El puente sobre el río Tíber
Hitos. El emperador Constantino visibilizó el Cristianismo, liberando de la persecución a «esa secta judía» y despenalizándola, aunque hasta el año 313 no fue oficial
MARÍA DEL MAR CARRILLO GARCÍA
Lunes, 6 de abril 2020, 21:50
La brisa marina porta entre sus dedos un quejido, la saeta corta el silencio que hasta hace poco reinaba en la calle. El canto se ... para en una quejumbrosa nota y el eco del tintineo de los hachotes retorna, mientras el Cristo de los Mineros, iluminado por la luna llena, es alzado al cielo por sus porta-pasos, dejando a su paso una estela de velas, incienso y flores: aromas de primavera.
La escena nos recuerda cualquier procesión que durante estos días debería estar representándose en nuestro país, si no estuviéramos inmersos en este drama pandémico. Pero, ¿cuál fue el punto de inflexión que hizo que la religión cristiana pasase de ser la gran perseguida a convertirse en la única oficial y ser hoy en día una de las más practicadas? Para ello debemos retrotraernos al siglo III de nuestra era, concretamente a un lugar y un momento histórico: el 28 de octubre del año 312, junto al puente Milvio.
El cielo se cierne grisáceo amenazando tormenta, mientras en la tierra un ejército se bate en una lucha cruenta. El sonido de las espadas cruzándose y desprendiendo chispas se mezcla con los graznidos insistentes de los buitres que esperan sobrevolando el campo de batalla. El río brama incontenible y salvaje bajo el puente, todavía la batalla no se decanta. En la Saxa Rubra Constantino ha arengado a sus tropas, les ha revelado su sueño. Entre las plomizas nubes el sol comienza a iluminar «el crismón» dibujado en todos sus escudos.
'Bajo este signo venceréis', nos cuenta Eusebio que fueron las palabras que escuchó en sueños Constantino la noche anterior a la batalla. Y ese signo no era otra cosa que el crismón, el símbolo de los cristianos, la unión de las dos letras griegas que forman el nombre de Cristo.
Las tropas de Constantino, en su mayoría pertenecientes a la secta cristiana y sometidos a la persecución religiosa, tomaron estas palabras como un aliciente y una liberación y lucharon más aguerridamente, hasta el punto de hacer retroceder las tropas de Majencio hacia el puente Milvio. Allí perecieron muchos, incluido el propio emperador Majencio, que cayó en las rápidas aguas de Tíber.
Con este gesto Constantino visibilizó el cristianismo, liberando de la persecución a «esa secta judía» y despenalizándola, pero no fue hasta el año 313 en que esto se hizo totalmente oficial, cuando se firmó el edicto de Milán, en el que se reconoció el derecho a reunirse de los cristianos y a practicar su culto sin restricciones y sin miedo.
Aunque Constantino no se bautizó hasta su lecho de muerte, sí que instó a su madre, Flavia Julia Helena, a que abrazara la nueva fe. Tal fue el fervor, la curiosidad y el afán que su madre profirió que no cejó en su empeño hasta encontrar la vera cruz y reconstruir los últimos días de la vida de Jesucristo en Jerusalén. Peregrinó a tierra Santa, donde encargó la construcción de Iglesia de la Natividad y la Iglesia en el Monte de los Olivos, lugares de nacimiento y crucifixión del Mesías.
Tras el descubrimiento de la vera cruz, la reproducción de esta comenzó a circular como símbolo de la religión cristiana, que hasta entonces había sido el crismón. Llevó a Roma la cruz, cuya reliquia está albergada en una estatua suya en la Basílica de San Pedro, y fue santificada por la Iglesia como Santa Helena.
Por su parte, su hijo Constantino es considerado por muchos como el «gran padre de la iglesia» o «el impulsor del cristianismo», pues gracias a su decisión de aceptar el cristianismo como religión libre del estado garantizó su permanencia hasta nuestros días, aunque las razones para hacerlo tal vez solo fueran militares. Él no oficializó el cristianismo, fue obra del emperador Teodosio en el 380 con el Edicto de Tesalónica.
Gracias a la figura de Constantino y su madre Santa Helena, hoy en día la mayor parte de países occidentales practican alguna religión de raíces judeocristianas. Y nosotros seguimos venerando la Cruz, exhibiéndola en nuestras procesiones como símbolo de penitencia, dolor y amor incondicional a la humanidad.
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