No siempre la cara es el espejo del alma: 'Fotografías y falsedades'
Los textos que Martín Martí se inventa poseen la gracia y la soltura de lo puramente literario, en ocasiones, cercanos al microrrelato, al cuento breve, a la estampa costumbrista, al impresionismo puramente azoriniano, que por algo fue paisano suyo y cuyo fantasma aún se pasea por las calles de Yecla
En su magistral obra titulada 'Escenas de cine mudo', que he citado en estas mismas páginas en numerosas ocasiones, Julio Llamazares asegura que las fotografías ... más verdaderas, las más auténticas, son aquellas que reflejan escenas sin importancia o momentos de la vida intranscendentes.
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Martín Martí, que es un yeclano nacido en 1953, y nuevo en esta plaza del mundo de la ficción, fiel a la premisa del escritor leonés, nos lega un buen número de fotografías a las que él, a la manera de un Ramón Gómez de la Serna y con recursos propios de todo un Julio Cortázar, el de las 'Historias de Cronopios y de Famas', es decir, a base de intuición y no poca genialidad, les pone pie de foto. Y menudo pie.
Son, en la mayoría de los casos, fotos poco conocidas, difíciles de encontrar en las redes sociales o en los libros dedicados a dicho arte. Fotografías de seres desconocidos -uno no sabe a ciencia cierta si los nombres que aquí se barajan son auténticos o producto de la imaginación desbordada del autor del libro- que posan, casi siempre, mirando al objetivo, conscientes de que, de un momento a otro, va a salir el 'pajarito' y los va a inmortalizar para siempre. Los textos que Martín Martí se inventa, de apenas una página o página y media, poseen la gracia y la soltura de lo puramente literario, por lo que, en ocasiones, están cercanos al microrrelato, al cuento breve, a la estampa costumbrista, al impresionismo puramente azoriniano, que por algo fue paisano suyo y cuyo fantasma aún se pasea por las calles de Yecla, ante la mirada atenta y algo terrorífica de las caras grabadas en piedra de la torre de la Iglesia Vieja.
El palique
De ese modo tan simpático y ameno, sirviéndose, cuando así se precisa, de corresponsales que sólo existen en su mente, que se inventa para mayor gusto y regocijo del lector, el autor de estas páginas se enfrenta a un 'Barbero satisfecho' -la manera de 'repantigarse', ligeramente inclinado hacia atrás, es todo un indicio de que se siente orgulloso de sí mismo-, y aprovecha la magnífica ocasión que se le ofrece para dar pie a uno de los asuntos que siempre atañen a las personas de ese mismo oficio: el 'palique'. Asegura Martín Martí que el barbero, se ponga como se ponga -que no todo el mundo tiene suficiente cabeza como para entenderlo-, sólo debería abrir la boca si el cliente le da pie para ello, que para eso es el que paga. Y, en cualquier caso, si el maestro barbero es incontinente e incapaz de guardar silencio ni con la cabeza debajo del agua, siempre tendremos la posibilidad y el hábil recurso de excusarnos por un fuerte dolor de cabeza.
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No haría falta recurrir a famosos criminalistas como Lombroso para llegar a la conclusión de que no siempre, por más que se haya empeñado en sus años de antropólogo nuestro don Julio Caro Baroja, la cara es el espejo del alma. Y bien que queda patente en la fotografía del texto titulado 'Amor de hijo', donde aparece un bigotudo señor, aún joven, llamado -a saber, si es o no es cierto- Gesualdo Bronducci, procedente de la bella ciudad siciliana de Canicatti. No es, se nos asegura por activa y por pasiva, un vulgar asesino, ni un fiero boxeador -la nariz recta, en su sitio, bien construida, lo delata-, ni siquiera un sicario. Si bien tampoco es de los que podrían alardear de absoluta honradez. Porque, según luego nos descubre Martín Martí, con esa prosa repleta de humor, ironía y harto cachondeo que maneja, estamos ante un cobrador de deudas de los Casinos Trophy, ubicados en Breydon City, en el estado de Idaho. El fiero bigote, la recia y torva mirada y esa boca algo encogida, de pocos amigos, ayudaría lo suyo a que los clientes pudieran «aflojar la mosca».
Hermanas Crucificadas
La portentosa imaginación del autor de estas divertidas páginas nos lleva hasta el retrato de la madre Bonafila della Frostina, superiora, a saber, del convento de San Bernardino, perteneciente a la Congregación de Hermanas Crucificadas Adoratrices de la Eucaristía. Ahí es nada. Por muy 'madre' que sea, a nadie le agradaría tenerla a menos de diez metros. Porque, como se asegura aquí -y la fotografía bien que lo corrobora-, su mirada, entre piadosa, altiva y autoritaria, es, cuando menos, inquietante. De las que dejan sin respiración al personal, de las que hacen que todo el mundo calle en medio de un guirigay, de una juerga de tres pares de narices. «Estamos seguros -apostilla Martín Martí- de que la madre Bonifacia es capaz de levitar en los trances supremos». Y líneas más abajo, con ánimo de despedirse cuanto antes de la dichosa madre y emprenderla con otras fotos mucho más agradables, se dirige a ella, sin faltarle al respeto, para dejar constancia de que «no nos fiamos de usted ni un pelo, y además, si estuviera en nuestras mano, reverenda madre Bonifacia, la mandaríamos a la más recóndita misión de la Orden en el África profunda o a las selvas amazónicas». Lugares de los que sería capaz de volver para acojonarnos de nuevo con su espeluznante mirada.
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'Fotografías y falsedades' es un libro reconfortante y bien escrito que reactiva la imaginación del lector; una obra -el diseño, por cierto, corre a cargo del genial artista yeclano Emilio Pascual-, además, en donde queda patente la inteligencia, la perspicacia y la sutiliza de su autor que ha debido divertirse a lo grande con su escritura.
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