El buscador de tesoros
Tiene Murcia un paisaje humano muy superior al geográfico y por supuesto al urbano. Es un paisaje de gente que ha edificado esto como es. Son tipos de fuerte personalidad que definen la ciudad. Pienso en Cacho, Fructuoso, Párraga, Jarauta o Carlos Egea. Gente distinta pero que delimita épocas y realidades. Pedro era uno de esos iconos del paisaje humano complejo y siempre en tranquila ebullición en su deambular líquido por Trapería y Platería. Pedro era un tótem de esta ciudad que no sabe muy bien cómo ha llegado a ser tan grande sin dejar de ser una aldea entre la Aljufía y el Azarbe, una urbe que lleva sus huellas por todas partes porque sería difícil entender estos últimos cuarenta años sin él, sin sus crónicas, sin su barba y su sombrero y sin su fingida mala sombra. Se ha muerto Pedro y toca decir lo bueno que era. Se estará riendo de mí, no lo duden: era poco amigo de solemnidades y protocolos. Todo lo que estamos escribiendo esta tarde triste le hubiera divertido porque sabía que ya da igual, que la vida hay que disfrutarla mientras dura y luego ya es para los que se quedan la pena, que debe ser lo menos posible.
Podría decir muchas tonterías pero creo más oportuno convocar a alboroque. No sé si en el Corrental pero hay que juntarse a beber y llorar y contar anécdotas de Pedro, que las hay a miles. Y hacernos una de esas fotos que se quedan colgando de las paredes de los bares hasta que todos nos hayamos muerto y el dueño del momento, sin saber quiénes fuimos, la lleve a un rastrillo y allí la compre un contador de historias, un buscador de tesoros imposibles como fue Pedro y como quisiera llegar a ser yo siguiendo su magistral y cálido ejemplo.
Porque la vida es muy cabrona pero alguien la tiene que contar. A tu salud, maestro.