Raquel Garod, dramaturga, actriz y creadora escénica. Javier Carrión / AGM
Dramaturga, actriz y creadora escénica

Raquel Garod: «Hoy, por desgracia, no se puede decir casi nada, y eso me mata»

La dramaturga y actriz asegura que «hay cuatro haches que no pueden faltar en mi vida: humanidad, humildad, honradez y honestidad»

Sábado, 5 de agosto 2023, 00:19

Raquel Garod dice que sube el pan cada vez que habla. Pero lo cierto es que esta creadora escénica, actriz y dramaturga murciana no es ... esa 'rara avis' que muchos creen, sino una criatura pura, desembarazada de las banalidades imperantes, que en escena no es distinta de aquella mujer que era bailarina y sí bailaba siempre. 'La bailarina que sí bailaba siempre' es el texto que estrenó en 2019 en el Centro Párraga de Murcia, una reflexión soberbia sobre los espacios mentales que siguen golpeando a una víctima de la violencia machista. El trauma, a veces, no desaparece. La gestión de emociones contrapuestas aparece en la conversación. En el verano de 2020, con el mundo en el vaivén de las olas del coronavirus, Garod sobrevivió a un atropello en Ciudad Real que le dejó secuelas físicas. El conductor, menor de edad, se dio a la fuga. 'El Grito', 'Crímenes', 'Alas de cristal'... son otros proyectos de creación dramatúrgica con los que esta murciana de 31 años ha dado golpes en la mesa.

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-¿Para qué sirve el teatro?

-Hay algo chulo y poético en el teatro para llegar a muchas humanidades, a muchas verdades, a muchas organicidades... y siempre buscando el fondo, profundidades.

-¿Por qué ese empeño en que, de repente, solo seamos una cara, una firma, unos ojos o un cuerpo?

-Eso es algo que a mí me generó siempre conflicto porque es que son dos cosas que no tienen nada que ver. Me ha costado resumirme a una imagen concreta, al '¡ah, mira! la chica alta, la chica teñida...'. Estamos a favor de las humanidades y de muchas cosas, pero hay que jugar mejor las cartas.

-En el curso 2010/2011 usted entra en la Escuela de Arte Dramático de Murcia. Imagino que fascinada por ese mundo nuevo... ¿A quién admiraba entonces?

-Sobre todo a nivel de teoría teatral postdramática, que me ha interesado siempre. Todo lo que era romper los cánones tradicionales. Porque si digo convencionales me acribillan. Tuve la suerte de tener unos padres que siempre me dejaron márgenes muy bonitos para jugar con la imaginación. Cuando mis padres se sentaban con nosotras, jugábamos con las manos, con sombras, no eran de comprarte la Barbie. Siempre estuvo ahí ese juego, esa inocencia. Y ahí en la infancia yo ya pensaba y sentía mucho.

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«Estamos a favor de las humanidades y de muchas cosas, pero hay que jugar mejor las cartas»

-Es curioso cómo algo tan inocente como un juego de sombras pudo mostrarle un camino.

-Yo sabía que médico no quería ser. Yo notaba que sentía, y esas cosas hacían eco. Eso necesitaba moverlo, y yo entonces no concebía que eso era un lenguaje no verbal. Para mí era ponerme Los Pecos, Los Panchos, Abba o Mocedades y empezaba a moverme. Lo que hacía era mover emociones. Sin más pretensiones.

-¿Sus padres acabaron convertidos en sus mayores fans?

-Sí, siempre estuvieron en mis estrenos. Mi padre falleció hace 5 años. Yo me fui de casa muy joven, separé mucho. Me hice de una forma. Salí mucho de aquí. Volvía con otros pretextos. Pero es cierto por lo que me preguntabas antes que yo leía a Rodrigo García [dramaturgo y escenógrafo hispano-argentino] y me flipaba; algo de Angélica Liddell [Premio Nacional de Literatura Dramática], y con cuidado, porque no podemos endiosar a nadie. Me interesaban los proyectos que se salían de la norma. Se nota cuando hay inquietud de verdad. Intenté llenarme de eso.

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-La experiencia, la vida. ¿Cómo encaja en su escritura dramática?

-No cambio el chip, mis ojeras no son de beberme anoche cuatro mojitos. Soy nocturna de currar, porque en la noche esto [agarra el teléfono] no suena. He aprendido, sí. Pero no difiero. Lo que escribo es lo que veo. Estoy todo el día creando.

-No hay tantas dramaturgas...

-No hay tantos dramaturgos buenos. Hay también un rol, el de ser dramaturgo, como el de ser artista o el de ser escritor, hay una inmediatez y una cultura del ya, pero cabe preguntarse más allá de esa postura qué hay dentro. ¿Necesitas hacerlo?

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-¿De qué peca?

-De ser extrovertida. No intelectual, sino como una cosa de broma, muy gansa. Ha sido un rol que he adoptado, porque con 19 años te sientas en contextos donde dices cosas raras, y te sueltan, ¿pero qué dices? Y es por haber estado leyendo todo el tiempo. No es que sea difícil para la gente, sino que tiendo a ser honesta. Y eso genera mucho rechazo. Yo no voy a generar incendios, pero digo las cosas a la cara, y no ofendo por ello.

En tragos cortos

  • Un sitio para tomar una cerveza Con el mar delante todo vale.

  • Una canción De Bach a Vetusta Morla hay un mundo...

  • Un libro para el verano Todo de Almudena Grandes.

  • ¿Qué consejo daría? La ley de las cuatro haches: ser más humilde, más humano, más honrados y más honestos.

  • ¿Cuál es su copa preferida? Un vino de Jumilla. Pero últimamente me he aficionado a Mucho Más [de Bodegas Felix Solís].

  • Un héroe o heroína de ficción Don Quijote, siempre.

  • Un epitafio 'Traigan vino, no quiero flores'.

  • ¿Qué le gustaría ser de mayor? Me emociono solo con pensarlo.

  • ¿Tiene enemigos? No los quiero.

  • ¿Qué es lo que más detesta? Las apariencias, las carcasas.

  • Un baño ideal Me gustan los micromundos donde no hay sombrillas ni colonización.

-¿No se reconoce en qué?

-No soy policía ni justiciera de nadie. Pero moralmente me viene la cara de mi padre muchas veces, los valores que me han enseñado. Siempre me decían, da igual que seas médico, que recojas melones en el campo, que seas bonica o fea, que te cases o no, pero no olvides la ley de las cuatro haches. Hay cuatro haches que no pueden faltar en tu vida cada día, decía mi padre: humanidad, humildad, honradez y honestidad. Pasarás hambre, penurias, frío... pero dormirás todas las noches como un bebé.

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-¿Qué valor ha dado al viaje?

-Para mí son mudanzas. Algo muy potente. No es solo cambiarte de piso. Ahí pasan cosas. Sales de tu mundo. Te formas. Trabajas. Las veces que lo he hecho he vuelto con menos ruido y con más voz.

-¿Qué le gusta que pase en ambientes desconocidos?

-Ummmm. Dicen que en el teatro la vida cabe en una hora y media. Y eso no es real. Al final, pienso que todo es un trabajo de foco, de atención. Y tiendo a grabar sonidos, a una mujer que arrastra la muleta, y quizás con eso monto una atmósfera acústica. Para depende de qué proceso o qué monólogo, sí que me ayuda bastante.

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-Una palabra puede desordenar el mundo. La poesía sí lo logra.

-Es que todo son emociones.

-¿Y antes de teatrera, qué fue?

-Era cantautora, tenía una banda. Desde pequeña tocaba la guitarra, escribía mis canciones, le poníamos música, mucho Silvio Rodríguez, mucho Enrique Urquijo. Comí muy bien ese año. Pero no me gustaba, es curioso, tocar sola porque sentía el foco en mí. Luego, sin embargo, he interpretado monólogos, trabajos muy laberínticos en los que no juego a teatralidades, en los que no puedes respirar como actriz. Me ha tocado graduar energías. Un juego bastante complejo.

-Interpretar a un personaje en el escenario no deja de ser un trabajo medido, sujeto a un texto. Parecen autómatas, pero al tiempo expresan sentimientos. Son como robots que lloran...

-Me encanta esa metáfora, sí. Se teoriza mucho sobre la palabra reproducción, pero eso no forma parte de lo que hago, porque si no estaría haciendo una mentira. No es una reproducción desde un artificio. Para mí eso es hacer otra cosa.

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-¿Qué no soporta?

-Las ideas me dan igual. Podemos discutir, establecer conversaciones. Y generar cosas. Yo no tengo problemas con ello. Estoy en paz, tengo mis ruidos, como todo el mundo, mis incendios. Pero son importantes para mí los valores, la integridad. Desgraciadamente, hoy no se puede decir casi nada, y estas cosas a mí me matan. La sociedad presenta muchas fallas, es muy tectónica.

«Soy autocrítica, autoexigente, perfeccionista. Y he tenido un machaque interno potente [a consecuencia de un atropello]»

-¿Para qué aprovecha el verano?

-Hay un hecho que ha determinado mi vida última. Estaba en Almagro con mi chico [Jesús Palazón, técnico de espectáculos]. Ibamos en bici, cruzando un paso de peatones, escuchamos un coche derrapando y me caí. Tuve una luxación lateral de codo. Conducía un chico que acababa de salir de un centro de menores. Sin carné y sin seguro. Dio marcha atrás de nuevo para asustarnos. Fue el 7 de julio de 2020, y no puedo estirar el brazo, un problema muy gordo. Me operaron el año pasado, pensando que iba a poder recuperar algo, y ha sido peor. Ahora estoy esperando a una nueva intervención potente, pero no para mejorar, porque no voy a poder estirarlo jamás. Fue en plena pandemia, y lo importante era que la gente se estaba muriendo, no el codo de una bailarina. Fue un antes y un después en mi vida.

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-¿Qué ha tenido que asumir?

-He confiado en los médicos. Soy una persona autoexigente, autocrítica, perfeccionista. Y he tenido un machaque interno potente. Me dijeron que tenía el nervio dañado, que no tengo líquido en el codo, que tengo descalcificación... no era yo sola. Tengo una neuropatía, calambres, y mucho dolor. Desde los 14 años he trabajado profesionalmente el cuerpo, con entrenamientos potentes, mi trabajo es muy corporal. Y cuando hay un factor físico como este, que duele mucho, toca un trabajo propio de recomposición.

-Su forma de expresarse, precisamente, en escena, parece siempre fruto de un calambre.

-Me emociona pensarlo. Si eso no está en mí, ¿qué te voy a mover a ti? Siempre he estado a 'full' con esto, y esa necesidad de corriente es fruto de mi deseo de liberación, una catarsis espiritual y física.

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-¿Cuándo la veremos subirse a un escenario en nuestra región?

-En enero, en el Auditorio de Beniaján, estrenaré allí 'Bonjour, mademoiselle!' [dramaturgia, creación escénica e interpretación de Raquel Garod e iluminación y espacio escenográfico de Jesús Palazón, producción de Luciérnagas 24 Producciones, una obra sobre valores sociales arcaicos que atentan contra las mujeres], y en junio de 2024 en el Teatro Circo de Murcia. No tiene nada que ver con lo que he hecho, y lo afronto como un acto de reafirmación, y de catarsis.

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