La destrucción del patrimonio como lección para el futuro
Ricardo Montes reúne en un libro una cuarentena de casos del municipio de Murcia a lo largo de tres siglos y defiende la labor de colectivos ciudadanos
Ricardo Montes Bernárdez ya tenía paño de encierro mucho antes de que la pandemia marcase un nuevo ritmo para la humanidad entera. El historiador y ... presidente de la Asociación de Cronistas Oficiales de la Región de Murcia, habituado a desempolvar historias muertas de anaquel, vuelve a la actualidad con 'Destrucción del patrimonio arquitectónico de la ciudad de Murcia. 1712-2012', un volumen editado por el Ayuntamiento de Murcia que viene a demostrar la tesis de partida: que el patrimonio arquitectónico de Murcia, a lo largo de los últimos trescientos años, no se ha caído solo. «Y no todo se puede achacar a la guerra civil», sostiene Montes.
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Hay ayuntamientos pequeños como Albudeite, Pliego, Las Torres de Cotillas, Campos del Río... que en los años 60 venden documentos como papel para reciclar. De modo que no se sorprende el cronista de que también desaparecieran bibliotecas y archivos. «En la época de Franco, con la autarquía, hacía falta papel para reciclar, y desde Madrid daban órdenes a los ayuntamientos para hacer expurgo de documentos».
Eso es harina de otro costal, anota Montes, quien en este libro hace algo muy necesario hoy: advertir al lector de que el paisaje de muchos lugares del municipio de Murcia ha ido perdiendo señas de identidad, sin importarle la historia y haciendo en muchas ocasiones sus dirigentes caso omiso a sus obligaciones como garantes de una memoria común. Él habla directamente de dejación de funciones o de apoyo a la destrucción, como fue el caso de los baños árabes de Madre de Dios en 1953, colmo de los colmales, por venia del alcalde Domingo de la Villa. «Era farmacéutico, o sea que sabía leer...».
«Yo me río por no llorar, porque cuando empiezas a leer los documentos te preguntas, ¿pero quién dio permiso para esto?»
«Yo hablo de más de 40 edificios históricos que se han perdido en Murcia, y me quedo corto. Unas veces por la guerra, porque ya en 1835 hubo un levantamiento porque la gente sabía que todos los curas eran carlistas y se luchaba porque el rey no fuera absoluto, y muchos edificios religiosos fueron desmantelados u ocupados. Y en 1936 ocurre otro tanto. Yo todavía no entiendo como historiador la manía de perseguir el patrimonio religioso. Eso de quemar imágenes o conventos no lo acabo de entender. Pero, independientemente de las guerras, en las que la gente pierde el norte, hay muchos edificios que se los han cargado el poder político y el poder económico para algo», expone Montes. Por ejemplo, cita que en los años 30 alguien decide que desde Platería y la plaza de Santo Domingo tiene que verse la futura rotonda donde iba a parar la estación de Santiago y Zaraíche. La pala entra y derriba de un plumazo en 1937 el Palacio de los Vélez. Para abrir la Gran Vía de Murcia y hacerla recta, la piqueta tumbaría los baños árabes, monumento nacional.
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«Son contadas las ocasiones en las que se han conservado cosas, como la fachada del Huerto de las Bombas, que acaba en el Malecón; la fachada del Contraste de la Seda que se lleva al Mubam; la del Palacio Riquelme que va a parar al Museo Salzillo. Dentro de lo malo, hay gente que ha luchado por conservar algo», reflexiona el historiador. ¿Era inevitable que esos edificios se destruyeran? El autor lo atribuye a «una cortedad mental» de los urbanistas. Gaspar Blein, cita Montes, se carga los baños árabes y antes el Palacio de los Vélez, que estaba saliendo de Santo Domingo, con el beneplácito del munícipe. «En otras ocasiones son palacetes del XVIII cuyos dueños los tienen en estado de abandono, y como no había una legislación que los protegiera convenientemente... en ciertas ocasiones ha habido dejación de funciones». Y cuando ha habido normativa, tampoco ha sido una garantía total.
«No es solo que no hubiera legislación, sino que no había conciencia de protección. Entiendo que había que haber sido un poco más duros», afirma Montes, que reconoce haber llorado por el destino de muchos de estos inmuebles. «La plaza de Belluga es un monumento a la Murcia barroca. El imafronte de la Catedral es del XVIII, como el Obispado, y del XVIII al XIX son el resto de las casas. Donde está el Moneo hoy estaba el Palacio de la Riva, del siglo XVIII, pero en 1978 alguien decide que estorba, mandan la pala y se lo cargan. Y se decide levantar allí un edificio ultramoderno de Moneo, muy bonito, precioso, ¿pero cómo se puede cerrar una plaza del siglo XVIII con un edificio moderno?». Esta consideración de Montes está extendida en Murcia. «¡Que se está usted cargando la esencia de una ciudad construida lentamente! La Murcia que más destacó fue la del XVIII, aparte de la del siglo XIII, pero hubo que esperar cinco siglos para que Murcia volviera a recuperar una esencia para todo el país. Eso nos lo cargamos en parte, entre todos».
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«Hemos sido un poquito bárbaros», sentencia el historiador. «Es verdad que hay mucho conservado, porque todavía hay edificios antiguos, pero Murcia era una ciudad barroca y nos la hemos cargado». Todavía hoy muchos elementos arquitectónicos antiguos parecen estar esperando el estocazo definitivo. «Cuando en 1997 tiran el Club Remo, un edificio de Enrique Sancho Ruano, conforme lo están tirando dice el concejal [Ginés Navarro, titular de Urbanismo] que esto es un momento histórico para la ciudad de Murcia. ¡Y esto ha sido en pleno siglo XX! Menos mal que salvaron las vidrieras de Muñoz Barberán».
A espaldas del Club Remo, donde estaba Radio Juventud, había un edificio que fue de los franciscanos, donde a comienzos del siglo XX vivió el apóstol del árbol, Ricardo Codorníu. «Yo me río por no llorar, porque cuando empiezas a leer los documentos piensas, ¿pero quién dio permiso a esto? Siempre había un alcalde».
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Nunca más se supo
Sobre el Sagrado Corazón que corona el cerro de Monteagudo, dice Montes que nunca debió haberse colocado sobre un castillo medieval. «Tan malo es eso como bombardearlo [el primer Cristo fue dinamitado en 1936] y derribarlo por ideas religiosas». Murcia ha perdido joyas arquitectónicas, y ha cambiado a peor. El resultado es «una Murcia nueva con una arquitectura ecléctica que no nos dice nada. Hemos tenido arquitectos, pero no urbanistas». No solo el centro se ha desvirtuado. Las pedanías también. El Recreative de Espinardo era una maravilla. «Era del XIX, magnífico, un edificio donde leer prensa europea, era un velódromo donde venían los campeones de Europa. Luego esta sociedad deportiva acabó siendo la sede de Radio Murcia en el 34. En los 70 se decide desmontarlo, con la intención de recolocarlo en un jardín. Yo llevo 10 años preguntando dónde está, porque desapareció y nunca más se supo».
El autor de 'Destrucción del patrimonio arquitectónico de la ciudad de Murcia. 1712-2012' alaba la labor de denuncia de asociaciones y plataformas que no pasan ni un ataque al patrimonio, por pequeño que parezca. «Si no existieran, se lo hubieran cargado todo. Porque todo es posible tirarlo y volver a construirlo o recalificarlo si hay un interés económico». Este libro fue patrocinado por la anterior Concejalía de Recuperación del Patrimonio, que dirigía en la etapa de Ballesta el edil Jesús Pacheco. «Es importante ocuparse de esto, y esto es relativamente reciente porque hay una concienciación de la sociedad murciana. Pese a que yo denuncio al Ayuntamiento, tanto Ballesta como Pacheco tiraron para adelante con este proyecto».
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En los pueblos pequeños todavía percibe el cronista ese riesgo a seguir perdiendo elementos arquitectónicos de interés. Por eso reivindica Montes el papel del cronista en la defensa activa del patrimonio. En la asociación hay actualmente 48 cronistas oficiales y hay media docena de términos municipales que no tienen. «Eso es un disparate, yo no me he dormido en los laureles, he ido a Abanilla y a Cieza, por poner dos ejemplos, y nada, no nombran a nadie. En la Región hay muy buenos historiadores, y el cronista se preocupa mucho de estas cuestiones. No cobramos nada, trabajamos gratis, pero a veces falta voluntad». De esos 48, solo hay mujeres cronistas en Beniel, El Raal y Yecla.
Montes, profundo conocedor de la historia de moros y cristianos, siempre dice algo que asombra. Por ejemplo, recuerda que entre los siglos XVI y XVIII había «miles de esclavos por las calles de Murcia, aunque ya no había guerras». El paisaje que estos errabundos habitantes que eran moneda de canje, «el salario del placer, para satisfacción del propietario», pudieron contemplar no se parece en nada al que vemos hoy. Microhistorias que provocan un ay.
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