La transición energética no puede esperar un milagro

Sábado, 2 de octubre 2021, 01:46

Aplazar tareas, deberes o responsabilidades por actividades más gratificantes. Procrastinar. Todos lo hemos hecho. Por ejemplo, cuando tenemos que ordenar el armario ropero y nos ... ponemos a ver una serie hasta las tantas. Lo malo es cuando ese abandono no se refiere a asuntos personales o poco trascendentes, sino a políticas públicas críticas.

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En agosto se publicó el nuevo informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, sin duda, el más riguroso. Las conclusiones son consistentes con las de informes anteriores, pero más alarmantes. Primero, el cambio climático es una amenaza existencial y se debe, inequívocamente, a las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de actividades humanas. Segundo, ya son evidentes sus efectos sobre la temperatura, el nivel del mar y la frecuencia e intensidad de fenómenos extremos, como olas de calor, lluvias fuertes, inundaciones y sequías. Tercero, para evitar que las consecuencias sean mucho más graves, acaso irreversibles, hay que reducir ya las emisiones; eso pasa por hacer políticas impopulares, como subir los impuestos sobre el carbono y otras medidas regulatorias de efecto similar.

¿Debemos preocuparnos? Desde luego que sí. Tenemos que cambiar el modo en que producimos y consumimos y la transición no es gratis. Si no hubiéramos procrastinado durante décadas, como dice por ejemplo el 'Informe sobre desafíos del futuro' coordinado por los economistas Blanchard y Tirole, el cambio habría sido más fácil. Las actividades insostenibles se habrían sustituido gradualmente por otras nuevas.

Como hemos seguido emitiendo cada vez más gases y lo relevante es el volumen acumulado en la atmósfera, nos queda menos tiempo. Ahora la transformación ha de ser más rápida y desordenada y, por tanto, más costosa. Empezar ya y terminar hacia 2050, para que a partir de entonces, sin emisiones, el calentamiento se detenga. Puede parecer mucho tiempo. No lo es. El cambio afecta a todo cuanto hacemos, de la industria a la agricultura, de la construcción al transporte. Muchas actividades y empleos desaparecerán y aunque surgirán otros, gracias a las inversiones asociadas a las energías limpias, el perfil de los nuevos trabajos será distinto. No es fácil reinventarse en poco tiempo. En algunas zonas será duro.

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Tampoco tranquiliza comprobar que las medidas adoptadas hasta ahora por la mayoría de los gobiernos están lejos de ajustarse a los compromisos anunciados. Un amplio grupo de países, que representa el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se ha comprometido a que sus emisiones netas sean cero en 2050 o 2060, un objetivo ambicioso pero imprescindible. Sin embargo, para que la realidad se acomode a esas promesas faltan por concretar y aplicar muchas medidas. Cuanto más se demoren peor.

¿Por qué cuesta tanto actuar con determinación? Al menos hay tres razones: no es fácil hacer políticamente aceptables las medidas necesarias, es precisa una compleja coordinación internacional y existe la tentación de esperar un milagro que evite tomar decisiones difíciles. Lo bueno es que ninguna de esas razones es insalvable.

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Para hacer políticamente aceptables medidas impopulares es preciso que los ciudadanos asumamos que la transición tiene costes. Hay que arremangarse sí, pero sin el cambio nuestra vida será mucho más difícil. Además, será preciso dedicar una parte importante de los ingresos de los impuestos al carbono a compensar a las personas que pierden con la transición energética y son más vulnerables. Hacerlo de modo creíble y sin desincentivar el cambio hacia actitudes sostenibles.

La coordinación internacional es imprescindible. No podemos hacerlo solos: las emisiones de la Unión Europea no llegan ni al 10% del total. Además, a efectos del cambio climático, lo mismo da que se emita en Murcia que en Pernambuco. Cada país tiene sus prioridades y parte de situaciones diferentes, pero hay un interés común y los acuerdos internacionales y el apoyo tecnológico a los países con menos medios tienen que llegar.

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Por otro lado, algunos estados pueden tratar de hacerse polizones, seguir contaminando mientras otros asumen los costes de reducir emisiones hasta que se abaraten las tecnologías alternativas. Eso puede desanimar a otros a asumir el liderazgo. Por eso hay que pensar en ajustes fiscales en frontera para los productos de países que no se sumen o incumplan los acuerdos.

Por último, es preciso evitar la tentación de esperar un milagro, en forma de avances tecnológicos. A veces hay 'milagros', como prueba el asombroso descenso del coste de las energías eólica y solar en los últimos años (cercano al 80%). Y sí, la innovación es clave para afrontar el cambio y, por tanto, es necesario impulsar mucho más la inversión en investigación y desarrollo verde. Sin embargo, sería irresponsable dejarlo todo a una carta cuando hay tanto en juego.

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En noviembre se celebra la conferencia de cambio climático de la ONU (COP26). De aquí a entonces veremos nuevos compromisos de países y de empresas y tal vez acuerdos relevantes en la cumbre. Seguro que irán más allá de la retórica. El desafío es aún manejable, pero ya no nos sobra tiempo.

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