Hoy es San Valentín, más conocido popularmente como 'San Follarín'. San Valentín en España fue un invento del franquismo, que rescató a un oscuro personaje de la 'Leyenda Dorada' católica –había que repoblar el país, como se alcanzó con éxito unos pocos años más tarde, de lo que da fe mi propio nacimiento– y se trataba, no sé si recuerdo bien porque he visto esa película menos de diez veces, de un mozo de ascensor o algo que subía a los enamorados hasta la última planta, el Cielo.
Publicidad
Era de una cursilería adelantada a sus tiempos, que resulta totalmente actual. El testigo del franquismo repoblador, allá por los años ochenta del pasado siglo, lo cogieron los grandes almacenes. A los grandes almacenes les fue sencillo inocular ese amor comercial, tendero, en los corazones. Los corazones siempre están dispuestos a creer en cualquier superstición, y si cuesta perras a la otra persona, mejor.
De hecho que, como hombre, no recuerdes que hoy es San Valentín y actúes en consecuencia equivale ya a no acordarse de dos fechas de cumpleaños de tu chica, o de tres fechas en las que se cumplen aniversarios de pareja (Dios mío, las palabras más estremecedoras para un hombre no es escuchar «tienes metástasis incurable» sino «no te has acordado de que hoy es nuestro aniversario»). Los hombres no nos acordamos de estas cosas igual que a las mujeres no les interesan los mapas, y es algo que nunca obtendrá en realidad perdón. Se creará un pequeño resentimiento eterno. En condiciones normales, no en la 'nueva anormalidad' que vivimos, esta noche los restaurantes estarían tupidos de tórtolos de un ámplio espectro de edades (creo que yo he abandonado ya ese espectro) que no saben el destino ineluctable que les espera. Solo una infrarrepresentación de parejas, misérrima en términos porcentuales, alcanzará ese soñado destino de «amarse hasta que la muerte los separe». Como mucho, se soportarán, y eso en un pequeño porcentaje. Es ineluctable, como que al día le sucede la noche. Pero la ilusión vana es el primer motor del mundo, y no seré yo quien arruine esa fiesta. El espectáculo debe continuar.
Naturalmente, creo que yo estaré dentro de esa misérrima parte de gente (como los Testigos de Jehová creen que se salvarán solo 144.000 personas) que alcanzará el amor romántico para siempre, porque ese amor romántico para siempre vive dentro de mí, no fuera. Al final de la vida uno acaba hablándole aún con devoción a los viejos ideales, a aquellas mujeres de la literatura francesa del diecinueve. Tal vez hasta dedique mi crepúsculo a podar el jardín que no tengo. San Valentín, el santo comerciante, es lo contrario de todo eso, y es mucho más práctico. El franquismo se adelantó a la modernidad en tantas cosas: inventó el turismo y el amor oficializado. Eso significo un avance utilitarista respecto al 'fin amors' provenzal, desinteresado, entregado de veras, con pocos réditos contantes y sonantes, que ya duraba demasiados siglos.
Valentín/Follarín, eres un fantasmón, pero el éxito es tuyo.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión