Pedro Rosique, exmarino y exactor, encargado del restaurante Mares Bravas en Cala Cortina, enseña dos bogavantes. PABLO MELGAR

De la sombrilla al bogavante

En Cala Cortina, segunda mejor playa de España, según Condé Nast Traveler, no cabe una horquilla. Pedro Rosique, exmarino y exactor, sabe que «aquí desmagnetizan los barcos»

Martes, 23 de julio 2019, 09:35

Nadie diría que sobre esta playa han caído copos de nieve hasta dejarla como Groenlandia. Pedro Rosique, encargado del Mares Bravas, posó con sonrisa de niño y el bigote blanquecino para la foto que cuelga de la terraza de este restaurante en Cala Cortina. Donde cientos de bañistas gozan al sol de julio, se formó una capa cegadora, que hizo dudar a muchos si fue un sueño. Blanco como el yeso que se extraía de la antigua cantera que se encuentra a un costado de la playa. Aún quedan los túneles gigantes de la explotación minera, que sacaba en vagonetas el alabastro y la láguena, esa tierra arcillosa que usaban para aislar los tejados, pero ojo, que si te sientas en la terraza acristalada del Mares Bravas y pides láguena, te traen un vaso de anís seco con vino viejo, y tal vez no puedas subir la cuesta hasta el barrio de Santa Lucía. Te pasa como a los barcos que acuden a la salida de esta ensenada, que no paran de girar sobre sí mismos en un cuiroso espectáculo que asombra a los foráneos. «Es que aquí desmagnetizan los barcos que vienen de estar mucho tiempo en la mar y llegan con la brújula loca», explica Pedro Rosique, que ha sido marino de aguas profundas antes que encargado hostelero. Enormes buques dan vueltas y vueltas hasta soltar el campo magnético, que nadie sabe a dónde va. En el restaurante marinero lo que atraen como un imán son bañistas hambrientos, buceadores sedientos y trabajadores de la refinería con ganas de consumir la vida exterior. Los monederos parecen haber recuperado la alegría porque a Pedro le dura el cargamento de gambas frescas, a 140 euros el kilo, un día escaso.

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Una barra de tres pisos de tapas amuebla el bar interior bajo un cartel que advierte de que «en aglomeraciones, pague al pedir». No vale hacerse el loco, que para eso no trabajan a destajo 25 empleados, y más de 30 los fines de semana. Unas 50 paellas de marisco se posan en las mesas cada mediodía, aparte de las frituras y pescados a la plancha. Pedro airea los bogavantes de vez en cuando ante las turistas para que vean lo vivos que colean.

  • Visita de interés Restaurante Mares Bravas, en Cala Cortina (Cartagena).

  • Qué hacer No dormirse, porque no hay piedad en la toma del espacio playero. Y no olvidar pasarse antes por el Mares Bravas para encargar un arroz de marisco.

  • Guía ideal Pedro Rosique Bernal, encargado, exmarino, exactor y exespecialista en efectos especiales.

Belinda Washington y Raúl González Blanco las probaron, según constatan las paredes del Mares Bravas, que ha visto de veras el Mediterráneo embravecido hasta golpear la fachada. El mayor susto se lo dio sin embargo un buque mercante que enfiló la proa hasta la puerta misma del establecimiento porque el capitán se había dormido y casi pide una caña desde cubierta. Cuentan que lo tuvieron que remolcar hasta el puerto, pero quedó prueba fotográfica de la entrada más rotunda tras la de Pavía.

Un cartel advierte a la entrada: «En aglomeraciones, pague al pedir»

«Nos íbamos a Cerdeña»

Han pasado muchas cosas desde que Juan Pérez Guijarro, dueño de la yesera, le vendiera el negocio a Juan Florín, y este a Fulgencio Rosique, cuyo hijo, Francisco, lo ha llevado a la máxima expresión del solaz cartagenero. Escoltados por las altivas baterías de costa en los dos promontorios laterales que protegen como centinelas, a los cartageneros les da tiempo al baño y a la paella al salir del curro, ya que Cala Cortina es la playa más próxima a la ciudad. Considerada la segunda mejor playa de España por la encuesta de la revista de viajes Condé Nast Traveler -tras la playa Papagayo de Lanzarote-, tiene un pintoresco promontorio del que saltan los niños como pingüinos. El 'horror vacui' rige la cala: abordaje de colchonetas, charlas de jubilados a remojo y pandillas jóvenes con nevera. Y una mujer con bañador 'animal print' que pela melocotones sin descanso, como en cada playa. Un bañista le comenta a su colega en la terraza más popular de Cartagena: «Nosotros nos íbamos de viaje a Cerdeña, pero al final pensamos: ¿dónde estaríamos mejor que aquí?».

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