Parece como si los genios no pudieran escapar a esa especie de maldición que siempre pesa sobre ellos y que les impide tener un final ... feliz, aunque hayan disfrutado durante buena parte de su vida. Como si un dios, celoso y cruel, se quisiera vengar por tratar de emularlo, por intentar trepar hasta el propio Olimpo en donde reina junto al resto de divinidades. Ese es el destino de muchos de los más grandes. Y más aún si se trata del mundo de la música, del rock y del jazz, especialmente. Janis Joplin, por ejemplo, la llamada 'Bruja cósmica', la primera mujer que cobró fama en el rock and roll, una de las artistas más influyentes en la historia de la música de todos los tiempos, murió a los 27 años víctima de una sobredosis de heroína. Era consumidora habitual, pero quienes le proporcionaron aquel día la droga se excedieron en la pureza de la misma. Fue encontrada muerta en su habitación, tirada en el suelo a un lado de la cama.
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El grandísimo Charlie Parker –conocido por el sobrenombre de 'Bird', como se tituló la película dirigida por Clint Eatswood y protagonizada por un espléndido Forest Whitaker–, el saxofonista que cambió por completo la manera de tocar dicho instrumento en el mundo del jazz, también adicto a las drogas, terminó sus días en la suit de su amiga y protectora la baronesa de Koenigswarter en un hotel de Nueva York. Los médicos, que fueron generosos con el artista, firmaron el parte de defunción aduciendo que había sufrido una neumonía lobar. Tenía 35 años de edad. Y toda una carrera por delante.
Mucho más dramático, como si alguien se hubiera cebado con él, fue el caso de un singular trompetista, único en su género, Chet Baker, que siempre tocó de memoria, que simuló saber leer las partituras para que no lo despidiesen de las orquestas. Un hombre ciertamente atractivo y genial por el que perdieron la cabeza muchas mujeres, hasta que cayó en desgracia. Sus andanzas con señoras casadas provocaron que un marido celoso le rompiera parte de su dentadura, condenándolo a no poder tocar la trompeta, el instrumento con el que se ganaba la vida. Tuvo que ingeniárselas para que un manitas de la época, una especie de lutier, le fabricara, con sus propias manos, una embocadura que se ajustara a su maltrecha boca.
Su final no pudo ser peor, aunque sus biógrafos nunca se han puesto de acuerdo sobre lo que sucedió aquel 13 de mayo de 1988 –Chet contaba con 59 años de edad– en un hotel de Ámsterdam, cercano a las calles en donde había más prostitución. Que había perdido la llave de su habitación y escaló la fachada del hotel para entrar por la ventana, precipitándose al vacío. Que se trataba de un plan de Carol Baker para matar al trompetista y cobrar el seguro. Que el personal del hotel había encontrado a Chet Baker muerto en su habitación por una sobredosis y había arrojado el cuerpo a la calle (práctica habitual en un hotel repleto de yonquis). Que fue asesinado por un traficante al que no pagaba lo que le debía.
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En la prensa norteamericana, tan gazmoña y políticamente correcta siempre, se anunció que había muerto cierto músico que, de joven, había tenido mucho éxito entre las féminas. Por el contrario, en una famosa revista belga de la época, 'Pourquoi Pas?', Marc Duval fue mucho más preciso y cariñoso: «Chet, amigo mío –dejó escrito–, ¡qué tragedia tu vida, pero también qué poesía!». Parecía como si su destino lo llevara escrito a fuego en su propia sangre. Y que su canción 'But not for me', que cantaba con voz dulce y melancólica, presagiara su final: «Hay una estrella de la suerte ahí arriba/ pero no es para mí».
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