Un lobo en la sombra

Arturo Pérez-Reverte incorpora a su lista de personajes memorables (Astarloa, Corso, Alatriste, Teresa Mendoza...) a Lorenzo Falcó

JOSÉ BELMONTE

Lunes, 24 de octubre 2016, 22:29

Como Max Costa, el bailarín mundano de tan grato recuerdo, presente en 'El tango de la Guardia Vieja', Lorenzo Falcó también domina el arte de crear fuegos artificiales con las palabras y dibujar melancólicos paisajes con los silencios. Son cazadores tranquilos, por cuenta ajena, que esperan con enorme paciencia el momento propicio para cobrar su pieza. Ambos saben que en ciertas épocas la única garantía de supervivencia es ser lobo, lobo en la sombra, y defenderse, si es preciso, a dentelladas secas y calientes. Y saben, además, que el mundo es una fugaz aventura que no están dispuestos a perderse. Ambos comparten un pasado poco decoroso que procuran disimular con una cortina de humo. Son eternos huéspedes y se sienten como en su propia casa tanto en los ambientes sórdidos como en los más gratos y lujosos. Y un metro setenta y nueve: altura más que suficiente desde la que poder contemplar el mundo y sus pompas.

Publicidad

Pérez-Reverte vuelca toda su sabiduría y su ya larga experiencia de novelista en el nuevo personaje. De la solidez del mismo sabe que depende buena parte del éxito de su relato. El atractivo y pendenciero Falcó sabe escurrir el bulto como nadie y jugar al juego del despiste cuando durante el conflicto armado, entre ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas, se declara acérrimo militante del PHC, es decir, del Partido Hidráulico Contemplativo, y que tiene encomendada la difícil misión de ver correr el agua bajo los puentes.

Nadie es inocente

Como en sus anteriores novelas, Pérez-Reverte crea tres o cuatro recios personajes, que dejan un regusto parecido al de los mejores vinos finalizada la lectura. Es el caso de Lorenzo Falcó, que ha venido para quedarse, y del Almirante, con su ojo de cristal, al que define con un par de certeras pinceladas (gallego de Betanzos, extremada inteligencia, flaco, menudo, con espeso pelo gris, mostacho amarillento de nicotina, nariz grande, cejas hirsutas y un ojo derecho muy negro, severo y vivo); o el escurridizo y gelatinoso Paquito Araña. Y también Eva Rengel, una de esas damas, como diría el Cortázar de 'Rayuela', que huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, de la que Reverte ofrece valiosos detalles de su pasado y con cuyas palabras se resume la filosofía implícita en la obra, que conecta así con 'El pintor de batallas': «Nadie es inocente. Acaso los niños y los perros. Y de los niños no estoy segura. Siempre acaban creciendo».

No es una novela de guerra. Ni siquiera una novela sobre la Guerra Civil española, cuya existencia ya se nos insinuaba, desde la distancia del exilio, en ciertas y sutiles páginas de 'La guardia del Tango Viejo'. El conflicto armado es un telón de fondo, la música que suena. Y sirve para que todos los personajes, azuzados por la atmósfera tensa en la que viven, cuando ofenden más los silencios que las palabras, afinen el ingenio y la inteligencia. Pérez-Reverte es el señor de los detalles. Parece empeñado en no describir nada que no haya pasado antes por sus propias manos: una estilográfica, una joya, un sombrero, un perfume o un determinado modelo de fusil ametrallador. Solo así un relato resulta creíble, verosímil. No se detiene demasiado en los lugares por donde transcurre la acción, sólo lo justo. Pero Salamanca, Cartagena y Alicante están descritos impecablemente, sin necesidad de recurrir a la cartografía oficial, sino a la intuición personal, a la geografía del alma.

Las damas los prefieren canallas

Después de un soberbio primer capítulo, en donde el novelista cartagenero pone toda la carne en el asador y ofrece en su escaparate lo mejor del género que guarda celosamente en el arca, con uno de esos espléndidos comienzos a los que ya nos tiene habituados («La mujer que iba a morir hablaba desde hacía diez minutos en el vagón de primera clase»), logra mantener el elevado y vertiginoso ritmo de la narración durante el resto de la novela. Como un buen estratega en el campo de batalla, va abriendo flancos con los que seducir al lector. Es uno de los relatos en donde menos se percibe el tono lírico, porque no hay lugar para ello. Pero, a cambio, asoman esas frases lapidarias, de origen popular, que Reverte sabe utilizar en el momento preciso y en el lugar adecuado: «Las mujeres se sentían atraídas por los caballeros, pero preferían irse a la cama con los canallas».

Publicidad

No es la voz de Reverte, que ya escuchamos en su 'Guerra Civil contada a los jóvenes', sino la de Falcó, quien, después de observar y calibrar lo que hay a su alrededor, tiene claro de qué parte se va a inclinar la balanza: mientras los republicanos son incapaces de coordinar un esfuerzo común, los 'fachistas' carecen de escrúpulos democráticos y son los más criminalmente disciplinados. Blanco y en botella.

'Falcó' -la novela, y también el personaje- es un depurado producto revertiano. Con su correspondiente sello de origen. Mientras crepitan los fusiles, hay tiempo de sobra para platicar de cine, de música, de literatura. De la vida misma. Y de mujeres. Con vigorosos y ocurrentes diálogos. Con una prosa sugerente, vigorosa e impecable. Y su conocida fórmula: sujeto, verbo, predicado. Y las comas en su sitio. Lo de siempre. Y cada vez distinto.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad