Las palabras no son inocuas, pues, más bien, están cargadas de conceptos, contenidos e ideas que están implícitos en ellas. Y si en algún campo puede crear problemas la utilización incontrolada de algunas palabras, ese es el político, por su cualidad de ser público, y con ello de estar sometido al análisis generalizado, y porque algunos de sus receptores, las organizaciones que lo vertebran, pueden hacer una utilización más o menos interesada de las palabras, conduciéndolas a callejones sin salida, por darles, a cada una de ellas, un significado diferente.
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En España vivimos una situación política, cuando se habla de la estructuración territorial del Estado, en la que las palabras son interpretadas de tan diferente manera que hacen inviable la posibilidad de establecer espacios de encuentro que puedan darle salida a uno de los problemas irresueltos de nuestra democracia. Y por ello es necesario ser prudentes, especialmente desde el Gobierno, a la hora de su utilización, siquiera sea para no introducir mayor grado de confusión del que hay, que no es poco, en la opinión pública. Ya llevamos demasiado tiempo en el que la utilización algo imprudente de algunas de ellas, en lugar de hacernos caminar hacia los necesarios acuerdos a este respecto, va separando, cada vez más, la interpretación que se hace de sus contenidos.
Todo comenzó cuando se empezó a utilizar, ya digo que en mi opinión demasiado alegremente, la idea de la «España plural». Esas palabras comenzaron a crear determinadas ideas en algunos territorios de nuestro país que culminaron con un auténtico aquelarre de modificaciones en los Estatutos de Autonomía, algunas de las cuales firmaría sin problemas el propio Berlanga, que fueron el comienzo de un proceso político confuso, dispar, en el que cada uno hacía una interpretación diferente del significado de ellas y que nos ha creado problemas de envergadura que todavía no sabemos ni cómo abordar.
Pero es que últimamente, y también desde el Gobierno, oímos algunas palabras que todavía, en mi opinión, están introduciendo mayor grado de confusión y que nos están llevando a una situación más que complicada y a la que no vemos posibilidad de ser resuelta. Las palabras 'nación', 'nación de naciones', 'España diversa'..., están abriendo grietas irresolubles, al ser utilizadas con una profusión excesiva, sin que se aclare con nitidez el alcance de las mismas y con la evidente interpretación distinta que cada uno hace de ellas. Está claro que al oírlas, cada formación política crea una realidad diferente y nos lleva a un auténtico diálogo de besugos, cuando tan necesitados estamos de acuerdos políticos, especialmente en temas tan sensibles como este. Mientras que para unos, el PSOE, la palabra nación no va más allá de ser considerada como una comunidad cultural, de ciudadanos que comparten historia, tradiciones, y, a veces, el hecho diferencial de una lengua común, para otros, que comparten con él Gobierno, dicha palabra llega hasta el reconocimiento del 'derecho a decidir', que solamente está reconocido internacionalmente para pueblos oprimidos o para territorios coloniales. Para los nacionalismos tradicionales, especialmente el vasco y el catalán, va hasta el derecho a tener Estado propio, lo que, inevitablemente, conduce a la colisión con la actual Constitución y al fracaso del régimen nacido en el 78, sin que se vislumbre qué podríamos hacer los españoles a partir de ahí para resolver este hipotético derrumbe. La derecha, en todas sus actuales variantes, no quiere ni oír hablar de ninguna de las palabras antes mencionadas y plantea un mantenimiento férreo del actual Estado territorial, cuando no habla de una necesaria recentralización e, incluso, de una supresión del mismo, transgrediendo también lo que dice nuestro vigente ordenamiento constitucional. Un batiburrillo más que preocupante. ¿Alguien cree que con esa panoplia de posiciones es posible llegar a lugares comunes? Yo soy bastante escéptico, ya que pienso que no es suficiente con llamar al diálogo si, de entrada, utilizamos palabras que nos conducen a conceptos muy diferenciados. No estaría de más que nuestra clase política leyera al historiador Álvarez Junco.
Nada será viable si no partimos de lo que se refleja en la Constitución, aceptada por una gran mayoría del pueblo español, si no somos capaces de definir en la misma una nítida separación entre los ámbitos competenciales, si no somos capaces de establecer mecanismos de cooperación y colaboración entre los Gobiernos de España y los de las comunidades autónomas, evitando que la lealtad institucional dependa del talante de las personas al frente de ellos y si a la palabra 'nación' no le damos una interpretación común. Y, desde luego, nada lo será si no dejamos de utilizar determinadas palabras con excesiva ligereza, desconociendo que a cada uno nos reflejan realidades encontradas.
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Harían bien nuestros dirigentes en darles a las palabras todo su valor.
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