La cazadora de sensaciones
Sonia Egea Latorre, sumiller y barista, 'sushiwoman' y experta en quesos, repetiría la rana flambeada. «Se me cayó una lágrima ante la perfecta armonía de un plato», confiesa
Supo que el paladar le daría más instantes de felicidad que a Facebook los gatitos, cuando se enamoró de un restaurante con estrella Michelin cuando tenía solo 10 años. «Mi madre pidió chuletas para los niños, y yo me cabreé porque quería probarlo todo. Me comí las chuletas y el menú degustación», resolvió Sonia o la dulzura si es posible que esta se personifique. La porosidad a los mensajes que lanzan los sabores, los aromas y los colores de donde hincamos el diente, no se le ha desarrollado en un día. Tuvo caldo de cultivo familiar, del que hace 'chupchup' en la cocina de la abuela, ese refugio antinuclear del mundo. «Mi abuela creció en Melilla, cocinaba de forma deliciosa el cuscús y, siempre después de comer, un té moruno», abre Sonia el portón de la infancia.
Ya respiraba hierbabuena cuando descubrió esa exaltación turbadora de la carne que es la matanza del cerdo. «Mis otros abuelos son de Los Infiernos (Torre Pacheco), y allí estaba yo, en el meollo de la matanza, dos días pasándolo en grande haciendo morcillas y embutidos con las mujeres», se arremanga Sonia lo mismo ante un sorbete de nube que en el festival de la sangre. No tardó en descubrir «que hay diversos tipos de azúcar, y que la luna llena influye en el sabor del vino». Un mundo mágico que la atrapó para siempre.
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Quién. Sonia Egea Latorre.
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Qué. Sumiller y barista, 'sushiwoman' y experta en gastronomía.
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Dónde. San Javier.
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Gustos. La cocina, los vinos y los mercados.
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ADN. Sensible e idealista.
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Pensamiento. «No como bollería industrial ni voy al Burger King».
Para convertirse, con solo 25 años, en sumiller y barista, y experta en gastronomía, Sonia se ha dado un atracón de sensaciones. Completó sus estudios de restauración en Barcelona, cuando la contrataron como 'sushiwoman' preparando la especialidad japonesa de cara al público. «Los japoneses son muy metódicos y limpios. Me encanta su método de trabajo», se quedó Sonia para su receta personal.
«Es inolvidable el día que abres tu primer cheddar y te golpea todo ese aroma»
De vuelta a Murcia siguió la fragancia de los quesos hasta explorar más de 200 especialidades a través de su trabajo en una quesería. «Es inolvidable el día que abres tu primer cheddar y te golpea todo ese aroma. Es un momento muy especial», entorna los ojos verde agua, como si abrieran con un parpadeo el disco duro del olfato. «Tengo la adicción de querer descubrir todo lo que hay detrás de cada producto. Leo constantemente e investigo», explica Sonia su experiencia como barista: «Saber apreciar lo que tomas, aprender a latear, y conocer la molienda del café es una de las mejores experiencias».
En su recorrido sensorial por la gastronomía no tardó en tropezar con el vino. «La sumillería es algo primordial», explica Sonia, cuyo encuentro con el zumo divino la ha llevado a poner en práctica la experiencia de la vinestesia en La Diligente, la empresa pachequera donde trabaja. «Lo vivo como una conjunción de las artes. Huelo el campo y recuerdo cuando iba por San Blas a recoger piñas con mi abuelo, pero también una canción puede amplificar el sabor de un vino», tienta la experta.
Con el 'Ratatouille' que lleva dentro, siempre despierto, reconoce en una copa «la devoción del pequeño viticultor, que pasa a diario por su tierra para ver sus cepas; en un mordisco de queso, la vaca que va comiendo flores pequeñas y la hierba verde, igual que hay días de flor, fruta, hoja y raíz y en cada uno varía el sabor del vino».
No es raro que reconociera la afinación sublime en un plato inspirado: «En el restaurante Alkimia (Barcelona), de Jordi Vila, probé el menú degustación de 13 platos. Hubo uno que era la armonía perfecta: unos chipirones rellenos de butifarra con ñoquis de garbanzos. Con el primer bocado se me cayó una lágrima. No había trampantojo. Era lo que veías».
No le hizo ascos a la medusa cocinada: «Tiene la textura de un cartílago y apenas sabor», decepciona. Y repetiría «la rana flambeada con Jack Daniels. Buenísima, suave y sutil». Piensa seguir devorando sensaciones, pero su futuro lo vislumbra «en el campo, con un pequeño restaurante hotel, con mi botánica y mis productos ecológicos, mi peto vaquero y mi sombrero de paja». No sabe dónde ni cuándo, pero quiere «una vida sencilla y con amor».