Estoy aprovechando mi estancia en Palermo para poner en desorden mis ideas y ver si saco algún pensamiento en limpio. La primera conclusión a la ... que he sido capaz de llegar es que Alvise y Milei son los máximos responsables de la caída del Imperio Romano que, traducido a los tiempos actuales, se podría interpretar como la caída de la democracia liberal capitalista de la que en España llevamos disfrutando medio siglo.
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Comencemos por el 'Señor de las Criptomonedas' y su pseudopartido festivalero y fiestero. Este señor comenzó como consultor del ínclito ¡Toni Cantó! en Ciudadanos (buen comienzo sin duda), se convirtió en gritón contra la corrupción mal usando las redes sociales, y acabó como eurodiputado 'recoge-en-mano' de dinero en negro. Lo extraño es que haya tanta gente que no distingue a los Alviste de turno. Y es que este personaje es el Ruiz-Mateos de nuestra época: aquel señor que pasará a la historia por ponerse un disfraz de Superman para denunciar la expropiación de sus negocios, y utilizar su fuerza sobrehumana para pegar un cachete a un ministro. En aquellos tiempos, finales de los ochenta, para ganar notoriedad y –de paso– inmunidad como europarlamentario, Superman se presentó a las elecciones europeas con su Agrupación Ruiz-Mateos y consiguió que 608.000 españoles le regalaran 2 eurodiputados. Ahora un señor sin ideas y su pseudopartido consiguieron 3 eurodiputados gracias a 800.763 votantes cabreados que ese día no tenían en qué pensar. Parece ser que siempre hay en España un porcentaje semejante de gente ––un 4% aproximadamente en 1989 o en 2024– que cree que la cabeza sólo sirve para embestir.
El historiador Carlo M. Cipolla (el apellido es real) tiene un librito muy interesante, 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana'. La primera de las leyes es «siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo», es decir, que como reza la frase bíblica, 'stultorum infinitus est numerus'. Grande es nuestra sorpresa cuando caemos en la cuenta de que personas que habíamos considerado racionales e inteligentes (en España, como mínimo, 800.763) se revelan como irremediablemente estúpidas.
Y es que hay gente para todo, incluso para no darse cuenta de que las soluciones fáciles no existen en esta vida. El populismo es lo que tiene: que atrae –como la miel– a las moscas que no tienen otra cosa que hacer. ¿Qué es el populismo? Gonzalo Boyé lo expone bien: «prometer soluciones rápidas a problemas complejos y explotando las divisiones internas». Diríamos más: populista es todo aquel que se aprovecha de las debilidades ajenas y los fallos de sistemas democráticos imperfectos para construir sobre ellas su ego y de paso una forma fácil de ganarse la vida. (Otro día hablaremos de Puigdemont).
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Y este aprovecharse del débil –de mente o de voluntad– no es patrimonio español. Y si no miremos a cierto presidente argentino que en la última Asamblea de Naciones Unidas anunció que su país decidía «desvincularse» de la Agenda Futuro, continuación de los lineamientos de la Agenda 2030, por ser un instrumento socialista para controlar el mercado internacional. Así, este señor consiguió que su país se consolidase como uno de los pocos en no acompañar esta iniciativa global, que tiene como principales lineamientos el alcance de la igualdad entre hombres y mujeres, la lucha contra la corrupción y el cambio climático, la regulación de la inteligencia artificial y las plataformas de redes sociales para evitar atentados a la democracia. Son innegables los avances que han traído a nuestra vida cotidiana las redes y la inteligencia artificial y, justamente por eso, los sistemas democráticos deben preocuparse por la falta de un marco normativo que limite manifestaciones sociales de desprecio, ira y muerte desde perfiles anónimos usando estos medios tecnológicos. La comunidad internacional se ha posicionado frente a la necesidad de comenzar a discutir la cuestión de las redes como actores importantes en la formación de la opinión pública. Y, sin embargo, para libertarios como este presidente argentino, la regulación es vista como una atrocidad y un atentado a la libertad de expresión. Nos preguntamos si la defensa de la libertad de expresión implica la defensa de la divulgación de bulos, mentiras o falsedades a través de las redes para que los compren votantes descontentos.
Y es que el populismo no subsistiría si no hubiera nadie que comprara sus patrañas, y –además– si no tuvieran la posibilidad de difundir sus miserias morales. La libertad es la garantía de la democracia, pero nos preguntamos, ¿libertad para qué?, ¿para agredir, mentir y difamar?, ¿libertad para atentar contra la dignidad de los hombres y mujeres en nombre de dioses o dogmas? ¿libertad para alentar falsedades contra evidencias científicas como el cambio climático? La libertad no existe si no tiene un límite. Urge un debate serio acerca de lo que se puede permitir o no en las sociedades democráticas porque los enemigos de la libertad no son los que la cercenan, sino los que con sus votos permiten que se utilice esa libertad para hacernos más bestias.
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La quinta y última ley de Cipolla indica que «la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe», pues de su actuar no se sigue más que un peligroso vacío en el que cabe toda posibilidad de daño para sí mismo y daño para los demás. ¡Dios!
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