Durante este verano me/les propongo, mediante estas breves columnas transitar por una serie de 'Ultra-lugares', sitios «a la vuelta de la esquina» donde ... aposentarse y respirar, espacios en los que unir los retazos de uno mismo y que aportan la consistencia de lo auténtico.
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El antropólogo francés Marc Augé generó el término 'No-lugar' para referirse a aquellos espacios donde nos diluimos y pasamos a formar parte de una masa anónima, ingente y despersonalizada sin rostro; donde nos desdibujamos y confundimos en el entorno siendo tragados por este a modo de sumidero.
Un ejemplo de agujeros negros de lo humano, de los 'No lugares' son los centros comerciales, los vagones del metro, las colas, los estadios, o las áreas de descanso, los aeropuertos, las estaciones... todos esos espacios de paso y de espera, de multitud donde consumimos mientras nos consumen, sitios donde devoramos experiencias a través de la impaciencia.
Lugares imposibles, inhabitables y solo vivibles durante unas horas. Pero de igual modo, y si me lo permiten, podemos hablar de 'Ultra-lugares' que en la línea inversa del concepto de Augé, serían esos espacios que nos atraviesan y atrapan y con los que acabamos constituyendo un vínculo de identidad.
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Desde la Cuesta de Gos, en Águilas, al Mirador de Campo López, 'El Campico' (como lo llaman los lorquinos), desde la plaza central del Sabinar en Moratalla, con su murmullo de tres voces, al trozo de luna que habita en el Barranco de Gebas en Alhama.
Desde el colmado en Benízar, que huele a azafrán y donde aún «se te apunta lo que se debe y ya me lo pagarás cuando puedas», a la barra de la cantina del bar de 'La liga de Portman' donde aún se puede rastrear la dolorosa historia soterrada, desde el olivar de Abanilla, 'La Palestina murciana', a orillas del río Chícamo, a la siesta debajo del parral.
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Pasearemos y nos detendremos ahí, allí... aquí en los 'Ultra-lugares' que rellenan el vacío del sinsentido de la vida vertiginosa, consumista y devoradora... ¡Vamos allá!
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