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Juan Hernández muestra los ingredientes de sus arroces con la isla Grosa al fondo. A. S.

Las dos estaciones del año

Propios y extraños ·

Juan Hernández Cascales, en verano regenta el restaurante El Ancla, y en invierno estudia Ingeniería Química. «Soy un buscavidas, como la gaviota que viene a almorzar», sabe

Viernes, 31 de agosto 2018

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Ya le quedan pocos días como Juan de verano. El 16 de septiembre echará el cierre al restaurante El Ancla, en la urbanización Aldeas de Taray, allá casi al fondo de la isla norte de La Manga, y volverá a ser Juan de invierno. «Bueno, aún queda un mes más de trabajo para liquidar asuntos de proveedores y hacer limpieza general», explica el Juan estival, el que trabaja 20 horas al día y, a pesar de cómo le tira el mar, el que solo se ha bañado una sola vez en todo el verano: a las cuatro de la madrugada de la noche más calurosa y más agotadora de la temporada. Ese Juan renuncia a dormir, a charlar con los amigos, a leer, a vivir, por mantener en marcha la maquinaria de un restaurante que sirve al día alrededor de 30 arroces a cualquier hora «porque los extranjeros se lo comen tranquilamente a las seis de la tarde», explica aún en el fragor de la batalla. Y eso que al norte de La Manga, el bullicio llega ya convertido en rumor lejano, y el hormiguero de toalla y visera se diluye. Tal vez por eso la gaviota visitante, puntual como el hambre, ha elegido El Ancla para recorrer la terraza en busca de condumio marinero. Juan sabe que es siempre la misma porque «tiene un problema en una pata y le cuesta andar, pero se pasea por las mesas con toda confianza. Puede ser que le cueste encontrar alimento de otra manera por su lesión», observa Juan frente a la silueta de la isla Grosa, donde anida una colonia protegida de gaviotas de Audouin.

Ya casi puede sentir al Juan de lana, que no cae en el letargo del fuego y la manta. Reaparece entonces el Juan estudiante de Ingeniería Química, aunque lo suyo fue siempre la Física. Las necesidades familiares le obligaron a colgar los libros hace años, y un buen día decidió retomar su pasión. «En invierno hago realmente lo que me gusta, y además estoy pendiente de mi familia, por eso cada año es diferente», celebra Juan, que antes que hostelero fue pastor, cocinero, alquiló televisores antes de la era de las pantallas y se graduó como técnico de Telecomunicaciones. «En realidad soy como la gaviota, un buscavidas. Sin hacer daño a nadie, cada uno se busca la vida como puede», reflexiona el físico.

  • Quién Juan Hernández Cascales.

  • Qué Hostelero y estudiante.

  • Dónde La Manga.

  • Gustos El mar, la física y la química.

  • ADN Perseverante.

  • Pensamiento «La física me enseñó a cuestionarme las cosas. A no fiarme».

Ha vivido durante 30 años los cambios de estación justo donde más se hace notar la transición: en La Manga. Llegó como encargado de mantenimiento y conserje de la urbanización durante todo el año. «Tienes intimidad, desde luego, pero recuerdo un 24 de diciembre en que solo me crucé con un coche en toda La Manga. Hay que estar preparado para la soledad», cuenta Juan sobre cómo ahogarla en el mar. «Me apasiona el mar desde pequeño. Me negué a hacer la comunión de simple marinero y exigí unos galones», se erigió Juan de almirante cuando aún era de secano.

«Recuerdo un 24 de diciembre en que solo me crucé un coche en toda La Manga»

Su infancia en Los Martínez del Puerto (Murcia) tiene la polvareda del pastoreo. «Yo soy Juan 'El Marchante', porque la familia de mi padre eran negociantes de ganado, hombres de palabra. Mi abuelo decía que los hombres dejaron de serlo cuando aparecieron los papeles», lleva la marca familiar de hierro candente. «Por mi madre soy huertano de Cabezo de Torres», reclama su sitio, aunque en realidad cree que «hubiera sido feliz en cualquier lugar, porque eso va en ti, en trabajar con la conciencia tranquila y en paz, en tener una razón para levantarte».

De su maestra Doña Eusebia aprendió «la disciplina», y de don Vicente, que el niño que le daba de comer a los cerdos podía estudiar. «La Física me ha enseñado a analizar las cosas, a cuestionarlas, a no fiarte hasta que no llegas al fondo, pero sobre todo a encontrar la solución correcta. Y a ponerme en la piel del otro, a ver desde varias perspectivas». De la Física sabe también que el eterno paso de una estación a otra es inexorable. No cuenta con nadie.

Juan de uniforme y manga corta no tiene «referencias de verano». «Ni siquiera de pequeño íbamos a la playa. Siempre había que trabajar», aprendió demasiado pronto. Sabe que está a punto de llegar Juan de invierno porque «las luces que se ven de la bahía de La Manga cada vez son menos. Hasta que se queda a oscuras».

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