Enrique Porras, con una de las paellas que sirve en su restaurante de Bolnuevo, en Mazarrón. VICENTE VICÉNS / AGM

Apeadero de verano

Que me busquen aquí ·

En el restaurante El Ánfora se puede comer paella perdiendo la vista en el infinito del tiempo y del mar. «En invierno cierro y me voy por Asia de mochilero», cuenta Enrique Porras

Lunes, 26 de agosto 2019, 11:44

Las riadas arrastran ramajes insospechados. La de septiembre de 1989 desbordó la rambla de Las Moreras y precipitó en el mar decenas de personas, coches y aprensiones, que nadie esperaba hallar en la playa mazarronera. En la resaca del diluvio llegó Enrique Porras con su novia por la saciada Bolnuevo y vio un cartel que proponía: 'Se vende casa y bar'. Hace ya 30 años de aquella embriaguez de agua y mudanzas, y parece que ha sido solo una partícula minúscula del tiempo, apenas el instante de subir una persiana, pero han pasado cosas. Enrique le compró el 'pack' de soporte vital a un alemán de cuyo nombre casi nadie quiere acordarse. Para este técnico de sonido madrileño, que había pasado sus últimos años en la carretera de un concierto en otro, ese horizonte inmutable a tres franjas de Bolnuevo -cielo, mar y arena- supuso el Valhala en vida. Se bajó del heavy metal de Obús, Asfalto y Rosendo, montando y desmontando cables y altavoces por media España, para engancharse al oleaje insistente del Mediterráneo. «Nos pasó de todo, desde el acoso de las groupies hasta las huidas de los mozos de los pueblos, que se enfadaban porque las chicas no les hacían caso. Una vez nos quisieron tirar a un pilón», cuenta Enrique, retirado ya de la trashumancia musical.

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Con la distancia de los años, se dice a sí mismo que «dejar Madrid y asentarme en Mazarrón es lo mejor que he hecho en mi vida». No se olvida de que «muchos se quedaron en la carretera, desde Nino Bravo a Eduardo Benavente», el líder de Parálisis Permanente, banda de culto de la movida madrileña, cuando volvían de un concierto. «En esos años todo es montar y desmontar para volver al coche porque al día siguiente hay que estar a cientos de kilómetros», evoca su vida de nómada rockero. «De todos ellos, Rosendo es la mejor persona», se queda Enrique, quien con el cambio de rumbo no se reseteó las querencias musicales: «Una vez, en Tailandia, escuché música de Pink Floyd y Led Zeppelin y me puse de rodillas».

  • Visita recomendada Restaurante El Ánfora, en la playa de Bolnuevo (Mazarrón).

  • Qué hacer No hacer nada, más que sentarse en su terraza en el paseo marítimo o la instalada sobre la arena y pedir una paella si es mediodía, o un mojito si es de noche.

  • Los guías ideales Enrique Porras Pasamontes, propietario de El Ánfora.

Tres décadas después suena reggae en su terraza playera, y parece que el mundo se mueve allí con la cadencia de un 'rastaman'. «Suelo poner mucho rock y a veces se le escapa Jimmy Hendrix», se rebela el hostelero como una rareza en el planeta del reguetón.

«De aquí no me muevo. China me parece cerca, pero Murcia la veo lejos. Como mucho, vienen amigos a casa algunas noches a echar una partida de Risk»

Enrique innovó hace unos años la cocina con la introducción de carnes exóticas. Aficionados a las emociones nuevas se acercaban a probar sus carnes de avestruz, gacela, cocodrilo, canguro y bisonte, pero la crisis depuró los menús y hubo que volver a las fórmulas seguras de los ingredientes de 'kilómetro cero': las frituras de pescado, las tortillitas de camarones y el arroz con verduras frente al mar. Después de las cenas, sirve mojitos cuyo ingrediente principal es el paisaje estrellado, que abraza desde el fondo como hace 30 años.

Para Enrique, Bolnuevo es hogar de regreso y apeadero de verano, ya que cuando finiquita la temporada alta, se echa la mochila a la espalda y vuela de nuevo a Asia. «Este año me voy a Moscú y a Bangkok», inicia el viaje. «Me cunde lo que gano en verano porque no tengo hijos ni mujer ni hipoteca, no consumo drogas ni alcohol. Vivo libre y feliz», suelta lastres. Cuando se sacuda el polvo del camino más lejano, volverá al descanso de Bolnuevo. «Y de aquí no me muevo. China me parece cerca, pero Murcia la veo lejos. Como mucho, vienen amigos a casa algunas noches a echar una partida de Risk», pasa la vida.

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