El arte del «ruiseñor de las desdichas»
'Miguel Hernández: el poeta y los pintores', un homenaje a pluma y pincel de Juan Cano Ballesta y los artistas Carlos Santamaría y Antonio J. García Cano
Las ambiciones y sueños de Miguel Hernández en sus años más tiernos han vuelto a imprenta de la mano de Ediciones de la Torre ... en un volumen a modo de homenaje con texto de Juan Cano Ballesta, catedrático emérito de la Universidad de Virginia en EEUU, y los artistas Carlos Santamaría (acuarelas) y Antonio José García Cano (ilustraciones de técnica mixta), profesor del IES Saavedra Fajardo de Murcia. 'Miguel Hernández: el poeta y los pintores (homenaje a pluma y pincel)' es una propuesta enmarcada en esa «constante labor de trabajo y reflexión sobre la relación de arte y poesía hernandianas con el fin de que ese diálogo fructífero haga llegar a más personas el mensaje literario y también ético de alguien como Miguel Hernández», expresa Aitor L. Larrabide, director de la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela. «Supo estar a la altura –remarca en el apéndice– de las circunstancias e identificó su cantar íntimo y personal con el de todo su pueblo, convirtiéndose con ello en «ruiseñor de las desdichas», pero también en portavoz de todas sus esperanzas».
El poeta, muerto a los 31 años en 1942, alcanzó en los años 60 «un alto valor icónico y simbólico, casi de leyenda o mítico», destaca Larrabide, pese a los empeños del franquismo en seguir reprimiendo la disidencia. Pero lo cierto es que la figura del autor de 'Perito en lunas' (Colección Sudeste, 1933, impreso en los talleres de LA VERDAD), 'El rayo que no cesa' (1936), 'Viento del pueblo' (1937) o 'Las nanas de la cebolla' (1939) fue motivo de inspiración de numerosos tributos artísticos que eternizaron su imagen y popularizaron sus versos.
'Miguel Hernández: el poeta y los pintores' recuerda, como indica Cano Ballesta, los lazos del oriolano, «desde su adolescencia, con pintores, escultores y artistas plásticos de todo tipo, con los que aprende a afinar su sensibilidad y captar la belleza del entorno que tanto le fascina». Porque era, incide Cano Ballesta, «un entusiasta de la pintura, le gusta el colorido y tiene una gran sensibilidad para las artes. Por ello siente ese impulso íntimo de estimular su gusto, su imaginación y su obra con la amistad y colaboración de jóvenes artistas, escultores y pintores. Por eso los busca y los trata de conquistar desde su adolescencia».
«Empezó a comprender mejor 'la trágica vida del campesino', como él dice, y se puso de su lado» en los viajes y experiencias con sus amigos pintores
Aquel chiquillo, hijo de un contratante de cabras, que con 15 años tiene que dejar sus estudios en las Escuelas del Ave María del Colegio de Santo Domingo de Orihuela es hoy uno de los poetas más venerados en lengua española. Fue poeta autodidacta, como nos recuerda el catedrático emérito: «Como pastor vive en contacto diario con la naturaleza, los campos, montes, árboles, flores y pájaros, por cuyos nombres y cualidades siente una gran curiosidad: 'Temblad, verdes chopos / frente al firmamento. / Susurra piropos / a los chopos, viento'».
Lírica refrescante
Aquellos ecos de una «visión naturalista del campo oriolano» resultan decisivos. Hasta el punto de que, persiste Cano Ballesta, «el paisaje levantino descubre y lanza a la gran aventura lírica a un poeta extraordinario» y amigos de su círculo como Ramón Sijé, su hermano del alma [y hombre de «gran precocidad y cultura vastísima», destaca Agustín Sánchez Vidal], lo identifican claramente: «Al beberse el paisaje, como él mismo dice, se siente poeta». Con el tiempo, queda claro que transforma en lírica cualquier información visual, olfativa y gustativa. «El venero de esta lírica refrescante sigue siendo la contemplación directa y la intensa vivencia de un elemento esencial del paisaje oriolano: 'La naranja, verdugo veterano, / la inocencia ejecuta de su reo: / párpado de su olor, puerto de abeja, / que ni muere del todo ni se queja', deja constancia en 'Abril-gongorino'.
'Miguel Hernández; el poeta y los pintores'
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Autores: Juan Cano Ballesta, Carlos Santamaría y Antonio José García Cano.
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Editorial: Ediciones de la Torre (con el apoyo de la Fundación M. Hernández).
La palmera, el gallo, la granada, el limonero y tantos otros objetos de la naturaleza son en esa primera experiencia editorial, 'Perito en lunas' «pintados en breves pinceladas de originales metáforas que arrancan de profundas asociaciones simbólicas». No eran suficientes para el coto vedado de Madrid «sus grandes dotes naturales, su genio lírico y su facilidad para la rima», y el «poeta cabrero», como anota Cano Ballesta, es consciente de esas limitaciones entre sus nuevas amistades. Pero dos años después de su primer intento de abrirse camino en la capital, en 1934 Miguel Hernández llega a Madrid, en el ambiente laico y secularizado de la Segunda República, con un auto sacramental, que sería publicado por José Bergamín, un colaborador muy activo del Suplemento Literario (1923-1926) de LA VERDAD, en la revista 'Cruz y Raya', fuertemente respaldada por instituciones conservadoras.
Cuenta Cano Ballesta en este interesantísimo volumen que aquella imagen del vate cabrero recién llegado a la capital, «en toda su tosquedad e inocencia», permaneció en la memoria de los que lo trataron. Fue el caso de su «amigo y protector» José María de Cossío. «También Pablo Neruda –incide el emérito– hace un retrato de Miguel recurriendo a términos y expresiones que dan la imagen de un auténtico hombre rústico cuando alude a su cara 'de patata recién sacada de la tierra'».
Como poeta pastor hizo «progresos incalculables, que probaron los hechos posteriormente»
Frente a esto no es menos verdad, defiende Cano Ballesta, que «el poeta de Orihuela tenía una extraordinaria inteligencia, unos deseos muy fuertes de cultivar su mente y su sensibilidad y, sobre todo, de aprender y ponerse al día a base de ímprobos esfuerzos y aprovechándose de las posibilidades que ofrecía su entorno». El empuje de la juventud hizo de las suyas en su caso, logrando «progresos incalculables, que probaron posteriormente los hechos».
La Escuela de Vallecas
De los círculos madrileños encaja mejor con los artistas de la llamada Escuela de Vallecas: Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Maruja Mallo, Antonio Rodríguez Luna, Eduardo Vicente, Víctor González Gil, Miguel Prieto...
En 1934 escribe Miguel a Benjamín Palencia desde Orihuela: «Como tú, estoy lleno de la emoción y la vida inmensa de todas esas cosas de Dios: pájaro, cardo, piedra... por mi trato diario con ellas de toda mi vida». Los paisajes que enamoran a sus amigos pintores le abren otras perspectivas en viajes y experiencias directas conjuntas. «Miguel empezó a comprender mejor 'la trágica vida del campesino', como él dice, y se puso de su lado. Esta combinación de acontecimientos y contactos explica la evolución de sus convicciones sociales y políticas y el nuevo rumbo de su persona, de su poesía».
Muy crítico con las figuras simbólicas del Guernica de Picasso
Miguel Hernández denunció «la frivolidad de ciertos artistas excéntricos, pintores que temen a la pintura y se entregan a los juegos vanguardistas y cubistas», recoge Cano Ballesta, y, en concreto a Picasso y su Guernica, la obra estrella de la Exposición Internacional de París de 1937. El oriolano pudo ver esta pintura en su viaje a París entre el 29 y el 31 de agosto de 1937, desde donde partió a la Unión Soviética en una representación del Gobierno de la República. Cano Ballesta identificó en los archivos de Josefina Manresa una nota manuscrita de Miguel Hernández en la que señala que «los pintores de hoy temen a la pintura, la rehúyen. Picasso es un ejemplo», si bien esta alusión al pintor fue excluida en la publicación del artículo en 'Nuestra Bandera' en 1937. Esa irrealidad de las figuras picassianas, «como figuras simbólicas», también fue criticada por otros críticos e intelectuales.
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