Andan los mentideros políticos revolucionados esta semana con el anuncio de la dimisión de la número 2 del PSOE, Adriana Lastra, como vicesecretaria del partido.
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Las razones que la han empujado a tomar esa decisión solo las sabe Adriana, y no deberían ser carne de especulaciones, si el verdadero motivo de su renuncia es por un embarazo de alto riesgo o si Santos Cerdán es la mano que mece la cuna.
De cualquier manera, es una decisión respetable y personalísima al igual que la de Soraya Sáenz de Santamaría cuando decidió acortar su baja maternal e incorporarse a su puesto de trabajo casi de manera inmediata tras dar a luz.
Destacadas dirigentes socialistas la han criticado acusándola de lanzar un mensaje poco feminista, ya que la maternidad no debería suponer un freno profesional para ninguna mujer.
Sin embargo, la realidad es que en este país la conciliación laboral es una falacia. Hoy por hoy triunfar profesionalmente y ser madre son incompatibles, y de esta burra no me bajo aunque me venga Ana Patricia Botín y su ejército de niñeras a decirme lo contrario.
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Se ha hablado mucho del derecho de la mujer a decidir, pero no se ha hablado de las que no se lo pueden permitir. Mujeres con trabajos precarios a los que no pueden renunciar voluntariamente ya que suponen su único sustento, trabajadoras que acuden a sus puestos enfermas por el miedo a ser despedidas si piden una baja laboral, o autónomas que no ingresan un euro mientras dura esta situación.
No todas las mujeres son como Adriana o Soraya, no todas tienen la libertad de poder hacer lo mismo, y mientras eso no pueda conseguirse, las políticas progresistas y feministas deberían cuidar la ética y la estética. Que no se pida una baja o una excedencia con reserva de puesto envía el mensaje de tener que elegir y ninguna mujer debería tener que renunciar. A nada. Nunca.
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