Huevo de Fabergé. ANDREW GOMBERT / EPA / SOTHEBY'S AUCTION HOUSE
Mesa para cinco

La gallina de los huevos de oro

Domingo, 22 de junio 2025, 07:37

El pasado 30 de mayo tuvimos el lujo de escuchar en Cartagena al prestigioso arquitecto Josep María Montaner. Un hombre de perfil tremendamente interesante, pues ... su enorme experiencia académica e intelectual en el ámbito de la arquitectura está enriquecida con un comprometido activismo urbano que le llegó a poner al frente de la concejalía de Vivienda y Rehabilitación del Ayuntamiento de Barcelona entre los años 2015 y 2019.

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Sus palabras, como es habitual en los eventos que organiza Cartagena Piensa, fueron muy interesantes e inspiradoras. Yo destacaría el momento en el que enumeró las políticas que puso en marcha durante su legislatura y que estuvieron orientadas a garantizar el derecho a la vivienda como servicio público, combinando medidas estructurales, asistencia directa y regulación. Y es que, durante aquellos cuatro años, apostó por la ampliación del parque de vivienda pública, la cesión de uso como fórmula que va más allá de la renta limitada o la infructuosa venta de viviendas protegidas, la activación de la rehabilitación o la creación de oficinas municipales para la mediación, la ayuda directa y el asesoramiento.

Otro de los grandes asuntos que trató en su charla fue el de la vivienda turística. Un tema que, en las ciudades medias sin un atractivo potente o simplemente mediático, aún no es un problema pero que, tanto en las grandes urbes como en la España rural o las ciudades que cuentan con alguna atracción célebre, se está convirtiendo en un proceso patológico muy preocupante. De hecho, el pasado fin de semana miles de personas se manifestaron en lugares como San Sebastián, Barcelona, Palma de Mallorca o Granada contra el turismo masivo. Un fenómeno que altera la ciudad vaciando barrios enteros en los que modifica el tejido comercial cotidiano y dispara el precio de la vivienda, convirtiéndolos en una ilusión de vitalidad falsa y absolutamente frágil.

Y justo cuando estaba exponiendo sus argumentos sobre este asunto, alguien entre el público preguntó : «¿Qué tienen de malo los apartamentos turísticos si me permiten viajar con la familia por un precio asequible?». La respuesta es clara, el apartamento turístico en sí no es nocivo, al contrario. Como concepto es una fórmula que además no es nueva, el mundo anglosajón lleva décadas practicando la utilización de espacios o anexos de la vivienda habitual para acoger personas de viaje y ayudar así a la economía familiar. El problema, como ocurre con las células cancerígenas, es cuando esa fórmula se multiplica sin control provocando la alteración del órgano urbano con subidas de los precios por encima de la capacidad de sus ciudadanos, modificación de la red de comercios que dejan de abastecer las vidas cotidianas para especializarse en las de paso y, sobre todo, con la perturbación del entorno social que deja de ser reconocible para convertirse en una masa impersonal de turistas que aniquilan esas condiciones sociales tan humanas y valiosas como son la red vecinal y el arraigo.

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Ante semejante fenómeno, la respuesta es la misma que ante otros asuntos que en exceso son perjudiciales: regulación para que esta actividad económica no produzca más perjuicios que beneficios, y control para frenar a los avariciosos. De hecho, en Viena, conscientes de la riqueza que tienen en su sistema inmobiliario, ya han puesto en marcha una policía de edificios que persigue aquellas prácticas que exceden lo regulado con el objetivo de mantener una convivencia sana y sostenible entre turistas y habitantes. Allí se cuidan y velan por sus tesoros nacionales.

Evidentemente, el turismo masivo es una cuestión compleja, y la proliferación de pisos turísticos, hasta el punto de destruir el tejido urbano, es solo una de sus consecuencias. La condición humana es así, somos capaces de acabar con los recursos que nos dan riqueza por alcanzarla rápido. De hecho, parece ser que fue Esopo quien, ya en la Antigua Grecia, escribió la famosa fábula de la gallina de los huevos de oro, advirtiendo que «la codicia es mala consejera y hace tu fortuna pasajera».

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