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Kathleen Connolly emula a sus compatriotas The Beatles en la Cala del Pino, lejos de Abbey Road. A. S.
Cortesía británica en la playa

Cortesía británica en la playa

Kathleen Connolly, guía turística para ingleses en la costa española, novel danzarina del vientre. «Cuando quedamos con un español, nos llevamos un libro», se desespera

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Sábado, 25 de agosto 2018

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Luce Kathleen una melena rubia de aire adolescente que es, a sus 72 años, toda una declaración de intenciones de no dejar de reír y disfrutar de la vida. Procede del país que resuelve con un 'excuse me' derramarle a alguien un churretón de mahonesa sobre la chaqueta en el metro. Y ha ido a parar a otro que grita en los bares, le echa conejo al arroz y hace algo tan poco europeo como llegar tarde a todas partes. O nunca llegar, haya o no razón poderosa. «Cuando quedamos con un español, nos llevamos un libro», bromea Kathleen, que es como reírse en parte de sí misma, ya que «soy de carácter más española que inglesa». Haber trabajado como guía turística para ingleses en la costa española, desde Huelva a Mallorca, la habilita para enjuiciar e incluso desternillarse con el choque de culturas.

«Los ingleses no entienden que haya niños por la noche en la calle, ni que los españoles muevan constantemente los muebles», señala algunas virtudes nacionales, aunque tampoco elude las excelencias británicas: «Nunca hablamos ni de política, ni de religión ni de dinero. ¿Que de qué discuten los ingleses? ¡Pues del tiempo! Loverá esta tarde. ¡No lloverá!», parodia Kathleen divertida.

  • Quién Kathleen Connolly.

  • Qué Guía turística.

  • Dónde La Manga.

  • Gustos El mar, el baile y el sol.

  • ADN Animada y risueña.

  • Pensamiento «La Manga es como un pueblo estirado».

Su propio hogar ha sido un paradigma de la diplomacia del imperio. Su difunto marido era irlandés. Ella, del condado de Lincolnshire, al este de Inglaterra. «Él era muy católico. Yo protestante. Los domingos cada uno iba por su lado, y en casa nunca se hablaba de religión ni de la vida espiritual del otro», expone una coexistencia impracticable en las tierras de la santa Inquisición.

La risueña Kathleen creció en Grimsby, un puerto despeinado por las mareas del Mar del Norte. «Hace unos años fue el puerto más grande de pescado. Muy famoso por el bacalao. El 'fish&chips' es muy importante en la vida», reza sus oraciones. Una adolescente tímida recorría el pueblo en bicicleta y jugaba en la playa despreocupadamente. «Mi padre era panadero y tenía una jardín con manzanos, perales, verduras y flores. Allí cultivaba ruibarbo para hacer los pasteles», le llega aún el aroma del horno a Kathleen.

«Llevaba incluso unas medias que ponían The Beatles de arriba a abajo»

Se le han grabado en la memoria escenas que tal vez ya no existan: «Recuerdo los pubs de Grimsby, con hombres sentados junto a la chimenea, los viejos fumando en pipa y uno tocando el violín». Le alcanzó de lleno a la quinceañera la fiebre de The Beatles. «Llevaba incluso unas medias que ponían The Beatles de arriba a abajo», se ríe del furor adolescente. «¡Claro que era de las que gritaban en los conciertos, aunque era más bien tímida!», se reconoce a lo lejos. Era inevitable que gastara sus primeros tacones «en los salones de baile donde sonaba música de ellos, de Cliff Richard, de Elvis».

Pronto descubrió que había más barrios además de Penny Lane, otros puertos. Como guía turística «enseñaba a los ingleses la arquitectura española, su historia, su música y sus bailes», explica Kathleen, quien terminó dentro del cuadro que enseñaba en los museos. «Trataba de enseñarles la historia en clave amena. Los ingleses tienen mucha curiosidad por la Guerra Civil española, pero los españoles no quieren hablar del tema», mete el dedo en la gran grieta nacional.

En una vida inquieta, trabajó en terapias psicológicas con niños y con personas con antecedentes delictivos, impartió clases, y viajó en coche por toda Europa. Cuando su marido se fijó en La Manga «porque tenía dos mares, y eso nos pareció fantástico, planeamos venir a vivir dos años» y se quedó para siempre. Ya puede escribir una historia de 27 años en el brazo de arena: «La Manga es como un pueblo estirado», la mira a vista de dron.

«Los chicos hacen windsurf y deporte al aire libre», encontró ventajas Kathleen, quien no tardó en hacer un nudo marinero en su puerto definitivo: «Me baño cada tarde en la Cala del Pino, aprendo a bailar danza del vientre y tai chi, voy a los bares con los amigos y jugamos a los dardos».

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