«Me sentía como el arpa de Bécquer, dormida en un rincón»
poeta
Antonio Arco
Miércoles, 20 de julio 2016, 23:46
En su poemario erótico 'Hasta un poco más todavía', editado por Balduque, escribe Jeannine Alcaraz, 70 años, vida intensa, nacida en Orán e instalada en Cartagena por amor: «Te descubrí / en una rosa del desierto».
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-¿Un sitio para tomar una cerveza?
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-Cualquier chiringuito frente al mar.
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-¿Qué música le suena en el teléfono móvil?
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-Ninguna.
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-Un libro para el verano.
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-'Almas con pies desnudos', de Maram al-Masri.
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-¿Qué consejo daría?
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-Tenga siempre una ilusión.
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-¿Facebook o Twitter?
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-Facebook.
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-¿Le gustaría ser invisible?
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-A veces sí.
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-¿Un héroe o heroína de ficción?
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-Un hada madrina.
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-Un epitafio.
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-«No lloréis por mí».
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-¿Qué le gustaría ser de mayor?
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-Una anciana sana y con la mente despierta.
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-¿Tiene enemigos?
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-No, que yo sepa.
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-¿Lo que más detesta?
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-El odio.
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-¿Lo peor del verano?
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-El calor.
-Dígame un lugar que adore y que conste que no le prometo llevarla.
-¡Orán! Allí viví hasta los 18 años. Mi padre, cartagenero, fue un exiliado de guerra. Mi madre es argelina de orígenes españoles. Crecí viendo que es posible la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, tuve una maravillosa educación francesa y una infancia y una adolescencia muy felices. Cuando regreso a Orán, siento que piso mi lugar en el mundo.
-¿Qué no falla?
-Cuando en mi familia celebramos algo importante, lo hacemos comiendo cuscús.
-¿Qué le cambió la vida?
-Conocer al que sería mi marido, Ramón. Supe que sería el gran amor de mi vida en el mismo instante en el que le puse los ojos encima.
-¿Cómo fue?
-Mis padres me mandaban a Cartagena, con mi abuela paterna y mis tíos, a pasar las vacaciones de verano. Un día fui a hacerme una fotografía al estudio donde trabajaba Ramón. Lo miré, me quedé flipada, me dije: «Éste es para mí». Yo tenía 14 años, él 24. No volví a verlo hasta el verano siguiente, cuando regresé a hacerme otra fotografía. Volví a flipar, no tenía duda de que estaba ante el hombre de mi vida. De nuevo en Orán, le escribí una carta con la excusa de que quería practicar el español. Con 16 años nos hicimos novios. Yo era la joven más feliz de toda la Tierra.
-¿En qué cree?
-En el flechazo, sin duda. Ramón era guapísimo, moreno, alto. Me trastornó del todo.
-¿Y cómo fue su vida con él?
-Diecisiete maravillosos años a su lado viviendo con intensidad cada segundo que pasaba y estando pendientes el uno del otro como el primer día. Y llegaron nuestros dos hijos. Pero... él se fue.
-¿Qué se cruzó en sus vidas?
-Una enfermedad irreversible, cuya gravedad yo conocí desde el primer momento. Dos años viendo, sintiendo, cómo se iba... Decir que fue durísimo es no decir nada. Me ayudaron dos cosas: estar rodeada, por mi trabajo de maestra, de chicas y chicos llenos de vida; y que mi madre se viniera de Francia para ayudarme con mis hijos, que tenían 15 y 14 años. Por ellos está claro que yo no podía tirar la toalla. Estuve con él, literalmente, hasta el último suspiro. Le sujetaba la mano cuando se fue.
-¿Cómo lo superó?
-Me decía, para consolarme: «Has sido muy dichosa, no todo el mundo tiene la suerte de haber podido disfrutar del amor de un hombre así. Yo pude conocerle y amarle. No puedo enfadarme con la vida porque me ha permitido conocer el amor». Cuando Ramón se fue, yo tenía 37 años. Dejé de esperar nada más de la vida. Sin embargo, con 69 años, el año pasado, la vida quiso hacerme otro regalo maravilloso.
-¿Otro flechazo?
-Así es. Lo conocí en una velada poética en la que él participaba cantando tangos. Por segunda vez en mi vida, lo vi claro: «Éste es para mí». También es un hombre maravilloso.
-¿Qué es una suerte?
-Poder cumplir tus sueños. Mire, mi sueño de niña era ser maestra. Sueño cumplido. También ha sido una suerte descubir el mundo de la poesía, que me ayudó muchísimo cuando se fue Ramón.
-¿Hay un Más Allá?
-Quiero creer que lo hay, que se producirá algún día el reencuentro con los seres queridos que se han marchado. Pero son muchos los momentos en lo que me digo: «Aquí se termina todo». Mi pareja, sin embargo, me cuenta que siente que su madre está cerca de él y que muchas veces le ayuda. ¡Ojalá sintiése yo que Ramón y mi padre están cerca de mí!
-¿Qué aprendió?
-Vivamos el presente, y hagámoslo siendo personas honradas y consecuentes con nuestros actos.
-¿Qué más?
-A saber que los bienes materiales no son lo más importante. Puedo sentirme bien con muy poco: unos libros, un aparato para escuchar música y las fotos de los míos alrededor.
-¿Qué se ha sentido siempre?
-Una mujer libre. Siempre he hecho lo que he querido, nadie ha elegido por mí. Ahora, es cierto, tengo menos libertad de movimientos porque mi madre, que tiene 86 años, desde que se fue mi padre se ha hecho muy dependiente de mí. Condiciona mi vida, pero se merece, sin la menor duda, que yo me sacrifique por ella.
-¿Qué es usted?
-Soy paciente, algo que me ha venido muy bien para la enseñanza. Tengo muchísima paciencia. Durante años, por ejemplo, fui pescadora de caña de mano. Podía pasarme horas y horas pescando. Además, luego era un placer comerte el pescado que tú misma habías pescado. Pero ya no lo hago.
-¿Por qué?
-Ya no quiero matar animales. Me los como, eso sí -del pollo al cordero, pasando por la ternera-, pero no los mato. Matarlos me da pena. Y tampoco quiero engañarlos.
-¿Se imagina que pudiésemos volver a empezar?
-Me lo imagino, sí. Si yo pudiese volver a empezar me casaría con la misma persona, volvería a ser maestra y tendría los mismos padres y la misma familia que tengo. Solo cambiaría una cosa: que Ramón no hubiese muerto tan joven.
Recibir cartas
-¿Qué echa de menos?
-Recibir cartas, ¡qué placer! Cartas de amor, cartas de tus padres, cartas de tus amigos... Recuerdo que, cuando me las entregaba el cartero, me las metía en el bolsillo nerviosa y dejaba pasar un poco el tiempo hasta que las abría. Estaba nerviosa, feliz, expectante.
-¿Qué no hacemos bien?
-Nunca decimos 'te quiero' lo suficiente, nunca abrazamos lo suficiente a nuestros seres queridos. Una y otra vez se repite la misma historia: cuando nos damos cuenta de ello, ya es tarde.
-¿Qué necesita?
-Lo primero de todo: saber que cuento con el amor de mis hijos.
-¿Qué le relaja?
-En eso también tengo mucha suerte: me relaja muchísimo ver a mi perrito y a mi gata jugando, o contemplarlos mientras se quedan dormidos uno al lado de la otra. Y hay algo más que no falla si quiero quedarme relajada: acariciar a la gata.
-¿Qué no entiende?
-El afán loco de dinero y poder.
-¿Qué es peligroso?
-El que nos estemos deshumanizando, el que no nos importe lo que pasa un poquito más allá de nuestro ombligo.
-¿Qué sensación se le quedó grabada para siempre?
-La de un temblor de tierra. Yo tenía 13 años, estábamos en Orán. La tierra tembló durante siete segundos, me sentí absolutamente vulnerable, frágil, expuesta. Esa noche dormí entre mi padre y mi madre, el mejor lugar del mundo donde sentirme a salvo. Desde ese día, me dan pánico los terremotos.
-¿Qué no tiene?
-¡Arrugas! Tampoco las tiene mi madre ni las tuvo mi padre.
-¿Qué le vino bien?
-El taichí. Me curó una tendinitis en el hombro. ¡No debería haber dejado de practicarlo!
-¿Dónde volvería sin pensarlo?
-A Venecia, en cuya Plaza de San Marcos sentí un estremecimiento maravilloso; a Roma, para volver a escuchar el rumor del agua en la Fontana de Trevi; a Córdoba, para pasear nuevamente de madrugada por su judería; a Alejandría, para volver a visitar la casa de Konstantino Kavafis; a Estambul, por todo.
-Dice usted en uno de los poemas de 'Hasta un poco más todavía': «Se desató el deseo, / el salvaje deseo / de ser / salvajamente poseída». ¿El deseo tiene edad?
-No, y la mujer lo siente igual que el hombre. Me he dado cuenta de que el sexo no tiene edad. Yo tengo 70 años. Bueno, vamos a ver: ahora todo es más tranquilo, no se producen tantas tormentas, aunque no faltan algunos relámpagos que te deslumbran por completo. ¡Por favor, pero si a veces parecemos dos adolescentes! Doy gracias a la vida por haber encontrado a otro compañero, y a él le pasa lo mismo. Él tampoco esperaba ya nada. Y es algo verdaderamente muy hermoso. Es cierto que sin la intensidad de antes, y que hay que tener más cuidado para no hacerse daño [risas], pero ahí están el placer y la felicidad a nuestra disposición. No hay que tenerle miedo ni al sexo ni al cuerpo. Yo estoy operada de un cáncer de mama, y una inmensa cicatriz me cruza el pecho. ¡A mi pareja no le importa en absoluto! El amor está muy por encima de todo. Estaba dormida sexualmente, no estaba muerta. Me sentía como el arpa de Bécquer, dormida en el rincón de un salón.
-¿Cuál fue el primer poema que escribió de 'Hasta un poco más todavía'?
-El titulado 'El conductor de autobús': «Se cruzó en mi camino / en su enorme autobús, /espléndido como un dios, / con el cuello de la camisa abierto / y la barba de unos días. / Él, no me miró. / Pero yo / lo devoré sin dejar ni rastro». Y así pasó en realidad: yo iba en mi coche, el autobús pasó a mi lado, lo vi, me impactó, llegue a mi casa y escribí el poema.
-¿Y qué le pasó con el carnicero que protagoniza otro de sus poemas?
-[Risas.] Fui a la carnicería después del colegio. Al carnicero le había visto muchísimas veces, pero ese día, no sé por qué, lo encontré muy hermoso. Y cuando le pedí el pollo y lo cogió entre sus manos, pensé: «¡Ay, si me abrieran así a mí también!».
-¿Qué no le atrae nada?
-Las multitudes. Me dan un poco de miedo. Y en el terreno sexual, yo jamás participaría ni en una orgía, ni en un intercambio de parejas, ni en ninguna práctica sadomasoquista. El sexo requiere intimidad.
-¿Qué es lo peor?
-Estar subida en un avión que se está yendo a pique.
-¿Qué hay que saber?
-Hay que saber estar, lo que incluye saber cómo vestirte en todo momento y en todo lugar. No me gusta, por ejemplo, que algunas mujeres vayan provocando. Algunas lo van cien por cien.
-¿Qué no es?
-Feminista. Me gusta que cada uno esté en su sitio. La mujer, femenina; el hombre, viril. Y eso no es excluyente con que sea sensible y tierno. Necesito sentirme protegida por el hombre que está a mi lado. Yo no quiero ejercer con él de madre, quiero ser su compañera y su amante.