A veces un coche es una casa, no en el sentido de tener una cama, ni una mesita de noche, ni un trastero; sino que ... un coche, a veces, deja de ser un medio para convertirse en el destino. Leonard Cohen lo sabía y llegó a decir que le gustaba «vivir en la carretera» porque era «mucho más fácil que la vida civil».
Para poder llegar, primero hay que saber irse, y un coche es el único lugar donde se puede estar cuando ya no quieres estar en ninguna parte. De vez en cuando conduzco el mío y las carreteras son los cimientos, y la música es el mapa; y el mapa, una canción de Kodaline. Entonces me digo que todo desplazamiento es una rebelión y que, por tanto, el copiloto debe ser nuestra brigada.
Una vez empecé a escribir un libro titulado 'Yo no soy de aquí' que iba a tratar sobre marcharse de todos sitios. Por supuesto nunca lo terminé porque tuve que largarme de él antes de que él se fuera de mí. Entre saltar el último y hacerlo el primero hay un espacio lleno de supervivientes. En ocasiones, tomar una salida puede ayudarte a encontrar el camino, pero en otras solo sigues un camino ante la imposibilidad de encontrar una salida.
Por suerte hay momentos en que el verano es todo lo que tienes y con eso te basta. Puede que este sea uno de ellos y que todo lo que quieras, después de un año y medio atenazado por límites perimetrales, sea apurarlo y dejarlo seco.
Lo bueno de los coches es que en ellos no se puede dejar nada para después porque todo es transitorio. Es en lo temporal donde existimos, en ese delgado equilibrio entre los lugares que nunca veremos y el tiempo que ya hemos perdido.
Al final, todos los caminos llevan a alguna parte y puede que sea suficiente con tener un coche con el que esperar a alguien en la puerta con el motor encendido y la recuperada libertad de transitarlos; que te pregunten «adónde vamos» y contestar como si no hubiera otra respuesta: «Lejos de la vida civil».
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