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Vicente Ruiz, un pintor flechado por la prehistoria
Exposición en Arquitectura de Barrio. La galería murciana acoge hasta el 20 de marzo una selección de 14 obras de mediano y gran formato con las que el lorquino plasma su fascinación por los autores de pinturas rupestres
'Homenaje a los pintores prehistóricos' es la exposición que ha devuelto a la actualidad al pintor Vicente Ruiz (Lorca, 1941), en Arquitectura de Barrio, ... el estudio-galería que gestionan en el barrio murciano de San Antolín los arquitectos Enrique de Andrés y Coral Marín. Es uno de los espacios más bonitos para la exhibición de obras de arte en la ciudad de Murcia, junto al Adarve de Cortes, un azucaque o callejón ciego como en las ciudades islámicas medievales, que conduce a varios portales y que gracias a la iniciativa de la Junta Municipal del Distrito Centro Oeste de Murcia está siendo acondicionada como rincón con encanto.
Con ese telón de fondo, Vicente Ruiz está encantado con lo que gana su obra expuesta en las blanquísimas paredes de Arquitectura de Barrio. En 1981, el escritor Miguel Espinosa escribió estas palabras sobre la pintura del artista lorquino: «(estas pinturas) encierran ser y realidad, son esto que está ahí, lo enteramente particular, la sintaxis de las apariencias, el hermoso fuera de las acreencias, la figura irrepetible que existe bajo la forma canónica: la forma habita nuestro espíritu, pero la figura ocurre descubierta y mostrada por el pintor. Lo que vemos aquí resulta arte: reiteración de las esencias y meditación de unas con otras: el Mundo». Las palabras del autor de 'Escuela de mandarines' (1974), 'Tríbada' (1987) y 'La fea burguesía' (1990) resuenan en todo momento. Vicente Ruiz tiene una jovialidad insultante; aires dandis, camisa por fuera, bufanda de rayas, sombrero de eterno cortejador, y una actitud complaciente que es totalmente sincera.
Explorador de abrigos
El hombre curtido sigue deslumbrado por la prehistoria; la llama de la sugestión que ejerce ese tiempo sobre él parece que siempre está encendida. «Yo tengo calcos de pinturas en cuevas rupestres desde la zona de Jaén hasta Albacete y el Mediterráneo. Porque durante ocho o diez años estuve saliendo todos los fines de semana con máquina de fotos, papel especial y rotuladores para hacer calcos de esas pinturas. Me gustaban las esquemáticas, las del Mesolítico, más que las pinturas realistas del arte levantino. Me seducían aquellas en las que se ve una abstracción del arquero, de un caballo... porque iba más con el arte que yo hacía». Cuenta que en la comarca de Lorca, su patria chica, no se había descubierto ninguna pintura, «y aparecieron unas en el abrigo del Mojao, después de años y años de buscar, en lo alto de una cantera que iba avanzando. Y había un arquero persiguiendo un ciervo, en posición de caza, una cosa maravillosa. Y se descubrió, fuimos todos los aficionados, ya existía el Museo Arqueológico de Lorca, y entonces llega un día el concejal de Cultura y me dice: 'Siéntate ahí, en el sofá, que te voy a dar una noticia. ¿Estás preparado? ¡Han picado el arquero! Toda la vida me acordaré de que me puse pálido, porque llevábamos 20 años buscando pinturas en la zona de Lorca, y aquello estaba justo al lado del pantano de Valdeinfierno, y lo picaron. ¿Qué salvajes serían? Menos mal que habíamos hecho calcos». Lo que expone Vicente Ruiz hasta mediados de marzo en Arquitectura de Barrio son «sugerencias, formas» de las pinturas esquemáticas. «A las pinturas del arte levantino, como digo, les he dado menos importancia, porque ya está todo hecho. Pero en la esquemática está todo por hacer», considera.
Decía Miguel Espinosa sobre sus obras que «lo que vemos aquí es arte; reiteración de las esencias y meditación de unas con otras: el Mundo»
El abate Breuil
En esta exposición, que incluye obras recientes y otras que conserva en su estudio de otros periodos, plasma de nuevo esa obsesión suya por esos creadores de la prehistoria. «Cuando volvía yo de viaje de bodas, que estuvimos en el Coto de Doñana, pasé por las cuevas de Nerja, y yo no había visto eso en mi vida. Era maravilloso, y me entró una afición. Tenía que haber algo así por la zona de Lorca. Oí hablar de que en el siglo XIX hubo un abate, el abate Henri Breuil [naturalista, arqueólogo, prehistoriador, geólogo y etnólogo francés], que había descubierto en la zona de Almería, Albacete y Murcia un montón de abrigos con pinturas, y las tenía expuestas en un libro que se conservaba en el Museo Arqueológico de Madrid. Y allá que fui, y me presenté al director del museo, Martín Almagro, y le conté que era un aficionado y que estaba interesado por el trabajo de aquel abate. Entonces en Murcia solo había un arqueólogo, Manuel Jorge Aragoneses. Me dejó el libro y empecé a apuntar los sitios de la Región donde había abrigos. Y empecé a buscar los ídolos, accediendo a las cuevas... y me daba la impresión cuando los encontraba de que esas pinturas nada más que las había visto el abate Breuil, ¡y yo mismo!».
Sugerencias
A partir de aquello visitó «la tira de yacimientos»: «La comarca de Nerpio está llena de pinturas rupestres, como el abrigo de las Yeguas». De aquella afición a hacer calcos durante años surge parte de su obra pictórica. «Lo que yo hago no es copiar, porque si copio no tiene gracia. Las sugerencias de los ritmos de las pinturas esquemáticas eso sí que lo cogí». En el abrigo grande de Minateda, a pocos kilómetros de Hellín, está el arquero herido, lleno de puntas de flecha por todo el cuerpo, «y eso lo he sacado yo en algunas obras». Una de esas «sugerencias» está en esta exposición. Horas enteras se ha pasado observando las pinturas del Maimón de Vélez-Blanco, en Almería. En estas obras, con reminiscencias a los orígenes de la humanidad, domina un color: el amarillo. «Para mí el amarillo es el color que me inspira luz y alegría, el color por el color. Y el amarillo Nápoles lo uso cuando quiero apagar un poco. Y también empleo el amarillo de cadmio medio, que es más peligroso, porque puede resultar chillón. Yo suelo componer con otros colores complementarios. Y, en fin, yo hago lo que puedo», se ríe.
Su afición por el arte esquemático comenzó en el viaje de novios a las cuevas de Nerja
Decía Pedro Soler que la pintura de Vicente Ruiz explora espacios que se inflaman de color. Esta vez, el artista no cambia, fiel a un lenguaje pictórico que ha enamorado a Pedro Manzano, Patricio Peñalver, Marcos Salvador Romera, Martín Páez... también hombres prehistóricos, a su manera.
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