Arturo Pérez
Aventuras y bestias

Animales mitológicos (1): Soñé que vivíamos la noche del cordero

Jueves, 14 de agosto 2025, 00:14

Soñé que vivíamos la noche del cordero. Encerrados en casa, con las luces prendidas, el miedo nos acechaba. En nuestra puerta, un ciclista cargaba un ... enorme piano de cola. La calle era azul cobalto. El ciclista -con el piano enorme, colocado en vertical- una alargada sombra negra. El perfil de la imagen casi alcanzaba el primer piso. El misterioso conductor estaba parado en silencio. No puede saber que estamos dentro, me decía. Pero sí lo sabe porque las luces están prendidas, porque llevas un mes levantándote a las cinco de la mañana para estudiar. Al menos para intentarlo.

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La espera es inmensa. Suena el tren bajo el puente de Brooklyn. El silencio de la noche se espesa, como la espera de la misteriosa sombra negra.

En el sueño, como en la noche del cordero, aguardamos a que el visitante pase de largo. No habíamos matado animal, ni pintado la puerta con su sangre. Cerramos los ojos.

El ciclista-pianista permanecía como un dibujo estampado en la calle, estatua de sal de pesadilla. No nos ve. Sí nos ve. El terror de lo inesperado. ¿Por qué aparece esta madrugada de entre los muertos? ¿Qué viene a buscar?

Dejo los libros y regreso a la cama. Ya estudiaré otro día. El agotamiento me vence y la esperanza de un nuevo día sin extraños habitantes de calle, relaja mi mente, mi cuerpo.

El pijama de satén negro, como la sombra, me cobija. Me abrazo al amante. Al hombre. Me protege. El tren vuelve a sonar a lo lejos. La ciudad que nunca duerme.

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La mañana me sorprende con la casa vacía. En la mesa hay un desorden de vasos desmayados, pan a medio comer y cafetera aún tibia. Me sirvo y bebo. La nota del amante: «Estabas tan a gusto dormida que me dio pena despertarte, tengo una reunión con un cliente. Nos vemos pronto».

Salgo a la calle después de las 10 de la mañana. Hay un sereno bullicio. El puesto de perritos calientes, los drugstores que se desperezan. Las tiendas de todo a peso levantan sus persianas. Emilio, el homeless de la calle me saluda. Le doy un bocadillo y diez dólares. No te lo gastes en mierdas. ¿De acuerdo?

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Pensaba tomarme la mañana libre, deambular un rato por los puestos de fruta y encerrarme a escribir, pero quiero bajar al centro. Odio pasar las mañanas sola. La soledad es menos abrupta si tengo una cita idiota, o un deber de los que se imponen los diletantes. Perderme en los grandes almacenes buscando una prenda imposible. Desgastar los dedos pasando perchas de un lado a otro. Quiero esto, pero no tan caro. Me gusta este modelo, pero en otro color. Me encanta el conjunto. Trato de encontrar incansablemente mi talla.

Salgo de Bloomingdale's exhausta con cero mercancías en mi haber. Es bueno ahorrar, me digo satisfecha. Vuelvo a la Quinta Avenida como hace 20 años, como si el tiempo no hubiese transcurrido. Paseo frente a Tiffany's, frente a Vidal Sassoon y, de pronto, puedo ser Mia Farrow en 'La semilla del diablo'. El rojo de mi abrigo rompe la niebla gris. En los films siempre hay mucha más gente por las calles de Nueva York. Figurantes. En realidad, Nueva York no es la ciudad atestada que nos han vendido. Es cercana, amable y latina. Todo el mundo ya hablaba español en el 94. Hoy son más los que me impedirán practicar mi inglés de teleserie con subtítulos. El quiero y no puedo de la inmersión lingüística.

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El amante me llama. ¿Por dónde paras? Estoy lejos, como a una hora en metro, me doy otra vuelta y enseguida estoy de regreso. El hogar es bueno cuando cae la noche. Porque la noche es el peligro, el frío, los fantasmas, los viajeros del tiempo que se plantan en tu puerta aguardando en silencio para no sabemos muy bien qué.

La noche es para abrazarse al amante, sentir su calidez y su calma. Encontrar la paz en su cuerpo, la vibración de las esferas en cada beso. Llegar a casa y dejar la noche tras la puerta es el feliz regreso. Te he echado de menos, yo también. Estaba preparando algo de cena. Entra en calor que estás helada. El suelo de madera, con calor de agua, acoge los pies ateridos. Esta noche se presenta serena y, si regresan las sombras, las dejaremos fuera, hasta que el día se haya comido a la oscuridad.

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