Julio Alsina, señor de los pálpitos
En la novela '1973' de Jerónimo Tristante sopla un aire mucho más reposado y sereno que en '1969', como si el autor murciano no hubiera tenido ninguna prisa en revelarnos de golpe la bien trenzada trama de esta nueva historia, contada con el gusto y el placer de quien sabe utilizar el lenguaje y los recursos más apropiados del género
Mientras que en '1969', que tan buen sabor de boca dejó a todos los lectores, la acción resulta vertiginosa y la obra ofrece la frescura ... y el nervio propios de quien aún está en los inicios de su carrera como escritor ─corría, por entonces, el año 2009 y, muy poco antes, había aparecido el primer volumen de la serie protagonizada por Víctor Ros, 'El misterio de la casa Aranda', en '1973, sopla un aire mucho más reposado y sereno, como si Jerónimo Tristante no hubiera tenido ninguna prisa en revelarnos de golpe la bien trenzada trama de esta nueva historia, contada con el gusto y el placer de quien sabe utilizar el lenguaje y los recursos más apropiados del género.
De entrada, la estructura de la novela es impecable: una especie de pórtico que nos retrotrae a septiembre de 1971 en un pueblo de la costa almeriense en donde tiene lugar un misterioso crimen, y, pocas páginas después, el grueso de la historia que sitúa en el París de 1973 en donde a nuestro personaje, el protagonista de '1969', Julio Alsina, lo vemos regentar una librería que se ha convertido en un referente de la intelectualidad española en el exilio, y también de esos otros miles de españoles que tuvieron que salir huyendo por sus ideas contrarias al temido Régimen. Mientras tanto, Rosa, la mujer del expolicía, se gana la vida honradamente con sus clases de español. Y, junto a ellos, el atildado Ruiz Funes, empleado de Galerías Lafayette, aprovecha la libertad de la que presume el país vecino para hacer mucho más visibles sus conquistas.
'1973'
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Autor Jerónimo Tristante
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Género Novela
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Editorial Contraluz
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Número de páginas 435
Otra vida
Alsina ya no es lo que era. Al menos, en apariencia. Su paternidad le ha calmado los ánimos de seguir dando guerra y ahora sólo aspira a disfrutar de una aurea mediocritas, de una futura dorada vejez que no le saque de la rutina. Además, ha abandonado la bebida, ha dejado de flotar en una nube de Licor 43, y, a lo sumo, levanta el codo, muy de uvas a peras, con un vaso de vermú o una copa de buen vino: ese vino con el que Gonzalo de Berceo decía sentirse juglar y se le aparecía la Virgen.
Alsina ya no es lo que era. Al menos, en apariencia. Su paternidad le ha calmado los ánimos de seguir dando guerra y ahora sólo aspira a disfrutar de una 'aurea mediocritas', de una futura dorada vejez que no le saque de la rutina
Pero lo bueno dura poco. La llegada a París de un personaje americano llamado Epstein complica las cosas. Le hace una oferta que no puede rechazar. Además, lo de ser policía lo lleva en la sangre, y volver a España, bajo la tutela de los estadounidenses y con un pasaporte francés en el bolsillo, tiene su morbo.
Tristante siempre ha sido un verdadero maestro en saber ambientar la trama que despliega en sus novelas. No son relatos sin un telón de fondo. El autor se desvive por transmitir esa misma atmósfera que envuelve a los personajes
Jerónimo Tristante siempre ha sido un verdadero maestro en saber ambientar la trama que despliega en sus novelas. No son relatos sin un telón de fondo. El autor se desvive por transmitir al lector cabalmente esa misma atmósfera que envuelve a los personajes. A veces, excediéndose en el número de detalles. Pero que a nadie estorban. Es la España de Johan Cruyff, la de Manolo Escobar y el Optalidón, el fármaco más consumido por las amas de casa españolas; la España del turismo -ay, ¡las suecas y las francesas!-, del Seat 1500 -el 600 ya estaba más que visto y amortizado-, la de 'El espíritu de la colmena', de Víctor Erice, película premiada con la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián… Y también la España en la que el franquismo, con un dictador, comido literalmente por el párkinson, que da sus últimos coletazos y busca, con cierta ansiedad, a quienes han de sucederle, a pesar de la presencia del príncipe Juan Carlos. En estas páginas se dejan patentes las distintas facciones dentro del temido Régimen: de un lado, aquellos que, como Fraga, estaban dispuestos a cambiar de chaqueta de la noche a la mañana y vestirse con el traje de demócrata bajo la tutela de una monarquía parlamentaria, y aquellos otros, mucho más casposos, que abogan por una prolongación del franquismo sin Franco, con Carrero Blanco a la cabeza.
Audacia
Pero al margen de ese ambiente un tanto sórdido, espeso, Julio Alsina tiene una misión que cumplir. Un compromiso y la promesa de poder trabajar en libertad, como si viera los toros desde la barrera en una España que aún no sabe con certeza el futuro que le espera. El trabajo de Alsina es encomiable. Con su libreta de notas y esos pálpitos que le acercan tanto a su hermano de leche Víctor Ros, logra sacar a la luz lo que se ha estado cociendo durante tantos meses el Madrid de los peores tiempos de ETA. Tristante es lo suficientemente audaz como para ir proporcionando al lector las dosis justas de información para que, sólo al final, se sepa a qué 'operación' se está refiriendo. Se trata de un inequívoco alarde de maestría de quien ya lleva a cuestas una veintena de libros y ha sudado suficientemente la camiseta como para llegar a esa altura que sólo culminan unos cuantos privilegiados y valientes.
Con su libreta de notas y esos pálpitos que le acercan tanto a su hermano de leche Víctor Ros, logra sacar a la luz lo que se ha estado cociendo durante tantos meses el Madrid de los peores tiempos de ETA
No pasa inadvertido el compañero de Alsina para resolver el caso: un tal Ernesto Sampedro que, a primera vista, parece un simple enchufado, un imberbe chupatintas que no ha salido en su vida de los archivos de la DGS. Y nada más lejos de la realidad. Sampedro se gana un puesto en el equipo. Alsina termina por tomarle cariño, y ya hay quien dice en la propia novela que harían una buena pareja. Mientras tanto, el Tío Paco, que se niega a estirar la pata, va a su bola, firmando sentencias de muerte mientras desayuna. Y hasta hay quien lo cree inmortal. En todo caso, nadie podía negar que era un tipo listo que había nacido con una flor en el culo.
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