Vuelven los abrazos

ALGO QUE DECIR ·

Los alumnos estaban naciendo a la vida y cada día que se les hurtaba la celebración y el jolgorio era en realidad una pequeña muerte

Miércoles, 1 de febrero 2023, 00:15

Recuerdo que cuando llegué por vez primera al Alfonso X hace ya una década me sorprendió el hábito cariñoso de sus alumnos, que solían abrazarse ... entre clase y clase como un gesto de alegría y mutuo reconocimiento, ellas y ellos, por supuesto, aunque las chicas eran siempre más efusivas, porque ellos se limitaban a golpearse en la espalda y a brincar como cabritillos. Luego, durante la pandemia, se hizo la quietud y el silencio y guardaron un luto riguroso de celebraciones y zalemas. Me entristecí por todos, pero también por mí, porque un mal que acaba con la alegría y el afecto de los más jóvenes es una maldición en toda regla. Es verdad que también nos pasaba a nosotros, pues cuando saludábamos nunca estábamos seguros de si la otra persona recibiría a bien nuestro gesto, ni siquiera hoy lo estamos del todo, dado que esta enfermedad cambiará para siempre nuestra manera de comportarnos en sociedad y ya nada será lo mismo de ahora en adelante.

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Eso ya lo estamos viendo cada día y se trata quizás de la peor lacra de esta pesadilla, la siembra de la desconfianza entre unos y otros, el aislamiento y la soledad en que nos deja de alguna manera, y eso fue lo que yo descubrí en aquellos meses del confinamiento y en los meses posteriores, pues ya no los veía retozar alborozados al final de las clases, entre otras cosas porque estaba estrictamente prohibido y porque quizás tampoco le apetecía a ninguno. Nos fuimos separando unos de otros de un modo paulatino, como si huyéramos de un terrible enemigo.

De vez en cuando recordaba los viejos días y los superponía a la soledad de los pasillos sin afectos. Pensaba que volverían los abrazos y que entonces sabríamos con certeza que la epidemia había acabado, que el morbo de la peste se alejaba de una forma definitiva. La amistad y el amor combatían el dolor y la muerte, por eso estábamos tan lejos en aquellos días porque nos debatíamos entre la pureza de nuestros instintos y la sensatez de una adecuada convalecencia, y lo peor es que nosotros no habíamos decidido la interrupción de nuestros aprecios. Se nos había impuesto la epidemia y se nos estaba imponiendo su tratamiento y su cura, así pues, a nosotros nos traían y nos llevaban como peleles a la espera de que aquel mal inexplicable remitiera en algún modo.

Al fin han vuelto los abrazos en los pasillos y en los patios de los recreos como regresa la primavera

Yo creo que los alumnos y las alumnas se vigilaban también estupefactos en aquel trance y que seguían abrazándose con las miradas, que nunca dejaron de darse calor y estima porque sabían que alguna vez se terminaría todo y ellos continuarían la vida y el amor. El ostracismo de las manos y de los brazos se terminaría y el ardor de la amistad y del compañerismo tornarían con la misma fuerza, aunque todo esto no dejaba de ser un anhelo, una quimera tan lejana como imposible, pue estábamos en plena pandemia y el final se hallaba muy lejos todavía.

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Yo los observaba circular de clase en clase, inundando los pasillos ruidosamente, pero en el fondo apagados como reptiles que estuvieran hibernando y aguardaran el buen tiempo, pese a lo que hubiéramos supuesto, porque al fin y al cabo se trataba de adolescentes, se comportaban de una forma disciplinada y obedecían las prolijas normas de cada época. Fueron, de hecho, los verdaderos héroes y los que más perdieron en la contienda, porque estaban naciendo a la vida y cada día que se les hurtaba la celebración y el jolgorio era en realidad una pequeña muerte. Sin embargo, ni se quejaron ni se resistieron, sino que cumplieron con el plan previsto.

La verdad es que merecerían un reconocimiento junto con los profesionales que sufrieron de una manera particular la crisis sanitaria. Entonces nos decíamos que el principal síntoma de que todo habría acabado por fortuna sería la imagen de los adolescentes abrazándose de nuevo, como si no hubiera pasado nada, con la misma fuerza que al principio.

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Pues bien, al fin han vuelto los abrazos en los pasillos y en los patios de los recreos como regresa la primavera cada temporada. Y la vida persiste.

Porque, al parecer, nada puede contra ella.

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