Nuestro último verano

Cómo estará esto que el tiburón que todos los años siembra el pánico en Tarragona y Málaga no deja de pasearse por la orilla y nadie le hace caso

Sábado, 30 de julio 2022, 10:24

La semana pasada escribí un artículo feroz que incendiaría la cultura murciana. Lo mandé al periódico con el cuchillo entre los dientes y me preparé ... para la guerra en cuanto las instituciones implicadas lo leyeran. El sábado por la mañana fui a por el periódico y el artículo no estaba. Me había equivocado de día, era hoy cuando publicaba en mi sección, que va en sábados alternos. La guerra no empezó ese día en el que Carolina, los críos y yo fuimos muy felices en la Sierra de Alcaraz, bañándonos en piscinas de montaña y paseando por pueblos regiamente polvorientos. Y pensé que no quería ya ir a la guerra, que no me apetecía pasarme el verano peleándome en redes sociales por mantener mi compromiso con la cultura en vacaciones.

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En mi forma de pensar siempre está presente la historia y las lecturas que hacemos de ella. Si pensamos en la antigüedad surgirán dos nombres, Alejandro Magno y Augusto. Tal vez, si tenemos un conocimiento mayor de la historia, hilemos estos dos grandes reyes con la dinastía Han china. Los tres grandes imperios se construyeron mediante la guerra y pervivieron (más o menos) gracias a matanzas y saqueos. El cuarto nombre que cierra, a falta de la hasta entonces desconocida América, es Ashoka el grande, rey indio que, en el 268 a. C. ocupó el trono asesinando a 99 hermanos (entendamos que metafóricos) y reinó sobre un territorio que iba desde Afganistán a Bangladesh, incluyendo casi toda la India. Atacó la actual Orissa, asesinando a más de 100.000 personas, esclavizando a 150.000 y provocando la muerte de millones, según las fuentes. Entonces llegó el budismo. El rey Ashoka se convirtió y comprendió el horror de sus actos. Decidió pregonar el dharma por su reino, gobernar benévolamente y predicar el pacifismo. Es el origen del pensamiento de Gandhi. Es una historia moralizante pero la realidad llega cuando sabemos que su reinado apenas le sobrevivió, mientras las legiones de Augusto y sus sucesores mantuvieron el imperio romano cuatro siglos. La realidad es dolorosamente prosaica.

Vivimos tiempos bélicos que hacen mella en nuestro comportamiento. Es casi imposible acabar un telediario sin habernos cargado de negatividad. El fin del mundo está ahí, si no es una bomba atómica será el cambio climático. En esa tensión no hay quien se relaje pero llega agosto, donde muchos tomaremos vacaciones, y tal vez debamos buscar la forma de rebajar la tensión. Dentro del miedo que se nos induce de forma asfixiante, la posibilidad de que este sea el último verano que disfrutemos antes de un crac económico es un argumento delicioso para los evangelistas del terror. Tal y como está la cosa, deberíamos dirigirnos a la playa montados en 'Bucéfalo', el caballo de Alejandro para pelearnos por una mesa del chiringuito o discutir con el vecino cansino, reñir a los críos a la mínima y seguir leyendo sobre la inflación, la guerra rusa, el deshielo de los glaciares... cómo estará el panorama que el tiburón que todos los años siembra el pánico en Tarragona o Málaga no deja de pasearse por la orilla y nadie le hace caso.

Pues no.

Voy a hacer propósito de enmienda. He preparado una pila de libros y ninguno es de nada que tenga que ver con el trabajo. He hecho una lista de excursiones y luego la he roto. No voy a seguir un orden en nada que pueda evitar. Por primera vez en 23 años no llevaré el ordenador a la playa y esta mañana me he comprado las camisetas más punkis que he encontrado en el mercado. Me llevo a la playa un Chromecast para ver las pelis que nos puedan faltar y un proyector para hacer cine de verano para los críos del barrio. Hugo, Martina y yo hemos decidido ver todo 'Star Wars' desde el principio y vamos a construir unos castillos tan grandes que los va a tener que derribar Costas. Con Carolina haré más horas de palas de las que lleva entrenando Carlos Alcaraz en toda su vida.

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Voy a vivir sin tensión, sin miedos, sin malos rollos y sin toda la presión que me pueda quitar, que es mucha.

Si me paro a pensar en esa presión que resisto entiendo que es normal, con la espada de Damocles de la economía pendiendo de un hilo, pero ¿cuánta más añado yo al barómetro? Todo esto que resistimos, el miedo denso y oscuro que nos inyectan, provoca otros miedos que nos amargan el carácter. El estrés pone el resto. La vida que llevamos nos hace más gilipollas de lo que somos y eso lo pagan los nuestros, que se volverán también gilipollas con el tiempo. Por amor a nuestra familia, este verano debemos descansar.

Es evidente que no todo el mundo puede ver las cosas con esta facilidad pero todos tenemos que intentar descansar por los tiempos que nos acechan. Debemos estar fuertes, trabajar duro y para ello es necesario reír hasta la madrugada tocando la guitarra y bebiendo vino. Si se puede, en la playa, si no, en la calle más fresca del barrio de La Fama.

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Tal vez el imperio de Ashoka no durase mucho, pero su gente fue feliz. Pongamos a descansar a Augusto y despertemos esa parte budista que todos tenemos en algún rincón. Ya, en septiembre, publicaré el artículo incendiario, ahora voy a comprarme un bañador. Voy a estar más guapo que Alejandro Magno.

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