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El silencio de lo oscuro

Vicente García Hernández amplía su trayectoria con un poemario que nace de la observación

ANABEL ÚBEDA

Lunes, 18 de octubre 2021, 21:22

Vicente García Hernández (1935) amplía su dilatada trayectoria con 'Me detuve, y toqué el silencio' (2021). Con prólogo de José Belmonte, es un poemario que ... nace de la observación y la adoración al Uno desde el recogimiento y la vida ascética propia de un sacerdote que, como otros muchos, identifica a Dios o al Cero en el silencio. Desde él con humildad, posa su vista periférica y se asombra de la Creación, desde la filosofía neoplatónica o las concepciones de místicos como Rumi. Anhela formar parte y encuentra en la palabra una manera de crear y nombrar la vida, pero también el sufrimiento y al pájaro que cruza, la gota que cae o una manera de señalar a aquellos que con su doble moral faltan al juramento divino.

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El poeta no se muestra ajeno al mundo, lo que se muestra en poemas como 'Atlas' o 'El silencio de lo oscuro (Auschwitz)', mucho menos a sí mismo, incluso mostrándonos de manera abierta sus conversaciones con el Creador y sus dudas. Sin duda, la soledad es su hábito y el silencio es la inmensidad en la que habita. Uno de sus anhelos es la libertad que se vislumbra en la reiteración de las aves o del agua a lo largo de los poemas, esa capacidad de migración, transformación y multiplicación, que complementa ese deseo inmanente de salvación en el juego de luces y sombras del día y la noche estrellada, la luna o el que desprende el fuego purificador.

Pequeñas cosas

En cada palabra, agradece los dones y la sencillez de las pequeñas cosas, a la vez que reconoce la contrapartida de la vida humana, sentimientos como el miedo que trae consigo aprendizajes o el lado negativo de la madurez, por la inevitable pérdida del niño interior. Reconoce en el hambre y el frío un dolor, y es capaz de romper su corazón para dárselo a Dios y seguir vislumbrándolo en las heridas que cabe cauterizar. En cada palabra, se estremece de su capacidad de generación, recurriendo, por ejemplo, a la clásica imagen de la rosa, así como se vale de figuras de repetición para crear salmos con los que aprende un mundo que es tan volátil e inaprensible como la felicidad.

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