Mariano Hernández Monsalve
El experto en salud mental ofrece este miércoles una charla sobre la perspectiva de la recuperación invitado por Solidarios para el Desarrollo
El ciclo de conversatorios de Solidarios para el Desarrollo en la Región de Murcia recibe este miércoles en Murcia al prestigioso psiquiatra Mariano Hernández Monsalve, ... una autoridad en los servicios de salud mental comunitaria en Madrid y expresidente de la AEN-Profesionales de Salud Mental. El encuentro en Murcia será, de 18 a 19.15 horas, en el Aula Antonio Soler Martínez, en la planta baja del Aulario de La Merced, y la inscripción es gratuita en el correo murcia2@solidarios.org.es. Hernández Monsalve disertará en Murcia sobre 'La perspectiva de la recuperación: nuevas alianzas en salud mental entre personas expertas y profesionales'. Una oportunidad para conocer de primera mano cómo es el trabajo comunitario en salud mental.
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–Ahora se habla mucho del abordaje de la salud mental, ya no es tabú, pero supongo que hubo momentos en que costaba un mundo que esto se tuviera en cuenta.
–Siendo el problema psíquico, el trastorno o el sufrimiento psíquico, muy importante en la vida de la gente, lo cierto es que ha estado soterrado, ha tenido el padecimiento de estos problemas el peso del desprestigio y del estigma social, del oscurantismo. Pero ahora no. Y con el paso del tiempo, en algún momento me atrevería a decir que estamos viviendo una cierta crisis de éxito. Cuando la ayuda en salud mental, sobre todo en los casos más leves, el sufrimiento asociado a la vida diaria, el estrés, etcétera, fue irrumpiendo cada vez más generando muchas demandas y consultas, empezando a desbordar los servicios. De tal modo que si antes era una vergüenza ir al psiquiatra o a hacer consultas por problemas psíquicos, en cierto momento pasó a ser una moda. Antes de la moda actual, quiero decir. Empezó a llenarse mucho con conflictos laborales y conflictos de la vida diaria; malestares asociados a problemas familiares; problemas de desacople en el trabajo, en las parejas, o en las amistades... enseguida generaban consultas en salud mental.
–¿Qué efectos desencadenó eso?
–Tuvo un efecto puñetero. Porque efectivamente crecía una cierta aceptación y cierta moda, moda de consumismo de productos psico, porque antes no se quería saber nada de eso, y pasamos a hablar de psicofármacos, por un lado, sobre todo antidepresivos, que se empezaron a consumir de una forma exponencialmente creciente, y también cada vez más psicoterapias, ayudas psíquicas de otra manera, terapias dinámicas, cognitivas, de grupo... La gente empezó a pedirlas y eso fue una primera avalancha, con la contrapartida de que a veces los pacientes más graves, los más psicóticos, los que estaban sufriendo más, los que estaban en riesgo de inclusión social o de ingreso psiquiátrico, no lo piden tanto y quedan un poco más marginados u orillados por estas demandas más modernas. Y después del Covid lo que encontramos es una demanda importante de salud mental, y estamos intentando sincronizar esas dos tradiciones: la ayuda para la rehabilitación de los pacientes más graves, y redefinir qué hacemos con tanta demanda de problemas de la vida diaria que se medicalizan y se psicologizan en el sentido de pedir intervención profesional.
«Tenemos que poder volver a pensar que el futuro es nuestro y nos pertenece»
–Eso implica planificar más y aglutinar recursos y personal.
–Hay que reunir recursos, sí, y ponernos a pensar con la ayuda de sociólogos, psicólogos y de los ciudadanos si no tenemos que desarrollar también una capacidad de que la gente aprenda a autogestionar un poco estas cosas y llevarlas a otros terrenos que no sean solo a profesionales de la salud. Por ejemplo, antes un conflicto laboral se elevaba al sindicato, y ahora vas al sindicato y te pide que traigas el informe del psiquiatra. Es solo una anécdota.
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–Desde la pandemia, y con estos crecimientos de la demanda acumulados, ¿qué respuesta están dando las administraciones?
–Ha habido respuestas interesantes. A veces, allá donde se han podido mantener infraestructuras de apoyo mutuo, de ayuda cercana, pues ahí se ha resistido un poco más. En algunos sitios se han hecho esfuerzos enormes, como por ejemplo usar durante el confinamiento los dispositivos telemáticos para estar en contacto con pacientes y para hacer seguimientos. Se ha aprendido ante el uso de las tecnologías. Y algo sí se ha hecho. Pero está siendo más fuerte la capacidad de producir daño por parte de la vida que llevamos. Por ejemplo muchos jóvenes tienen la sensación de futuro cancelado, de falta de fluidez para sacar adelante proyectos y para sentirse bien acogidos e instalados en la sociedad en que vivimos. La posibilidad de gestionar las crisis, con las depresiones, las ansiedades, las crisis de identidad que forman parte del crecimiento... se acrecientan muchísimo los síntomas, y se incrementan el acudir a urgencias, solicitar tratamientos, las conductas autodestructivas con riesgo de suicidio, con autolesiones y daños... todo esto es un indicativo de que es mayor la capacidad de estar produciendo estas rupturas, estas heridas o desajustes de la sociedad en que vivimos, que la capacidad de los servicios para crecer tanto y tan deprisa para dar respuesta a todo ello. Hay que crear más y mejores servicios de salud mental, de acuerdo, y también ayudas de salud mental en servicios sociales y educativos. Pero también hay que preguntarse mucho qué tipo de sociedad estamos haciendo para que esto que llamamos los determinantes sociales de la salud, la capacidad de la sociedad para producir daño, esté creciendo mucho. Esta es una de las lecturas que hacemos en algunos sectores de población: los más marginados, los más pobres y los más jóvenes.
«Mientras nosotros, los profesionales, pensamos en la enfermedad, los pacientes piensan en sus vidas»
–¿Las desigualdades sociales acrecientan el sufrimiento psíquico?
–Por supuesto. Ante eso, los profesionales de salud mental tenemos algo que hacer, pero es una historia casi paliativa. Para ir al origen de la cuestión hay que ver cómo reorganizamos nuestra vida social. Y hay respuestas más de índole económica y social que sería muy importante vincularlo con esto.
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Pensar en el futuro
–La realidad es tan desbordante que... ¿quién piensa en el futuro?
–Sin embargo, necesitamos cierta perspectiva de futuro, o estamos perdidos. Y que el futuro no sea solo una estrategia individual de sálvese quien pueda, porque hay quien trabaja su futuro en condiciones bastante protegidas, y ahí las cuestiones de clase sociocultural y económica tiene mucho que ver. Pero, claro, por dónde van las cosas para que la gente que va llegando a la vida social y laboral vaya encontrando una sensación de que ese mundo social y laboral le acoge. Hoy eso no está nada claro con las cancelaciones de esperanza. Tenemos que poder volver a pensar que el futuro es nuestro y nos pertenece, y lo tenemos que construir entre todos. Esto sería un reclamo social muy importante y pienso que en estos momentos a lo mejor nadie lo lidera. No hablo de políticos concretos, sino de sociedad en su conjunto.
–¿Es posible la rehabilitación?
–Al menos sí poder aspirar a una rehabilitación social en la vida aunque hayas tenido diagnósticos o problemas de salud mental. Es posible recibiendo los apoyos profesionales necesarios. Si estamos atentos a poner remedio y contrarrestar esa capacidad devastadora que pueda tener el sufrimiento psíquico, y ayudando a que la persona rescate lo mejor de sí mismo y lo mejor de sus condiciones de vida, ahí está la rehabilitación o la recuperación. Recuperar una vida para la persona que por haber tenido un trastorno tiene el riesgo de perder una vida. Mientras nosotros, los profesionales, pensamos en la enfermedad, los pacientes, ellos, piensan en sus vidas.
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–¿Cómo transforma el acceso a la cultura a este tipo de pacientes?
–Tremendamente. Yo participo en Madrid en programas de recuperación de salud mental y yendo en este caso al Museo Thyssen y, a través de la contemplación artística, de desarrollar diálogos, gente que estaba en aislamiento absoluto y que apenas hablaban con nadie, han encontrado un gusto tremendo por vivir y por empezar a salir de su ostracismo.
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