Máquinas de amar
Ligar en tiempos modernos es una auténtica penalidad si no se aceptan las reglas de juego. Pero, por qué no, las redes sociales pueden ser una oportunidad para contactar con otros semejantes con los mismos intereses carniformes o espirituales
Los amantes son víctimas de sus impulsos. También de su atronamiento. ¿Puede haber golpe más traicionero que el de una ballesta mal descargada y que tú, solo tú, seas el blanco? Amantes en el sentido estricto. Aunque les llamen despendolados y desmadrados, amantes son. ¡Amantes somos todos! Los amantes de Teruel eran la versión candorosa. Los amantes de Magritte eran la versión amarga -bellísimo homenaje el que brinda Almodóvar al surrealista belga en 'Los abrazos rotos', con ese traje negro que es la arena de las playas de Famara (Lanzarote)-. «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser», afina la RAE.
Hoy el amor es una suerte de aspiración muerta, un dolor -el que sucede al picor y a los calambres- para quien busca y rebusca y carga con lo primero que llega, o, ¡qué desespero!, con el sobrero o sobrera que acaba empotrado en tu barrera. Hay tanto listo como listillos, y también mucho tonto del bote, como se decía -por asimilación- de la inocentona Lina Morgan en la película de Juan de Orduña. Pero no. Ella -no solo Lina- debería ser amada como si fuera la última mujer -la única- sobre la faz de la tierra. Él también debería. O ello, por qué no. ¿A quién le importa que seas asexual, demisexual o de género indefinido?, cantaría hoy Alaska y Dinarama, cuya discografía es, dicho sea de paso, un diccionario de la diversidad. ¡Qué mundo! Qué desfasado queda todo lo conocido cuando ya no llegan al buzón cartas de amor ni funcionan los procedimientos tradicionales para la conquista y rendición.
«¿Quién busca ya al amor de una sola persona cuando es posible amar a todas?», creen con atribulación los usuarios de ese manicomio ingobernable en el que pueden llegar a convertirse las aplicaciones para ligar. Perder la cabeza es un riesgo muy corriente -contratando seguros, por ejemplo; eligiendo colegio para los niños; decidiendo un destino vacacional-, pero cuando se trata de buscar compañía, reine o no el deseo de unirse como gametos, puede llegar a ser una intrepidez. Hace unos días, el presidente de Hostemur, Jesús Jiménez, que no quiere olvidar lo que ha vivido ni catar, Dios le libre, una aceituna, venía a quejarse de que, en cierto modo, los bares están dejando de ser esos lugares agradables para conversar, porque «las redes sociales están robando una parte importante a la vida social, nos están empobreciendo, nos están cuadriculando».
Por ahí van los tiros. Ligar en tiempos modernos es una auténtica penalidad si no se aceptan las reglas de juego, que, por cierto, no están escritas y varían según el atleta de turno. Y por qué no, pueden ser una oportunidad para entrar en contacto con otros semejantes con los mismos intereses carniformes o, incluso, espirituales. El deseo de embobar al otro, o a la otra, hace que cada intento sea una escaramuza: siempre hay vencedores y vencidos. Nada de relaciones en igualdad. Porque siempre reinará esa insatisfacción permanente que hace que uno crea que habrá alguien, que nunca sueles ser tú, que merezca la exclusividad. Así es.
Hoy ya no solo se seleccionan los sexos de los bebés que están por nacer, sino que, además, queremos que quien se enamore de nosotros sea un retrato robot. Máquinas de amar, programados para ser seleccionados según el ojo de quien active el botón de mando. Pobres los que se arriesgan a pisar este terreno, porque las rocas se hunden en su soledad, y los rufianes vuelan con la misma animosidad que un gavilán. Los inocentes que se dan, confiados, al amor en los mundos tecnológicos acaban perdiendo la ingenuidad a las primeras de cambio. Atención a los expoliadores de corazones, porque se las saben todas. No entregarse con facilidad debería ser una buena forma de tomarse la vida, pero en el brete de la sensualidad uno pierde los papeles. Los vientos se llevan este verano los manuales de instrucciones, y no queda más remedio que echar mano de la intuición. Que no es garantía de nada.