En su estupendo 'Aventuras de Genitalia y Normativa' (Anagrama), Eloy Fernández-Porta apunta que la España rural (o 'vaciada', o 'profunda') no existe más que ... en la imaginación de la España urbana. Que en todo caso habrá muchas, muy diferentes Españas rurales, cada una con problemas propios sin nada que ver con esa imagen romántica de los anuncios de pizza de Casa Tarradellas, donde los tomates saben a tomate y los niños siempre son felices y pasan el día jugando en la naturaleza sin pantallas. En las ciudades la vida es siempre parecida, pero fuera de ellas la supervivencia tiene reglas distintas. Habrá pueblos que encajen con la utopía rural de los domingueros de ciudad y traten de musealizarse, fosilizarse para que las casitas rurales con encanto y las fondas típicas triunfen en Booking o Tripadvisor y les rescaten la economía, pero esa solución no es viable para la inmensa mayoría. Los pueblos ganaderos quieren vender la leche cara y comprar el pienso barato, mientras que los de secano quieren justo lo contrario. Las cuencas mineras quieren inversiones, las comarcas costeras planes urbanísticos. Largo etecé.
En la Región, donde casi nadie tiene los pies completamente limpios de tierra por más que imiten el acento ese que oyen en 'Madriz', nos damos cuenta de que el dinero gordo ya no se produce en Las Vegas (la media, la baja etc.) sino en Las Ramblas (del Campo de Cartagena), y que los regadíos tradicionales de Vicente Medina y Antonete Gálvez languidecen entre la ultracompetencia transnacional y el fetichismo panocho, que es ese que con una mano te atorra a bandos, peñas, semanas de la huerta y museos del caliche y con la otra entuba acequias, urbaniza, desprotege y da la extremaunción.
Los regadíos históricos necesitan un sello de calidad para ser viables y atraer nuevos huertanos jóvenes (lo petarían y lo sabes). Pero ese sello es exactamente lo último que necesita la turboagroindustria exportadora del plástico y el aguaparatodos, que se parece a los primeros como Amazon a una librería de barrio. ¿Y qué necesitan estos últimos? Es complicado. Lo primero, que el Mar Menor se despoblase (¿lo llamaríamos entonces 'España vaciada'?), o al menos que los vecinos de sus municipios ribereños dejasen de dar tanto por culo con lo de la putrefacción por salmueras y fertilizantes. Lo segundo, algo a lo que apunta ese siniestro refrán que empezó a oírse hace unos años por El Ejido: «De día, todos los negros son pocos; de noche, todos son demasiados». Anarcocapitalismo para meterlos debajo del plástico de sol a sol, sin inspecciones de trabajo ni sindicatos. Fascismo para hacerlos desaparecer el resto del tiempo.
No, los pueblos no son todos como los de la masía esa de Casa Tarradellas. Ni viven en una Arcadia feliz donde la actualidad o la política no importan. Un indicador bastante grave de lo desquiciada que está la vida política en nuestra Región es esa loca carrera soterrada entre el PP y sus socios de Vox por ganarse el apoyo de los empresarios del campo, descafeinando la legislación medioambiental, clamando contra la Inspección de Trabajo o ralentizando las sanciones, hecho este último que ha obligado estos días a la Fiscalía a actuar contra el Gobierno regional.
Para sostener la España rural, o más bien las Españas rurales, para evitar el éxodo hacia las ciudades que desequilibra el país, para posibilitar proyectos de vida en sus comunidades y garantizar el relevo generacional, para que no tengan que recurrir a recursos tan destructivos para su entorno natural y su sociedad como llenarlo todo de plástico o instalar macrogranjas porcinas, se necesita un modelo regional y nacional, e inversiones. La receta no es secreta: se viene aplicando con éxito desde el final de la II Guerra Mundial en gran parte de Occidente. Hasta el mismísimo Donald Trump la ha practicado con fervor, regando la Norteamérica interior con dinero público (cada agricultor ha recibido bajo su mandato una media de 15.000 € anuales en subvenciones). Las derechas españolas no. Las derechas españolas deben de considerar comunismo a este modelo: desde que tengo uso de razón política estoy oyendo llamar a los jornaleros mantenidos y subvencionados, y me sirvo un chupito cada vez que algún iluminati sale con lo de que a los andaluces hay que enseñarlos a pescar. Pero ni por esas podía imaginarme la vuelta de tuerca de este nuevo capítulo, donde los partidos de gobierno de una Región como la nuestra compiten por hacer de la Murcia rural un solar y escriben cartitas para que las ayudas de Europa no vengan. Luego sacarán una bandera: otro chupito.
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