Las democracias se caen
Los cantos de sirena del fascismo, del totalitarismo y de las soluciones fáciles a problemas complejos son muy fuertes
El geógrafo y ornitólogo Jared Diamond, en su libro 'El mundo hasta ayer', nos habla acerca de qué podemos aprender de los hombres y mujeres ... prehistóricos que aún viven en las selvas de la alta Nueva Guinea. Jared vivía con asombro y cierta perplejidad que, en una de las zonas más lluviosas del mundo, sus acompañantes neoguineanos buscasen afanosamente un claro en el bosque para dormir, aun empapándose todas las noches. La única explicación que le daban era que «los árboles se caen». Jared preguntaba: «¿Tú has visto un árbol caerse?». Respuesta: «No». «¿Alguien de tu tribu ha visto un árbol caerse?». «No». Y sin embargo... y sin embargo los neoguineanos vivían toda su vida en medio del bosque. De generación en generación se habían transmitido que los árboles se pudren con el agua y los árboles podridos se caen, y que lo que es probable que ocurra te puede tocar a ti. Mala suerte.
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Y es que –siguiendo la Ley de Murphy– todo lo que puede ir mal irá mal. Esto es lo que nos puede pasar a nosotros, que nos toque vivir la 'vuelta al fascismo' como el que vivió Europa en el periodo de entreguerras con el surgimiento y consolidación de regímenes totalitarios de extrema derecha en Europa, especialmente en Italia y Alemania, regímenes que suprimieron las democracias liberales y promovieron el militarismo, el nacionalismo, el racismo y el expansionismo colonialista.
Las noticias que nos llegan desde los Estados Unidos de Norteamérica apuntan hacia un posible cambio de régimen en la democracia liberal más antigua del mundo, así como a un posible contagio de estas ideas en otras democracias del mundo. Una amenaza que está muy presente en distopías como 'El cuento de la criada' o 'La conjura contra América', historias adictivas para verlas de noche frente al televisor, y que ya se están convirtiendo en una pesadilla real. Una vez más, la realidad supera a la ficción y nos empuja a la resistencia democrática.
Todo esto nos ha pillado de sorpresa y, como dice un buen amigo, quienes nos oponemos a la involución política y social, navegamos mientras construimos el barco, mientras otros siguen empecinados en agujerear el casco pese al diluvio que se avecina. No es de recibo la soflama electoral del Feijóo en Murcia utilizando la migración como muletilla electoral: el plan migratorio que presentó el PP en el Teatro Circo es un despropósito. Parte de lo que proponen ya se hace, otras propuestas no se ajustan a la constitución. Qué manía de maquillar los anhelos de Vox. Alguien dirá: para fotocopias, mejor el original.
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Elegir significa renunciar... y en este mundo tan complejo en el que vivimos, tenemos que empezar por renunciar a las pequeñeces. Renunciar a nuestras pequeñas miserias intelectuales, que nos incitan a pensar que somos nosotros los que tenemos razón. Pongamos un ejemplo: para vencer a los nazis en la II Guerra Mundial, las democracias liberales alidadas tuvieron que aliarse con regímenes no muy democráticos como el comunista. Dicen que la política hace extraños compañeros de cama y, como bien sabemos, estas aventuras pueden terminar bien o muy mal (no nos engañemos: tras la guerra mundial, empezó la guerra fría y el reparto del mundo entre USA y URSS). Cierto, pero quizás es el momento de empezar a unirnos todos los que aún creemos en la democracia social y liberal, en el Estado de derecho, la Declaración de los Derechos Humanos... la libertad basada en la justicia e igualdad de oportunidades. Porque los cantos de sirena del fascismo, del totalitarismo, de las soluciones fáciles a problemas complejos, son muy fuertes, y están avanzando en las nuevas generaciones jóvenes.
Tampoco nos engañemos. Los que creemos en la democracia social y liberal, lo estamos haciendo muy muy mal. Cuando un joven no tiene oportunidad de alquilar siquiera una habitación, cuando no puede tener un proyecto familiar, cuando su futuro depende de la herencia de sus padres (los que la tienen), cuando su salario es menor que la pensión de jubilación... cuando todo eso ocurre, lo natural es gritar que «no me representan» y atender a los cantos del fascismo fácil. Si no queremos que nuestra democracia se caiga y se convierta en un mero régimen de libertades personales, tenemos que ser radicales: no dejar que los árboles, la esencia de todo bosque, se caigan. Y se caen porque no cuidamos de que los jóvenes tengan un futuro autónomo.
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Ese futuro no lo podemos crear con soluciones parciales. Quizás la mayor responsabilidad de un demócrata en estos tiempos tan estúpidos que nos ha tocado vivir sea la de crear espacios improbables de concordia y diálogo con otros demócratas, se pongan la etiqueta derecha-izquierda-mediopensionista que se quieran poner. No nos salvaremos si no encontramos aliados que quieran salvar con nosotros esta democracia imperfecta que sigue siendo lo mejor que tenemos. Menos mal que el futuro no tiene por qué ser una mera extensión del presente.
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