Camisetas de Armani, gorras de Moschino, relojes Tommy Hilfiger, iPhone 11... A los agentes que esperan en la orilla de Europa la llegada de pateras ... de Argelia les llama poderosamente la atención la obsesión por el lujo de los cientos de jóvenes que cruzan el Mediterráneo en busca de una vida llena de prosperidad. Hasta sus playeras son de primeras marcas, con lo buenas que salen las del Carrefour.
Paradójicamente, estas personas abandonan una vída mísera para encontrar en esta orilla todo lo que ellos ya traen puesto de casa. Como si no quisieran desentonar a su llegada a este El Dorado agrietado y azotado por una crisis sin precedentes cuya verdadera dimensión aún está por conocer.
Quienes emprenden ese viaje lo hacen convencidos de que en la vieja Europa atan los perros con longanizas. Que es ese paraíso de abundancia, modernidad y oportunidades que han imaginado por los testimonios de quienes llegaron antes, por las influencias propias de los territorios fronterizos y también por lo que les entra vía parabólica los domingos de Liga.
El lujo es un escudo contra el rechazo que sienten en territorio europeo, un amuleto contra el mal de ojo del desembarco y una protección contra los recelos que también soportan cuando llegan como último destino a los barrios de París, Marsella, Lyon y Bruselas de mayoría magrebí. Desconocen que esa estética tiene un efecto estereotipante merced a esos menas capaces de gastarse en un cinturón de Gucci los 300 euros de una billetera sisada en el metro.
Casi veinte años después de su primera edición, sigue plenamente actual 'Harraga', una novela del traductor canario Antonio Lozano que ahonda en el fondo del problema y nos descubre que muchas veces lo que parece un paraíso es realmente un infierno. Y que los que parecen unos delincuentes tan solo son unos infelices.
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