Se nos va agosto y, aunque no estemos en la lona, algún diente nos hemos dejado por el camino. Que se lo digan a nuestros ... bosques, hechos trizas por el fuego con las llamas cada vez más cerca del cielo y nuestros políticos cada vez más cerca del suelo. Falta de previsión, cruce de acusaciones..., en fin, todo enmadejado, como siempre. Donde debiera haber coordinación, solo hay reconvenciones. Si las más de 400.000 hectáreas quemadas estrujan, su gestión a cuatro patas jode.
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Y aunque en la Región nos hemos librado del fuego, no de una imagen también catacúmbica: la de Torre Pacheco por violenta y la de Jumilla por sonrojante. Ambas acaparazadas bajo el mismo papel de envolver: por defender lo nuestro se carga contra lo que es de fuera. Se puede llamar de muchas formas, pero donde algunos ven valores y españolismo, yo solo huelo a rancio y prehistoricismo y en última instancia, claro está, a puro y duro racismo.
Un racismo entendido en sentido amplio, que es aquel que no va solo contra la piel, sino contra todo lo demás: gente a la que le molesta que otros no recen a su dios, no coman lo mismo que ellos y no amen como ellos quieren. Ya saben, gente de bien y de orden, que se decía antes. En el fondo, gente violenta, que se cree por encima del resto, porque algunos están en este mundo, pero es como si siguieran en las cavernas. Ahora con una diferencia y es que se sienten más fuertes por una razón sencilla: tienen el respaldo de un partido que los justifica y, por tanto, los ampara.
Un partido que está en esta época, pero echó el ancla en otra, donde hay terraplanistas, gente que niega el cambio climático y la violencia contra la mujer, gente que no se mueve por razones, sino por cojones.
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Así que septiembre, ya a la vuelta de la esquina, nos pilla con olor a quemado, sniff sniff, pero no sé si tanto por los bosques que arden como por la ineptitud de los que votamos.
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