pero creemos que el sentido último de esta institución cultural no es sólo el de mostrar unas obras, sino también el de velar, difundir y cuidar el legado del pensamiento gayista. Más allá de esto último, las propias obras se cuidarán por sí mismas porque, desde que nacieron, ya están andando su propio camino, su propio destino.
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