De Ramón desordena Roma
'Roma desordenada' funciona como un libro de libros
De todos los lugares en los que podía detenerse la memoria de Eloy Sánchez Rosillo en su visita a Roma, eligió uno tan íntimo e ... insignificante que solamente cabía en él la belleza. Fue en 'Roma. 1984', un poema selecto y minucioso. Una mañana de lluvia. Es verano. La ciudad se contiene en unas vistas desde la ventana de un hotel. Cúpulas mojadas y una luz de ceniza aplacando el cielo. El poeta, paralizado, mira a través de la historia cómo se desgaja la vida. No hay más. Y sin embargo, la maravillosa cotidianidad del momento convierte a la ciudad en eterna, al recuerdo en insuperable y a los lectores en huérfanos cada vez que llueve y no están en Roma. Esa es la misma sustancia con la que está escrito el libro de Juan Claudio de Ramón.
'Roma desordenada', publicado por Siruela, no es un libro fácil de escribir. Primeramente, porque Roma abruma. En segundo lugar, porque en la República de las Letras, ¿quién no ha escrito sobre Roma? Una ciudad que ha inspirado páginas sublimes a Quevedo, Stendhal, Goethe, Gogol, Alberti y tantos otros no se deja dominar con facilidad. Le acompañan decenas de libros y paseos que han constituido epitafios de belleza, por caminos mil veces transitados y en donde no resulta fácil hallar la originalidad. De Ramón pisa suelo resbaladizo, pero se mantiene firme. Su libro no es un catálogo de maravillas, sino un desahogo melancólico de sus lugares escogidos. Aspira a la intimidad y, al abrirnos de par en par su mundo, logra devolvernos una ciudad renovada, a punto de ser estrenada por el lector.
La Roma de Juan Claudio de Ramón es sibarita pero también se deja seducir por los bajos fondos. Conjuga los ecos de la 'dolce vita', sus cafés en vía Veneto soñando a Fellini, con los arrabales infectados de pobreza, donde escucha la voz dilatada de Pasolini. En su ciudad caben todos. Hay paseos con tramas barrocas y despojos arquitectónicos del fascismo. Se sientan a la misma mesa Bernini y Moravia, Piacentini y Garibaldi, Canova y el paquistaní que surte de flores los peores días de la pandemia. Es una Roma popular, porque en sus calles más elementales se elevan también templos ideados por Borromini, al lado de los baches ('i buchi') y los spritz a media tarde. A Roma se la quiere o se la detesta, y el autor no encuentra el desamor a pesar de sus males. La ciudad se cobra otra víctima más. El 'flâneur' termina por alabar el caos como una especie de grandilocuencia de los sentidos. Todo es desmedido y desordenado en la capital italiana y el libro aspira sistematizar ese bosque de historias. Y lo consigue.
El 'flâneur' termina por alabar el caos como una especie de grandilocuencia de los sentidos. Todo es desmedido y desordenado en la capital italiana y el libro aspira sistematizar ese bosque de historias. Y lo consigue.
'Roma desordenada' funciona como un libro de libros. Si Roma es una ciudad de ciudades, De Ramón invita al lector a conocer las otras visiones que hay de la urbe a través de sus lecturas. Por sus páginas se sigue la pista de Ramón Gaya, un poeta del color y la luz que vivió en Roma sin poder olvidar Venecia. Y tal vez ese sea su castigo. Existe un trazado invisible entre las acuarelas romanas realizadas por Gaya y expuestas en su museo de Murcia y los retratos poéticos que De Ramón elabora de su vida. Sirven como una traducción perfecta en las dos nobles artes. Algo parecido sucede con María Zambrano, a quien Roma la llena de nostalgia. Estas vidas cruzadas, perseguidas por el escritor como un detective literario, se desarrollan en los cafés de una ciudad dada a la intelectualidad, acogedora de todos los exiliados del mundo. Por ciertos rincones también aparece Alberti. Roma es una segunda patria para los españoles y es justo que este libro lo haya escrito un diplomático español. Seguir sus pasos es también rescatarlos.
Pensé al iniciar la lectura de 'Roma desordenada' que iba a encontrarme un Jep Gambardella domesticado, el dandy interpretado por Toni Servillo en la mayor obra que ha dado el cine italiano de los últimos años, 'La gran belleza'. Pero a las pocas páginas huí de esa idea. Juan Claudio de Ramón es vitalista. Adora la mundanidad y no huye de ella. Se refugia en los atascos pavorosos si acaecen cerca de vía Giulia. No se excede en las descripciones (el mayor pecado de Sorrentino). Da a cada lector lo que busca y le deja la ventana abierta, como Rosillo, para que siga investigando por su cuenta. Es un libro que hubiésemos querido escribir todos los que hemos vivido en Roma, y que hubiesen firmado todos los que han escrito sobre ella. Tiene la perspicacia de Enric González, baja a los infiernos con Belli y sube a los cielos con Stendhal. Persigue en Roma las ciudades que no están y las encuentra. El lector sospecha que su vida también ha estado siempre en esas calles.
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