Medio siglo de la muerte de Hannah Arendt: ¿por qué es tan difícil amar el mundo?
Fue una de las pensadoras más influyentes del siglo XX y nadie se atrevió a razonar con la libertad con la que ella lo hizo, según las estudiosas de su figura y su obra Olga Amarís Duarte y Cristina Guirao Mirón
Olga Amarís Duarte
Doctora en Filosofía, traductora e investigadora
Sábado, 28 de junio 2025, 07:47
En una carta enviada a su maestro Karl Jaspers, Arendt anuncia la intención de titular su próximo libro 'Amor mundi', en gratitud a un mundo ... al que tan tarde había empezado a amar de verdad. De una frase, lanzada sin segundas intenciones a la desnudez de un folio de papel, se pueden entresacar varias ideas esenciales a la hora de analizar el concepto de amor en Hannah Arendt (Linden-Limmer, Alemania, 1906-Nueva York, 1975).
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Empezando por el final, la locución adverbial «de verdad» implica un modo determinado de amar. Es más, incide en el hecho incuestionable de que hay varias formas de amar y que unas resultan más auténticas que otras. Gran conocedora del pensamiento filosófico occidental, Arendt está pensando en el amor trascendente al mundo de las ideas en Platón y en aquel otro destinado a un Dios que es pura fruición en el decir de San Agustín, un pensador a quien la politóloga, siendo aún muy joven, le dedica su tesis doctoral analizando, justamente, el concepto del amor. De igual manera, aparecerá en sus estudios el «amor a sí mismo» de raigambre judeogriega, que mucho tiene que ver con el conocido lema «conócete a ti mismo» que la leyenda ha querido dejar grabado en el Templo de Apolo en Delfos, junto con otra sentencia que reza «nada en exceso», indicando que el amor, si no se practica en la justa medida, es un desbordamiento. La desmesura es el componente que marca otro tipo de amor más privativo que Arendt llamará, tras su ruptura con Martin Heidegger, «la adoración a un solo ser». ¿Cuál de ellos merece entonces el calificativo de verdadero? Al tratarse de una pensadora que tan mal supo ser discípula, como ella misma le confiesa en otra carta a Kurt Blumenfeld, lo cierto es que tuvo que poner en funcionamiento los mecanismos de la imaginación creadora para inventar un amor del que hasta el momento nadie se había atrevido a hablar; es decir, a pensar.
El amor, pese a ser considerado por Arendt como apolítico, incluso antipolítico, pues, al contrario de la amistad, se desvanece en el momento en el que se inserta en la esfera pública, tiene la capacidad de crear un entremedias esencial para que surja un nuevo espacio que, de forma paradójica, acaba con la primacía del Yo y del Tú para instaurar el «Nosotros» de la pluralidad. Utilizando una analogía, Arendt dirá en 'La condición humana' que el hijo representa ese «medio» que pone en común a los amantes, pero que, a la vez, los separa en razón de un mundo nuevo que se insertaen uno antiguo. El amor se define en estos términos como una fuerza creadora y transformadora de la realidad. En esta imagen se vinculan tres de los pilares del pensamiento arendtiano: el nacimiento, el amor y el mundo. Al hilo de este planteamiento sería lícito afirmar que el mundo es amable por el hecho de hacer las veces de morada tanto para sus presentes habitantes, como para aquellos iniciadores que vendrán a renovarlo por el acto de nacer en él. Sin olvidar que la tradición es ese lazo del pasado que otorga sentido a la continuidad de la vida.
El segundo elemento del anuncio de la carta enviada a Jaspers que debiera llamarla atención es esa explicación temporal que sitúa el momento del enamoramiento verdadero en un «tan tarde». Tan tarde, significa, en el exilio, en el lugar en el que Arendt pudo, al fin, hacer las paces con la realidad de su alrededor y reconciliarse con la sinrazón del pasado. El acto de reconciliación, como afirma la autora en 'Filosofía y política', no significa un olvido tácito o una amnistía amnésica de la historia común. En el discurso de Arendt, la reconciliación supone superar el «amor propio» tomando distancia de las razones individuales para ponerse voluntariamente en el lugar del otro en un ensayo de comprensión sin el cual sería imposible la continuación saludable del ejercicio político. Pero también aquí, en el exilio, Arendt realiza aquel giro radical de su pensamiento alejándose de la filosofía y adentrándose en el terreno de lo político de la mano de maestros egregios como Walter Benjamin y su segundo marido, Heinrich Blücher, a quien le dedicará su primera gran obra política, 'Los orígenes del totalitarismo'. El descubrimiento de la política en el exilio se corresponde, a su vez, con una nueva forma de habitar y de encontrar un refugio en el mundo. Tal vez el amor no sea más que eso, un sentirse en casa, como sugiere el hecho anecdótico de que Arendt gustase de llamar a Blücher «mis cuatro paredes».
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Pluralidad
El tercer movimiento plantea un cuestionamiento sobre el tipo de «mundo» del que está hablando Arendt en esa carta, que nada tiene que ver con la biología, la física o una posible cosmología. El mundo para Arendt es el lugar de aparición ante los otros y junto a los otros. En otras palabras, el espacio común y plural que se genera entre los seres humanos cada vez que estos se reúnen para conversar. Como tal, es una creación humana que aparece en cualquier lugar, en cualquier momento, con el único requisito de que una pluralidad de personas empiece a interrelacionarse mediante sus palabras y sus actos. Este es el sentido de la universalidad del mundo que Arendt descubre tarde, demasiado tarde, según ella, pero que, sin embargo, le permite recuperar la confianza en la condición humana.
En una de sus muchas conversaciones con Mary MacCarthy, Arendt explica, sin definirlo, el «amor mundi» como la capacidad de amar el mundo con la suficiente convicción como para pensar que vale la pena cuidarlo y soportarlo en su imperfección. La comprensión amorosa de la que habla la pensadora judía no implica, por lo tanto, una idealización ingenua, sino una actividad racional de juicio y una consciente toma de responsabilidad. Es más, el amante del mundo debe ensayar una mirada atenta, sin desvíos o pestañeos, por muy horrible que sea la imagen que se le presente. Y es que solo somos capaces de amar «de verdad», aquello que conocemos. Aquí se engarza otro de los gestos que aparece en la carta y que constituye uno de los elementos esenciales en la comprensión del concepto arendtiano del amor: la gratitud. En las dos lenguas de trabajo de la politóloga, el alemán y el inglés, existe una relación de parentesco entre los verbos «pensar» y «agradecer», «Denken» y «Danken», así como «think» y «thank», lo que hace suponer en todo pensamiento un gesto agradecido al origen que lo hizo posible. La gratitud hacia el mundo surge de la comprensión intelectiva de que el mundo es un oasis en donde el ser humano puede detenerse, tomar aliento y mirar a los ojos de quienes, junto a él, cruzan el desierto. Por ellos, y en un intento de frenar ese desierto que, según Nietzsche, crece sin cesar, hay que continuar el viaje adelante, siempre hacia adelante.
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En una de sus muchas conversaciones con Mary MacCarthy, explica «amor mundi» como la capacidad de amar el mundo con la suficiente convicción como para pensar que vale la pena cuidarlo y soportarlo en su imperfección
La última cuestión que cierra esta interpretación en torno a una frase en apariencia insignificante es qué pasó con aquel libro que Arendt dice estar escribiendo. Algunos estudiosos especulan con el hecho de que 'La condición humana', publicado en 1958, sea aquel libro que sufrió, en un último momento, un cambio de título. Otros, por el contrario, como es el caso de Barbara Hahn, sostienen que quedó inconcluso, como también ocurrió con la que debiera haber sido su última gran obra de retorno al pensamiento filosófico, o transfilosófico, 'La vida del espíritu'. No fue en este caso la muerte sorpresiva quien se interpuso entre la autora y su texto, sino que todo apunta a que fue algo más. Algo que impidió que esa obsesión que se descubre en las múltiples anotaciones en sus diarios a partir de 1950, en las cartas con sus amigos más íntimos y en varias referencias insertas de manera asistemática en sus obras, no llegara nunca a adquirir una forma definitiva. El libro 'Amor mundi' hay que ir leyéndolo a retazos, adivinándolo en párrafos perdidos y traspapelados en distintos lugares del corpus arendtiano para descubrir que a su autora no le hizo falta escribirlo porque, en realidad, había estado escribiéndolo durante toda su vida.
Concha Martínez Montalvo (Madrid, 1962): artista plástica especializada en escultura, pintura, cerámica, instalación y joyería
Filósofa e historiadora de origen alemán y nacionalizada estadounidense, inspira a la artista plástica Concha Martínez Montalvo las ilustraciones que publica hoy 'Ababol'. «Me parecía importante que quedara esa imagen del mapa, de la ciudad, del individuo dentro del espacio urbano, y esa idea del poder, como algo capaz de silenciar, de ahí la utilización de las bocas». Las piezas que aparecen en estos 'collages' son obras de Martínez Montalvo insertadas en unas impresiones que recuerdan a un entramado de ciudad.
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