Vacunar o fracasar

¿No merecería la pena dedicar muchos más recursos a impulsar más la producción y la distribución?

Martes, 26 de enero 2021, 02:17

E l éxito de la gestión de los gobiernos en este año debería medirse por dos cosas, cuántas vacunas se ponen cada día y a quiénes se administran primero. De eso depende el descenso de la tasa de mortalidad, la reducción de la presión hospitalaria y la velocidad de la recuperación económica. Lo demás, no digo que sea irrelevante, pero va en el asiento de atrás.

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En estas primeras semanas, las vacunas están racionadas por dos razones. La compra ha corrido a cargo de la Unión Europea y la cantidad adquirida cubre a la población con holgura, pero el ritmo de entregas aún es insuficiente. Por su parte, la capacidad del sistema de salud de inocular vacunas, tras los titubeos iniciales, se ha ajustado a la disponibilidad de dosis. Sin embargo, tendrá que multiplicarse para responder con agilidad al esperado aumento de producción.

El coste de contratar profesionales masivamente y mejorar la cadena logística, que acaba en un pinchazo, es ridículo comparado con el beneficio económico y humano. No hay partida de los presupuestos de las Administraciones Públicas que aguante la comparación. Sería imperdonable no aprovechar cada dosis.

Sería deseable más transparencia en cuanto al ritmo previsto de entrega de las vacunas

Como hay racionamiento debemos elegir muy bien a los colectivos a los que administrar antes la vacuna. El objetivo es salvar vidas y reducir la presión hospitalaria, así que hay que empezar por los más vulnerables, los grupos con tasas de mortalidad y de hospitalización más altas. Y estos grupos, los que presentan un porcentaje de afectados mucho más alto, son básicamente los internos de las residencias, los mayores de 65 años en general, los que sufren patologías que los hacen más sensibles al virus y los profesionales sanitarios que trabajan en primera línea.

Vacunar primero a los más vulnerables no solo es justo, es más eficiente, tanto desde la óptica sanitaria como de la económica. Una feliz coincidencia. Cuanto antes se reduzca la presión sobre los hospitales, antes se aliviarán los confinamientos y las medidas de distanciamiento social. Por consiguiente, la mejora de la economía se adelantará, la brecha de desigualdad podrá reducirse y el sector público tendrá que endeudarse menos. No debería haber conflicto a la hora de saber a quién vacunar. Ceñirse al criterio establecido es cuestión de eficiencia y equidad.

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En España, el 90% de los fallecidos se encuentran en los grupos vulnerables mencionados más arriba y representan poco más del 20% de la población, unos 10 millones de personas. Cuando se vacunen, según algunos expertos, la mortalidad de la Covid-19 podría acercarse a la de la gripe estacional y la actividad hospitalaria recuperará niveles más normales.

¿Cuándo pasará? España ya está administrando las vacunas al mismo ritmo que las recibe, cerca de 70 mil dosis diarias. Como la plena efectividad de la vacuna solo se alcanza con dos dosis, al ritmo actual de vacunación, la población de mayor riesgo no estaría cubierta antes de octubre. Afortunadamente, esta es una proyección pesimista. En próximas semanas la producción de vacunas aumentará con la apertura de nuevas plantas y la aprobación de otras vacunas, y eso acelerará el ritmo de entrega de las dosis adquiridas, ojalá que muy sustancialmente. Doblar el ritmo de vacunación para cubrir la población de riesgo en junio parece posible, pero lo cierto es que no lo sabemos. Sería deseable más transparencia en cuanto al ritmo previsto de entrega de las vacunas para adecuar la capacidad de aplicarlas y saber a qué atenernos.

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En todo caso, ¿por qué no poner todos los recursos posibles para que las farmacéuticas aumenten la producción de las vacunas con mucha más rapidez? Cierto que los efectos de la vacunación deberían empezar a verse mucho antes de cubrir a toda la población de riesgo, pero incluso junio puede estar demasiado lejos para una población cansada y asustada.

Además, lo contado hasta ahora solo vale para la Unión Europea, que va a un ritmo semejante al nuestro, para EE UU, que va más deprisa, y para otro puñado de estados privilegiados. En la mayoría de los países emergentes, la palabra racionamiento es demasiado generosa. Simplemente no disponen de vacunas y muchos, si nada cambia, no empezarán a tenerlas antes de fin de año. Incluso desde una perspectiva egoísta hay que producir más deprisa. Por ejemplo, cuanto más se retrase la solución global tal vez haya más riesgo de que surja una mutación resistente a las vacunas que tenemos.

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Hace muchas décadas que España y la Unión Europea no afrontan una situación tan dura. No nos hemos visto en otra. Los expertos dicen que es un gran logro haber conseguido tan pronto un puñado de vacunas tan eficaces, ¿no merecería la pena dedicar muchos más recursos a impulsar más la producción y la distribución? No digo yo para alcanzar los récords de Israel, que hace un par de semanas había vacunado a todos los mayores de 60 años, gracias a una infraestructura engrasada y muy difícil de replicar, pero sí para alcanzar objetivos más ambiciosos. ¿Qué otra prioridad tenemos?

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