30 años del Museo Gaya
La vitalidad del pintor murciano, Premio Velázquez 2002 y uno de los baluartes de la cultura española, se manifiesta en la veintena de cuadros seleccionados en 'Obra escogida'
La leyenda acompaña a Ramón Gaya. Sus avatares personales, su pensamiento, su rigor artístico, sus ideales sobre la gran cultura. Hasta el 30 de marzo, ... el Museo Ramón Gaya de Murcia celebra los 30 años de la institución con la exposición 'Obra escogida', una veintena de pinturas seleccionadas por Rafael Fuster, estudioso entusiasta del maestro y autor de tres libros sobre su figura. ¿Qué hubiera pensado Gaya sobre esta modernidad pandémica? Hoy, su nombre suena como un personaje de otro siglo, pese a que murió en 2005, hace solo 15 años. «Es verdad que alguien de la Generación del 27 nos queda hoy muy lejos, porque vivió la Guerra Civil, el exilio, y porque volvió a España en un tiempo que no era propicio para la pintura que estaba haciendo, pero tuvo la inmensa fortuna de poder publicar toda su obra literaria y de abrir un museo con su obra pictórica, que no sé si a día de hoy sería posible», reflexiona Fuster en conversación con LA VERDAD.
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Los museos unipersonales no abundan tanto como parece en España –«el Centro José Guerrero de Granada, desde donde se ve la Catedral, es un lugar precioso», recomienda Fuster–, y Murcia, curiosamente, cuenta con dos: los dedicados a Salzillo y a Gaya. «Hoy sería tremendamente complicado abrir un centro así, porque el Museo Picasso de Málaga, por ejemplo, es posterior al de Gaya». 'Obra escogida', imperdible muestra para los 'gayistas' y no 'gayistas', arranca con la primera obra que pintó el artista murciano, 'La silla' (1923), y acaba con 'Vaso con geranios' (13 de abril de 2004), pintada un año antes de su muerte en Valencia.
¿Es una casualidad que se conserven la primera y la última obra de un pintor? Dice Fuster que «de muy pocos se puede tener la certeza de tener el primer y último cuadro, y este es un caso extraordinario. Sí tuve claro cuando me propusieron esta muestra que quería ordenar de manera cronológica a Ramón Gaya, una de las cosas que prácticamente no se hacen con él, y le sienta muy mal el desorden, porque al no ordenarlo cronológicamente da la sensación de que Gaya solo hace variaciones y no se ve la evolución. Mucha gente en Murcia solo ve homenajes y copas –en esta exposición solo hay una de cada–, que es más bien la última obra, pero esta exposición muestra la enorme evolución que tuvo». Incluso pasó por las vanguardias, con un coqueteo con el post-cubismo –'El azucarero' (1927), cuadro no firmado originalmente que Gaya rubricó 50 años después a su comprador– que abandonaría definitivamente por una pintura al natural. «Siempre ha evolucionado, hasta los últimos días, en que la tela ya prácticamente queda en blanco», remarca el comisario, que se centra en cuatro etapas: 'Juventud (1910-1939)', 'Exilio en México (1939-1956)', 'Regreso a Europa (1956-1978)' y 'Madurez, reconquista de la inocencia (1978-2005)'. El orden era importante para Gaya. Precisamente, en su última etapa, con Isabel Verdejo, entre Valencia, Madrid y Roma, «liberado de obligaciones y servidumbres cotidianas», su hogar es también su estudio: no hay distingos. «He tenido la oportunidad de ver las casas de Madrid y Valencia, y Gaya convivía entre los libros, la pintura, la música... Es una constante, aunque estuviera en una pensión en Venecia, siempre pintaba donde vivía. El estudio era para él como una especie de laboratorio donde combinaba cosas».
Gaya no hablaba de la guerra, por eso en esta exposición apenas hay referencias. «Ni le gustaba ni utilizó jamás ese atajo para llegar a ningún lugar. No hay obras relacionadas con la guerra, más que un par de cuadros que estuvieron en la Exposición Universal de París, pero no es un tema que quiera tratar. Lo sorprendente es que él pinta lo cotidiano como respuesta a la guerra». Por ejemplo, 'Cristóbal Hall en el salón de Cardesse' (1939) fue realizado nada más salir del campo de refugiados de Saint-Cyprien, y de haber perdido a su mujer, Fé Sanz, en el bombardeo de la estación de Figueras. Su hija Alicia, de dos años, sobrevivió, y quedaría con los Hall en Francia cuando Gaya parte hacia América.
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«A Ramón Gaya le sienta muy mal el desorden, porque al no ordenarlo de forma cronológica parece que solo hace variaciones y no se ve la enorme evolución», afirma el comisario, el pintor Rafael Fuster
En 'La jaula' (1947) aparece por primera vez esa poética copa traslúcida que nos habla de la transparencia del agua, de la vida de las cosas a través de ese reflejo. Los objetos que inserta en sus obras, advierte Fuster, son regalos de los amigos en muchas ocasiones. Es también un homenaje a la copa velazqueña. En 'El aguador de Sevilla', (1620) de Velázquez, dentro de la copa hay un higo. «Es su pintor por excelencia, una de las mayores predilecciones de su pintura», incide Fuster.
Gaya nunca se desprendió de 'Jardín Borda' (1951), pieza creada en México, donde el artista volvió con Isabel Verdejo para comprar antiguos cuadros. «No sé si estaría en ese lote de obras que él quería volver a tener. Es verdad que tuvo una vida bastante nómada, sin domicilio permanente hasta que conoce a Isabel, y mucha obra fue desperdigándose. Aún hoy sigue habiendo mucha obra en Portugal –donde vive su hija Alicia–, en México...». Llama la atención Fuster sobre dos piezas «con una perspectiva desconcertante pero acertadísima», 'Cuenca, la rama del geranio' (1973) y 'Los baños del Tevere' (1971), donde el cielo está omitido a conciencia. También ofrece «una perspectiva nueva» en 'La Catedral' (1975) de Murcia, donde vemos el imafronte a medias, y donde sigue la vida en los márgenes del lienzo.
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La viuda de Gaya ha donado al Museo murciano, además de una colección de objetos personales, dos obras que también se exhiben aquí: el mencionado 'Jardín Borda' y 'La mesa (el estudio de Salvador Moreno)', de 1950, «una de las obras más acertadas de Gaya, algo tan sencillo como una mesa, con un equilibrio malabar donde nada sobra y nada falta, de una pobreza de lujo, como él decía».
Ese carácter de Gaya, pájaro solitario como Velázquez, queda patente en que solo aparece en 'Autorretrato con metrónomo' (1979).
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