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El catedrático Francisco Martínez Sánchez. Javier Carrión / AGM
Francisco Martínez Sánchez: «No es igual el miedo que la ansiedad, ni la tristeza que la depresión»

Francisco Martínez Sánchez: «No es igual el miedo que la ansiedad, ni la tristeza que la depresión»

Catedrático de Psicología de la Universidad de Murcia

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Lunes, 15 de marzo 2021, 21:13

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Siendo algo intrínseco al ser humano, no todas las personas expresan del mismo modo sus emociones, de hecho a la mayoría de las personas les cuesta expresar con palabras lo que sienten o cómo se sienten.

Esto, según el catedrático de la Universidad de Murcia, Francisco Martínez Sánchez, se debe principalmente al hecho de que evolutivamente, el origen de las emociones es muy anterior al del lenguaje, que apareció en nuestra especie hace relativamente poco tiempo, aproximadamente 50.000 años.

De hecho, indica, «las expresiones emocionales más frecuentes para comunicar a los demás cómo nos sentimos no son verbales, si no mediante la expresión facial, el tono de voz y los gestos corporales». Aunque estas expresiones aparecen automáticamente, también se pueden controlar, ocultándolas o exagerándolas, e incluso fingiéndolas.

«Las emociones son formas de conductas estereotipadas que están presentes en todas las especies animales»

«Debemos entender que las emociones son formas de conductas estereotipadas que están presentes en todas las especies animales. Lógicamente son mucho más complejas en los mamíferos y especialmente sofisticadas en los humanos», según Martínez.

Su función principal se ha mantenido inalterable a lo largo de la evolución, ya que está relacionada con la necesidad de dar respuestas rápidas y adaptativas a demandas ambientales vitales, es decir, sentimos una emoción cuando se produce una circunstancia importante a la que necesitamos dar una respuesta rápida.

No obstante, existen muchas diferencias individuales en la capacidad para expresarlas, dado que el modo de hacerlo depende de muchos factores. Por una parte, del aprendizaje y la sociedad en la que se vive, mientras que otros determinantes son biológicos. En relación a los factores culturales, cada sociedad establece y regula cómo deben expresarse las emociones, por ejemplo, en las culturas asiáticas (Japón, por ejemplo) la expresión emocional abierta no está bien vista, especialmente de las emociones negativas, salvo en situaciones privadas y familiares, además se evita tener contacto directo (tocar o mirar fijamente a quien no forma parte de nuestro entorno íntimo). Por el contrario, las culturas mediterráneas (España, por ejemplo) expresan más abiertamente y fomentan la expresión desde la niñez.

Mikel Casal

Por otra parte, dentro de una misma sociedad también hay diferencias importantes, puesto que las clases más populares expresan más abiertamente que las clases más altas, del mismo modo que las clases más cultas expresan de forma más contenida. Otro factor que influye en la expresión emocional son los rasgos de personalidad. Por ejemplo, los introvertidos tienen más dificultad para expresarse que los extrovertidos. Por último, el género también es importante, las mujeres expresan más y con un lenguaje más rico y preciso, e identifican mejor sus sentimientos y los de los demás que los hombres, quienes, además, suelen ser más reacios a hablar de sus sentimientos.

Similitudes

En términos generales todos respondemos de forma relativamente similar ante acontecimientos importantes que nos provocan emociones: nos sentimos tristes por una pérdida, sorprendidos cuando ocurre un suceso inesperado, alegres cuando alcanzamos un logro, sentimos asco en presencia de sustancias putrefactas, miedo ante un peligro o ira si nos ofenden u obstaculizan lo que deseamos. Estas emociones no es preciso aprenderlas, se dan en todos nosotros, tanto en las sociedades más avanzadas como en las tribus más primitivas, en otras palabras, son innatas.

«La pandemia tiene todos los requisitos para provocar una respuesta de estrés muy intensa»

Sin embargo, a veces no respondemos de la misma manera en las mismas circunstancias, como explica Francisco Martínez: «Esto es frecuente en situaciones que provocan las emociones sociales o secundarias, que son aquellas que dependen del aprendizaje, la sociedad en que vivamos y de nuestras propias experiencias vitales. Las más conocidas son la vergüenza, la culpa, la envidia, el orgullo». Por ejemplo, ¿por qué en la misma situación, una persona siente vergüenza y otra no? Depende de muchos factores, el primero es la edad: hasta que el niño no tiene conciencia de sí mismo (cuando ante un espejo es capaz de reconocerse a sí mismo) sobre los dos años aproximadamente, no es capaz de sentir vergüenza; en los adultos las diferencias se deben más a la personalidad; es más probable que los introvertidos o inseguros sientan vergüenza en entornos sociales.

Apunta el catedrático que es importante aclarar una confusión muy extendida, ya que se suelen confundir las emociones con los trastornos emocionales. «No es igual el miedo que la ansiedad, ni la tristeza que la depresión. El miedo nos protege y aleja de peligros, mientras que la tristeza nos ayuda a centrarnos en nosotros mismos y aislarnos para reflexionar sobre el suceso vivido y tomar fuerzas para superar una pérdida. Por el contrario, la ansiedad y la depresión son trastornos que aparecen cuando el miedo y la tristeza son desproporcionados en su intensidad, muy frecuentes y duraderos», afirma.

Diferencias

Algunas personas tienen graves problemas no solo para expresar sus emociones si no también para identificarlas, es decir, para saber cuáles son sus sentimientos o qué sienten los demás. Explica el catedrático de la UMU que «sufren un trastorno que se llama alexitimia, que padece en distinto grado un 10% de la población aproximadamente. Estas personas tienen muchas dificultades para saber qué emoción o qué estado de ánimo tiene otra persona o ellas mismas y, además, les cuesta mucho expresar verbalmente a los demás cómo se encuentran, cuáles son sus sentimientos». Este trastorno está presente en otras patologías como la depresión y la ansiedad, y también en quienes han vivido experiencias emocionales traumáticas. Se cree que puede ser debido, en algunos casos, a alteraciones de algunas estructuras cerebrales como el córtex orbitofrontal, la amígdala o el cuerpo estriado.

Pandemia

En el último año, con la Covid-19 como protagonista, poco se habla de los efectos en la salud mental derivados del confinamiento, la falta de interacción social, la pérdida de seres queridos sin posibilidad de despedirles... «Este es uno de los acontecimientos vitales más graves que hemos vivido», afirma Martínez.

Según sus palabras, «la pandemia tiene todos los requisitos para provocar una respuesta de estrés muy intensa: en primer lugar, por su duración, un año desde que nuestras vidas se vieron condicionadas en la movilidad, en el ocio, el trabajo, las relaciones con familiares y amigos; en segundo lugar, por la percepción de incertidumbre y falta de control que ha provocado, ya que no sabemos cuándo podremos volver a la normalidad; y además las noticias, muchas veces confusas y contradictorias, que han transmitido las autoridades sanitarias, no han contribuido a tranquilizar a la población».

«En esta situación estamos constantemente sometidos a una amenaza vital que provoca miedo ante la posibilidad del contagio, que ya ha costado la vida a muchos miles de personas, muchos de ellos amigos o familiares. Todos estos factores provocan una tensión constante, intensa y duradera que nos está afectando a todos», añade.

Y concluye, «por si todo esto no fuera poco, el necesario confinamiento nos impide que el apoyo social al que estábamos acostumbrados, nos ayude a sobrellevar la situación y reducir el malestar. Me refiero a esa red compuesta por familia, amigos, vecinos y conocidos que habitualmente está disponible para brindarnos ayuda en momentos de necesidad, y que en esta situación no puede ejercer sus efectos beneficiosos sobre nosotros. Somos animales sociales y la privación de movimiento y contacto social ocasiona, lamentablemente, efectos negativos, especialmente a las personas más vulnerables».

Los efectos son importantes para toda la población, pero indudablemente más en los colectivos más vulnerables, como ancianos que están aislados sin poder recibir apoyo social, las visitas, los cuidados y el afecto de sus familiares y en los casos más graves los que han permanecido hospitalizados sin contacto con sus familias. También quienes padecen trastornos mentales graves o en quienes sufren problemas de salud mental. Según datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, en España, antes de la pandemia, uno de cada 10 adultos y uno de cada 100 niños tienen un problema de salud mental, las mujeres casi el doble que los hombres; tres de cada 10 mayores de 65 años sufren deterioro cognitivo, una de cada 10 personas toma tranquilizantes y una de cada 20 antidepresivos.

Advierte también el catedrático de la Universidad de Murcia de «los efectos provocados por el desempleo que se está produciendo y el quebranto económico que sufre la mayoría de familias, especialmente las más humildes, y que previsiblemente empeorará en los próximos meses». Es difícil, señala, pronosticar qué ocurrirá en el futuro, y si esta situación llevará asociadas modificaciones, aunque sí cree que «es previsible que se produzcan cambios estables en el futuro».

«En este momento es normal que sintamos una serie de síntomas que nos alertan de la situación tan grave y prolongada que estamos viviendo, tales como cambios en el estado de ánimo con sentimientos de miedo, irritabilidad, preocupación, tristeza, apatía y aburrimiento. Del mismo modo podemos sentir síntomas físicos como malestar general, cansancio, insomnio, etc.».

Lógicamente los adultos reaccionan de distinta manera a como lo hacen los niños y adolescentes, en los que hay que estar muy pendientes de los cambios que puedan producirse: llanto o irritabilidad excesiva, volver a tener conductas que habían superado (por ejemplo, mojar la cama), preocupación o tristeza excesiva, irritabilidad en adolescentes, problemas de atención y concentración, etc. En todos estos los casos –recomienda– «se debe consultar a los servicios sanitarios, al médico de familia y al psicólogo».

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