Estos días me he empeñado en optimizar el uso de un televisor que tengo sin internet, así que he pensado conectar la 'tablet' a la ... tele con un cablecito para usarla como pantalla. En los vídeos de YouTube parece todo muy sencillo pero cuando llega la realidad la cosa se complica demasiado. He tenido que comprar dos cables distintos, y devolver uno de ellos porque me habían vendido mini USB y no micro USB, ¡ahí es nada! El segundo cable tiene las instrucciones en un inglés indescifrable y en chino, así que vuelta a YouTube a ver si algún 'influencer' caritativo arroja luz sobre el asunto, pero nada, en los vídeos conectan los dos aparatos y tachán, todo perfecto, pero a mí me salen códigos QR y cosas muy raras. Me he dado por vencida.
Mi aventura informática me ha hecho reflexionar sobre la cantidad de personas mayores que han reducido sus salidas a la calle y sus relaciones sociales por la pandemia y que además no tienen internet, de forma que el aislamiento es doble. No tienen servicios de mensajería instantánea, no acceden a videollamadas, no pueden ver canales de entretenimiento de pago, ni pedir algo tan simple como una cita previa, indispensable para ser atendido en cualquier Administración o en el médico. Son náufragos informáticos que esperan en las oficinas de bancos para que les digan que ahora los trámites son 'online' o en el cajero, y que llaman a teléfonos que nadie contesta porque están saturados.
La sociedad impone un sistema muy dificultoso para personas que nunca han trabajado con un ordenador y que se sienten más perdidas y solas que nunca en la gran isla que es la red.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión