Cuando los voceros se convierten en boceras
LA RAMPA ·
Una cosa es cometer un gazapo, todos lo hemos sufrido alguna vez, y otra mentir o dar caña con ocasión y sin ellaEn la era de la información nos falla la información. El crucero informativo hace agua porque hoy cualquiera nos puede confundir. Cualquiera. Y además puede ... enmascarar una falsa noticia con pruebas documentales de apariencia real, partiendo de una verdad a medias y 'documentándola' con imágenes, vídeos, fotos impecablemente retocadas, sonidos imitados y demás artilugios. Ya no sabemos qué es real porque puede no serlo, ni el embrollo que el seguimiento y superabundancia de noticias, versiones, sesgos, adaptaciones e interpretaciones nos deja discernir si es gato o es liebre.
Es lo que tiene el laberinto tecnológico en el que estamos subsumidos e inermes ante quienes mueven hilos o aprietan botones para divulgar las 'posverdades' que escriben sus 'influencers' [qué trabajo me cuesta escribir la palabra inglesa teniendo la española 'influyentes'] expertos ellos en enmarañar.
Y en esta especie de florero de las apariencias no faltan los estambres y pistilos del vocero, hombre o mujer, que según la RAE es quien habla en nombre de otra persona, grupo o institución. En España le llamamos portavoz y se refiere a la persona autorizada para comunicar a la opinión pública lo que las instituciones políticas o sus dirigentes piensan acerca de un asunto. Portavoz. [No existe 'portavoza' por más que la ministra Irene Montero intente desigualar el uso del lenguaje español, transgrediéndolo.]
A la penalidad que padece el vocero me refiero. El vocero de una firma comercial tiene la obligación de dejar bien a la empresa de la que cobra y dar la cara para tragarse algún que otro marrón. Hasta ahí, bien. Pero cuando la entidad en cuyo nombre habla el portavoz es pública, es decir que quien paga es el público al que se dirigen, nosotros (su caja son nuestros impuestos) cabe exigirles más decoro. Ya es un triste trabajo levantarse cada mañana pensando cómo y por qué criticar desde la oposición al Gobierno y viceversa, pero si encima ese trabajo se hace partiendo de premisas equívocas o de datos falsos o de medias verdades –que son las peores mentiras– los receptores, ustedes y yo, tenemos derecho a la protesta, que debiera convertirse en clamor.
Desde aquí he de conformarme con un grito, hoy rabioso, contra la pléyade de voceros convertidos en boceras, es decir que hablan más de lo que se considera prudente u oportuno, falsean y mienten. Boceras.
También atienden al apelativo de bocazas.
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