Una palpitante metáfora de la vida

El crítico y editor Miguel Munárriz reúne en esta obra a todos los suyos

Lunes, 20 de diciembre 2021, 21:38

La portada del libro, tan sencilla como evocadora y tierna (se trata de una foto en blanco y negro del propio Miguel cuando era un ... niño, encaramado al respaldo de un banco de piedra, mirando al objetivo y al propio mundo de abajo arriba, como dicen que miran los sabios), ya es una buena razón para adentrarse en estas páginas en las que su autor, Miguel Munárriz (Gijón, 1951), un hombre creativo, un exponente de la literatura española de casi el último medio siglo, una persona de la cultura, querida y reconocida, nos adentra en las aguas de un mar un tanto proceloso –nunca ha sido tarea fácil la convivencia entre escritores– que él sabe, como nadie, amansar y ofrecerlo al lector como una lección de prudencia y cordura.

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Miguel reúne un amplio y significativo ramillete de textos, en su mayoría, de corta extensión, con los que, de entrada, deja bien patente su especial sensibilidad por todo aquello que ama y le hace gozar y, además, se libra en parte de los muchos males que nos atacan.

A Munárriz se le aprecia a la legua que es un hombre tranquilo. No es, ni mucho menos, el típico crítico quisquilloso y molesto que anda tras su pieza hasta conseguir vender su piel. Antes bien, su acercamiento es pacífico, empezando primero por el pitillo de rigor, el café indispensable, y la conversación que amenaza con no tener fin. Y, en todo momento, no oculta su gusto por autores como Julio Cortázar y la Maga de 'Rayuela' –ahí está su espléndido y memorable texto titulado 'Queremos tanto a Julio', que debería ser lectura obligada en las Facultades de Ciencias de la Información y en los Talleres de Escritura– a la que él, según confiesa, también buscó por los puentes del Sena. Y aparece, cómo no, su paisano y amigo Ángel González, del que cuenta una sabrosa anécdota, que nos llena de tristeza, acaecida en los últimos días de su existencia.

Tras la lectura de estas espléndidas páginas, se queda uno con la sensación de que Miguel Munárriz sabe mucho más de que lo que ahí se cuenta. Pero es cauto. Y huye, como alma del diablo, de los comentarios de mal gusto y de los chascarrillos, yendo, únicamente, a la almendra del asunto, a la que saca todo su jugo. Ricardo Labra, el prologuista de este bonito volumen, lo deja bien claro: «Este no es un libro como cualquier otro libro (...), sino una palpitante metáfora de la vida».

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